Isidro Esnaola

La polinización en peligro

El Día Mundial de las Abejas se instituyó por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2017 para concienciar sobre el daño que está causando la desaparición de insectos a la agricultura y a la polinización de las plantas en general.

Los polinizadores más conocidos son las abejas, (Prakash SINGH/AFP)
Los polinizadores más conocidos son las abejas, (Prakash SINGH/AFP)

También las abejas tienen su día. No hay duda de que están de moda. Tal vez sea por la miel, que es lo primero que nos viene a la cabeza cuando hablamos de abejas. Sin embargo, solamente una de las mil especies de abejas que habita en la península ibérica fabrica miel. El resto almacena néctar y polen pero no elabora miel; tampoco construyen grandes colmenas, se conforman con unas viviendas más modestas. Pero todas ellas realizan un trabajo muy importante para la agricultura y la conservación de los hábitats: la polinización.

Según la FAO tres de cada cuatro cultivos que producen frutos o semillas para consumo humano dependen, al menos en parte, de la polinización y por lo tanto de los polinizadores. Un mayor número y diversidad de estos aumenta el rendimiento de los cultivos. Según los Objetivos del Desarrollo Sostenible, una buena polinización aumenta un 25% los rendimientos agrícolas. La FAO recuerda, además, que en el 35% de las tierras agrícolas crecen los 87 principales cultivos alimentarios del mundo que necesitan que las plantas sean polinizadas para que den sus frutos. Se mire por dónde se mire, agricultura y polinización están estrechamente unidas.

La importancia de la polinización de las plantas ha dirigido la mirada hacia los polinizadores. Entre ellos las más conocidas son las abejas, aunque no son las únicas: mariposas, avispas, polillas, moscas, escarabajos, e incluso colibríes y murciélagos también aportan a ese gran trabajo colectivo de la polinización. A pesar de la gran variedad, todo parece indicar que la población mundial de insectos está disminuyendo dramáticamente. Quizás dónde mejor se pueda observar esta descenso es en las abejas, simplemente porque los apicultores manejan colmenas desde hace siglos y ven cómo van muriendo sin que sepan muchas veces la causa. Y si eso ocurre en colmenas que están más o menos controladas, se puede suponer que en las colonias de insectos silvestres la reducción de las poblaciones será todavía más drástica.

Las abejas suelen morir por enfermedades propias como la varroa, pero a menudo la causa está estrechamente relacionada con la agricultura industrial. El uso de pesticidas y plaguicidas químicos están envenenando el medio ambiente y eso productos muchas veces terminan en los organismos de las abejas, y en general de los insectos, provocándoles la muerte. Un ejemplo cercano de uso de plaguicidas ha sido el intento de tratar el hongo que afecta a los pinos, la banda marrón, con óxido cuproso, tratamiento finalmente prohibido por el Gobierno español, y cuyos efectos secundarios están lejos de haber sido valorados en profundidad.

La agricultura industrial también modifica el uso de la tierra favoreciendo los monocultivos que restringen las fuentes de alimentación de los insectos a unas pocas variedades, lo que hace que las colonias de insectos sean más vulnerables a cualquier pérdida de una floración o de una cosecha por enfermedad o por fenómenos meteorológicos adversos. No se puede olvidar que los cambios en el clima están modificando el hábitat radicalmente y con él las posibilidades de supervivencia de muchas especies.

Por todas estas razones, el 18 de octubre de 2017 la Asamblea General de Naciones Unidas decidió designar el 20 de mayo como Día Mundial de las Abejas. El día se eligió en honor a Anton Janša, un apicultor esloveno que fue bautizado ese día de 1734 –no se sabe qué día nació, solo ha quedado constancia de su bautizo–. Fue una propuesta de Eslovenia respaldada por la Federación internacional de Asociaciones de Apicultores (Apimondia) a la que se sumó asimismo la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación FAO preocupada con la caída de las cosechas en todo el mundo a consecuencia de la pérdida de polinizadores.
 
El día se instituyó para concienciar sobre la importancia que tiene la polinización para la agricultura, pero también para la conservación de la vida y la biodiversidad de la tierra. La polinización contribuye a la seguridad alimentaria y a la nutrición, pero además, la polinización tiene un impacto positivo más allá de la agricultura porque ayuda a mantener la biodiversidad de los ecosistemas, de los que también depende la agricultura. El convenio sobre Diversidad Biológica, por ejemplo, ha hecho de la conservación y del uso sostenible de los polinizadores una prioridad. Cuidarlos es parte de la lucha contra el hambre en el mundo.

Iniciativa ciudadana europea para proteger a las abejas

La Comisión Europea anunció el pasado día 15 de mayo el registro de una iniciativa ciudadana que pide a la institución comunitaria que tome medidas para proteger a las abejas y mejorar sus hábitats en la Unión Europea. Bruselas ha considerado que la iniciativa ciudadana es «jurídicamente admisible», puesto que la UE puede emprender acciones legales en ámbitos como el mercado interior, la política agrícola, la salud pública y la calidad del medio ambiente. En cualquier caso, apuntaba que no ha analizado el fondo de la petición.

Los organizadores de la iniciativa solicitan al Ejecutivo comunitario que adopte normas «para mantener y mejorar los hábitats de los insectos como indicadores de un entorno intacto». Asimismo, piden el establecimiento de objetivos obligatorios relacionados con la biodiversidad, de modo que la promoción de la biodiversidad se convierta en un «objetivo general de la Política Agraria Común». Entre otras medidas concretas exigen reducir «drásticamente» el uso de plaguicidas y prohibir «sin excepción» los más nocivos.

El procedimiento se pondrá en marcha con el registro oficial de la iniciativa ciudadana el próximo 27 de mayo, fecha en la que comenzará el proceso de recogida de firmas de apoyo por parte de sus organizadores, que se prolongará un año. Si la propuesta recibe más de un millón de firmas procedentes de al menos siete Estados miembros diferentes, la Comisión Europea deberá pronunciarse en un plazo de tres meses. Bruselas podrá entonces decidir si da curso o no a la iniciativa, pero en ambos casos tendrá que justificar su decisión.