Nadja BOURAKAN

La protesta argelina se desinfla

La calle aguanta el pulso en Argel, pero apenas se deja notar en el resto del país. Entretanto, los islamistas asoman la cabeza.

Un joven grita consignas islamistas a un manifestante laico en las protestas de Orán. (Karim TOULIEB)
Un joven grita consignas islamistas a un manifestante laico en las protestas de Orán. (Karim TOULIEB)

En el Cafe Parisien de Orán se desayuna tarde un viernes, que por algo es el día de fiesta. Es a eso de las 11 de la mañana cuando la parroquia exclusivamente masculina se fuma su primer cigarrillo tras el café con cruasán. Se piensa y se charla con permiso de un jilguero que canta desencadenado desde una jaula sobre la barra de zinc; justo encima, hay una pantalla de plasma, pero alguien ha tenido la deferencia de quitarle el volumen para no molestar al bicho. En realidad, las imágenes en France 24 hablan por sí mismas: combates a las afueras de Trípoli, golpe de Estado en Sudán y manifestaciones multitudinarias en Argel.

«No es para tanto», comenta el camarero, sin retirar la mirada del centro de Argel en el televisor. «¿Ves todos esos huecos libres en los márgenes? No tiene nada que ver con las movilizaciones anteriores». Ni los manifestantes ni las autoridades manejan cifras de las protestas de los viernes, pero lo cierto es que las imágenes que llegan desde la capital nada tienen que ver con las de las primeras protestas del pasado mes de febrero. Fue entonces cuando la presentación de la candidatura a las elecciones presidenciales de Abdelaziz Buteflika desencadenó las mayores manifestaciones de la historia reciente de Argelia.

Aquellas tomas aéreas de los primeros días, en las que una marea humana inundaba la céntrica plaza de la Grand Poste y las seis arterias que allí confluyen, pasarán a la Historia. Pero que en el octavo viernes de protestas consecutivo haya que dejar en tierra el dron y cerrar el plano sobre los manifestantes no es una buena noticia para estos, máxime cuando las llamadas a la movilización se habían multiplicado durante los últimos días.

El pasado martes, una semana después de la dimisión de Buteflika, se anunciaba la toma de posesión de Abdelkader Bensalah como presidente interino del país. La primera reacción contra el nombramiento de este apparatchik de 77 años llegó de manos de los más jóvenes. Unos chorros de agua y un poco de gas lacrimógeno acabaron sofocando el tímido conato de rebelión de los estudiantes aquel mismo día, y también el miércoles, cuando Bensalah anunció una convocatoria electoral para el próximo 4 de julio.

Tras la siesta

A las 12 del mediodía, un autobús amarillo destartalado atraviesa la avenida Larbi ben M´hidi –a cinco minutos del Cafe Parisien–. Hay más gente dentro del vehículo que en la que es la calle más comercial de la segunda ciudad de Argelia. Orán parece seguir sumida en un sopor que ni siquiera el sermón radiado desde la mezquita parece sacudirse de encima. Mientras espera a que alguien pase delante de su puesto –un puñado de banderas argelinas y palestinas sobre una mesa plegable–, Nabil se queja de que las ventas han bajado mucho en las últimas semanas.

«Ni siquiera la recién llegada camiseta de la selección de fútbol palestina anima a la gente», se queja este antiguo guía turístico de 23 años. Si bien todo el mundo está surtido tras dos meses de manifestaciones, también pesa el hecho de que aquí, en Orán, lo de las protestas ha bajado.

«A la tarde habrá algo en la plaza de Armas, pero no antes», dice Nabil, justo antes de pedirnos nuestro número de teléfono. Estuvo alguna vez en Alicante y  le gustaría retomar lo del turismo, pero no en Argelia.

A la hora de comer llegaban noticias desde la Cabilia.  Vía telefónica, Hocine Acem, vicepresidente de la Unión Republicana de Cabilia (una escisión independentista del Movimiento Autonomista de la Cabilia) hablaba de las habituales concentraciones en Tizi Ouzou y Bejaia, «ni más ni menos», en un lugar en el que la protesta es más la norma que la excepción. Según el activista bereber, la marcha más multitudinaria se prevé para el próximo sábado 20 de abril, día en el que esta minoría celebra el levantamiento de 1980 reclamando el reconocimiento de la identidad y lengua bereber en el país.

Desde Constantine, la tercera ciudad argelina, las redes sociales achacaban a la lluvia la escasa afluencia de gente. El alcance de las protestas en localidades como Tinduf o Tamanrasset sigue siendo un misterio y, en Orán, parece que todo empieza después de la siesta. Para las cuatro de la tarde, el helicóptero ya se ha desperezado y sobrevuela la ciudad sin perder de vista a un grupo de unos veinte ciclomotores que ralentiza el tráfico por la corniche de Orán.

Entre gritos y bocinazos, chavales con banderas argelinas anudadas al cuello hacen «caballitos» o conducen con los pies sobre el asiento para deleite de los paseantes. Dos kilómetros más tarde, la comitiva gira a la izquierda para entrar en la plaza de Armas, donde les espera un grupo compacto cuya media de edad no superará los veinte años. Algunos sostienen folios y cartulinas en los que se pide desde «guillotinas para la gerontocracia» hasta la intervención del Ejército.

«Sólo los militares pueden desmantelar el sistema; ellos garantizan la democracia aquí y en cualquier otro país del mundo», asegura un chaval que luce  una camiseta de la última película de Mad Max. Otros se lo han currado mucho más, como ese individuo completamente vestido de cuero negro con insignias de la RDA en una gorra de plato y una bandera amazigh colgando del hombro. Hay cola para hacerse un selfi con él, aunque ese Superman sentado sobre el techo de un Seat Ibiza tampoco le va a la zaga. La exposición en las redes sociales parece ser un reclamo para muchos, y algunos ya han descubierto que un disfraz ocurrente puede ser mucho más efectivo que el eslogan más incendiario.

De momento tendrán que esperar: las imágenes de la Policía dispersando con gas lacrimógeno y cañones de agua a los manifestantes de la capital se llevan la palma. Fuentes policiales hablaban de más de cien detenidos «por enfrentamientos con agentes infiltrados» en la protesta.

«Ya están aquí»

En Orán, la imagen sigue siendo completamente distinta, hasta que alguien dinamita el ambiente festivo a través de la megafonía. «¿Qué nos ha traído la religión? ¿Y el Ejército? Necesitamos quitarles el poder a ambos para construir un Estado totalmente laico», se viene arriba un chaval con visera de rapero. Alguien a pocos metros de allí responde con simples abucheos; otros son mucho más específicos:

«Dios es el más grande», corea, levantando el dedo índice, un grupo enfundado en dishdashas –la camisa tradicional árabe hasta los tobillos– y tocado con los característicos casquetes de ganchillo blanco sunitas. En un acto casi reflejo, la Policía interviene para zanjar el asunto requisando el megáfono y dispersando al grupo sin violencia.

«Los islamistas estaban muy callados hasta ahora, pero parece que ya están aquí», decía Faizal, un oranés de 21 años con una bandera argelina anudada a la cabeza.

Tras ganar las elecciones del 89, el islamista Frente Islámico de Salvación (FIS) fue derrocado por un golpe militar antes de su llegada al poder, lo que desencadenó una salvaje guerra civil durante la década de los 90. El miedo a revivir una pesadilla dolorosamente reciente parece estar muy presente. El canal de televisión argelino Ennahar aseguraba que un grupo de islamistas había sido detenido en Argel cuando intentaba colocar una bomba en mitad de la protesta.