Dabid Lazkanoiturburu

Trump da alas al Brexit y Macron le trae la cuestión iraní a Biarritz

Trump venía con su ya manido guión: llegar avasallando, presentarse conciliador, marcar territorio (poniendo una pica en Britania) y negar por último compromiso alguno. Pero Macron le tenía preparada una sorpresa; la llegada a Biarritz del jefe de la diplomacia iraní, recientemente sancionado por EEUU.

Dabi Lazkanoiturburu
Dabi Lazkanoiturburu

Nada como un golpe de efecto en el marco de una cumbre marcada por las disensiones entre las grandes potencias occidentales y a la que Trump ha llegado con su manido guión de primero de marketing empresarial, que consiste en llegar avasallando, mostrarse luego conciliador, poner una pica en Flandes (en este caso Britania) y negarse luego a compromiso alguno.

Todo ello lo ha hecho en las 24 horas desde su vuelo a Biarritz hasta este domingo tarde, cuando otro vuelo, esta vez con el ministro de Exteriores iraní a bordo, aterrizaba en la ciudad-balneario labortana. Una jugada maesra de Macron, pero cuyos efectos reales están por ver.

Tras haber amenazado en el avión a tirios y troyanos (China y Francia) con la «madre de todas las batallas de los aranceles», y después de llegar a la cena del sábado con la más cínica de sus sonrisas, el inquilino de la Casa Blanca se ha reunido a primera hora de hoy en un desayuno de trabajo con el en sus palabras «gran primer ministro» británico Boris Johnson, «el hombre adecuado» para «levantar el ancla alrededor del tobillo» de Gran Bretaña, imagen con la que Trump ha defendido la salida británica de la UE.

Un Brexit tras el que, augura, llegará «bastante rápido» un acuerdo comercial bilateral «muy amplio sobre el que ya estamos trabajando» y que, en palabras de Johnson, será simplemente «fantástico».  

Todo un desaire (están también por ver sus consecuencias reales) para la UE en el arranque de una jornada en la que, cuarto movimiento, Trump se ha dedicado a negar que haya transigido un ápice en sus posiciones.

Así, el presidente estadounidense ha alardeado de que «nadie» en el G7 le ha pedido que frene la guerra comercial con China. Y eso que el mismo Johnson, sentado junto a él, ha señalado con la boca pequeña que, «en general, estamos a favor de la paz comercial» y mostrado su oposición, «en principio», a la imposición de nuevos aranceles.

No contento con dejar en evidencia el respeto que le inspira la «gran potencia» en la que se volverá a convertir Gran Bretaña cuando «recupere su soberanía de las garras de la UE», Trump ha negado también, y van dos, «que yo haya debatido» sobre una autorización acordada por el G7 al anfitrión y presidente francés, Emmanuel Macron, para que «hable y dirija un mensaje a Irán» en torno al al acuerdo nuclear que precisamente EEUU ha puesto en peligro al abandonarlo hace ya un año.

Lo que no ha negado el magnate es que el G7 se ha mostrado dispuesto a «reforzar el diálogo y la coordinación con Rusia», pero considera que es «demasiado pronto» para su reintegración en un G8, del que fue expulsada en 2014 por la crisis ucraniana.

Trump sabe, y lo recordó ayer, que será el anfitrión de la cumbre el año próximo, ocasión inmejorable para rehabilitar a su admirado Vladimir Putin.

En esas estaba el magnate, preparando su vuelo de regreso, cuando el equilibrista Macron le tenía reservada una sorpresa: la llegada en avión a Biarritz del jefe de la diplomacia iraní, Mohamad Javad Zarif, artífice junto con Barack Obama del acuerdo nuclear iraní, y que ya había sido recibido por Macron el viernes pasado en París.

El presidente galo ha tratado de templar gaitas (que seguro retumban en los oídos de Trump) reivindicando que el G7 «es un club informal donde no hay mandatos de unos a otros y donde cada país actúa según su papel». Le ha faltado culminar explicando para qué demontre se reúne entonces en estas cumbres. Sería importante saberlo para conocer si su loable gesto de traer la voz de Irán a Biarritz es algo más que eso, un golpe de efecto.