Pablo L. OROSA

El fin de la guerra civil no alivia a Mozambique

Tras la firma del acuerdo de paz entre Frelimo y Renamo se esconde un país que no puede permitirse seguir luchando. La disidencia interna amenaza con resquebrajar ambas facciones, mientras los ciudadanos pagan las consecuencias de los escándalos de corrupción que han llevado a Mozambique, que celebra este martes elecciones, a la ruina.

Un cartel electoral de la Frelimo en el centro de Maputo. (P.L.OROSA)
Un cartel electoral de la Frelimo en el centro de Maputo. (P.L.OROSA)

En las conversaciones sin nombre que se bisbisean por todo Mozambique se repiten siempre dos conclusiones. La primera es que la corrupción es tal que en los despachos de Presidencia hay dispuestas diez televisiones para que no haga falta cambiar nunca de canal. La segunda es que ni el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), que lleva gobernando el país desde su independencia en 1975, ni la Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo), en guerra el mismo tiempo, están tan fuertes como hacen creer.

De lo contrario no habrían firmado nunca la paz.

«Hace un tiempo el pacto habría sido imposible», convienen el ingeniero y el conductor, de acuerdo también en aprovechar la sombra y un plato de arroz y pescado a las afueras de Maputo. Hasta llegar al acuerdo de paz suscrito el pasado agosto, el tercero desde que estallara el conflicto civil tras la independencia, han pasado demasiadas cosas. En ambos bandos.

A Renamo, el grupo anticomunista opositor fundado en 1975 por los servicios secretos de Rhodesia (actual Zimbabwe) con el apoyo de la Sudáfrica del apartheid, le murió –de diabetes– su histórico líder, Afonso Dhlakama, y le mataron a 8 líderes locales desde octubre de 2014, cuando tras no reconocer la victoria electoral de Frelimo se recrudecieron los enfrentamientos. Ahora los muertos los pone su nuevo líder, Ossufo Momade, quien ha decidido apaciguar la disidencia interna con purgas entre sus viejos generales. Se habla ya de ejecuciones sumarias para acabar con una cúpula militar que se niega a entregar las armas y exige renegociar el acuerdo de paz.

Corrupción

El asesinato de opositores y disidentes es una constante en Mozambique desde los tiempos de la guerra de independencia, cuando la Policía política portuguesa puso en marcha su escuadrón ‘Flechas’ para combatir a la Frelimo, un modelo que ambas facciones aprendieron y que les ha granjeado muchos réditos y sonados fracasos como los atentados fallidos contra Dhlakama. Entre medias, periodistas críticos con el Gobierno como Carlos Cardoso, quien en el año 2000 estaba investigando un caso de corrupción que implicaba al hijo del entonces presidente Joaquim Chissano, o José Macuane en 2016 y Ericino de Salema en marzo de 2018, fueron asesinados sin que se haya esclarecido quién lo ordenó, aunque tampoco haga falta.

A la Frelimo, el movimiento que liberó a Mozambique del dictado colonial y puso en marcha un modelo de economía planificada hasta que las dificultades le obligaron a abrirse al libre mercado y a la inversión extranjera, con China como socio creciente, la truncó la corrupción. «Samora Machel –primer presidente del país– era un hombre duro, difícil, pero había una idea de lo que había que hacer que hoy ya no existe», comenta un veterano de Frelimo, hoy totalmente hastiado de sus propios sueños revolucionarios.

En 2015, los índices macroeconómicos avalaban un crecimiento sostenido entorno al 6% que si bien no aliviaba la situación endémica de pobreza del país, sí permitía el desarrollo de una escuálida clase media urbana. De pronto, todo se vino abajo: el Gobierno de Armando Guebuza, en el poder entre 2005 y 2015, había contraído deudas por valor de 2.200 millones de dólares en un país cuyo PIB anual apenas supera los 12.000 millones dólares.


Al frente de este entramado de operaciones ocultas e ilegítimas, calificado por el Gobierno norteamericano como el mayor escándalo de corrupción del continente, se encontraba el ministro de Finanzas, Manuel Chang, quien autorizó la contratación a Credit Suisse y al banco ruso VTB de préstamos avalados por el Estado por valor de más de 700 millones de dólares para proyectos de desarrollo de la industria atunera. De esa partida, más de 200 millones fueron destinados a mordidas y sobornos. Otras empresas estatales se vieron también involucradas en un escándalo que provocó la retirada de los donantes e inversores internacionales de un país cuyo presupuesto estatal dependía en más de un 12% de la aportación extranjera directa.

En pocas semanas la deuda se elevó por encima del 80% del PIB y su ranking crediticio calificado de bono basura, lo que se tradujo en una devaluación del metical de más del 100% de su valor. El país lleva cuatro años de recortes continuados para hacer frente a la bancarrota y las previsiones no son optimistas: el crecimiento volverá a caer un 0,5% en los próximos meses y se quedará por debajo del 3%.

Ni siquiera la aparición de una gran reserva de hidrocarburos en el norte del país, suficientes para suministrar durante 20 años al Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, ha supuesto un respiro para la población. Más bien una nueva decepción en forma de más corrupción, más injerencia extranjera y un desconcertante movimiento yihadista que está sembrando el terror en la provincia de Cabo Delgado. «Estos recursos deberían ser una bendición», insiste Sérgio, ferviente católico, pero como todo lo que parece bueno en Mozambique «acaba por ser una maldición».

Ansias de cambio

Las ansias de cambio asoman por todos los poros de la sociedad mozambiqueña. Se organizan movimientos feministas y ecologistas, se suceden manifestaciones y asoman las voces que exigen responsabilidades judiciales por los saqueos públicos que han dejado los hospitales sin medicinas. Mas todos saludan el proceso de paz. «Pienso que el proceso va bien encaminado. Necesitamos el acuerdo para aceptarnos –como sociedad–», declaraba Mia Couto, el más internacional de los escritores mozambiqueños, el pasado febrero, meses antes de que se firmaran el alto al fuego, en una entrevista a este periodista para la revista Luzes.

«Lo que ocurre», traduce Sérgio entre risas, que es como se dicen aquí siempre las cosas serias, «es que en Sudáfrica el Gobierno es bueno, pero la gente no. En Mozambique es al revés, la gente es buena, pero el Gobierno no tanto». Pese a su pobreza, insiste el joven estudiante al que la crisis obligó a emigrar a la ciudad en busca de un trabajo de lo que sea, comerciando, llevando pacientes al hospital, Mozambique es un país seguro. «Quizá porque hemos visto durante mucho tiempo lo que es la guerra», replica otro veterano de Frelimo, que como casi todo el mundo aquí prefiere hablar sin nombre.

Un escenario inédito de fragmentación política

Tras más de cuatro décadas de Gobierno, la Frelimo es a menudo confundida con el Estado. Como entre un grupo de estudiantes que agradecen al partido haber construido una nueva aula universitaria. Pero por primera vez desde la independencia del país, la victoria del movimiento libertador es probable pero no segura. En 2014, su mayoría fue la más estrecha cosechada en unas generales (55% frente al 32,5% de la Renamo), y fue superado en varias de las provincias del norte. Las municipales de octubre de 2018 confirmaron esta tendencia: la Frelimo conquistó 44 de las 53 municipalidades en disputa, pero solo con el 51,8% del total de los votos. «Tras el escándalo de la deuda y la creciente insurgencia en Cabo Delgado, estas elecciones serán las más reñidas de la historia», asegura en su último informe para el Institute for Security Studies el investigador Liesl Louw-Vaudran.

Por eso ambos partidos han empezado a pelear las elecciones antes de que lleguen las urnas. El registro para la elaboración del censo electoral ha aprobado un incremento de 300.000 votantes en la provincia de Gaza, donde el actual presidente Filipe Nyusi, que opta a la reelección, obtuvo en 2014 el 94% de los apoyos. Sumado al descenso de las provincias de mayoría opositora de Zambezia y Nampula, se traduce en un cambio significativo en el reparto de escaños del Parlamento: 8 más para Gaza por cinco menos para Zambezia y dos menos para Nampula.

Por primera vez se celebrarán a la vez elecciones provinciales, una de las reclamaciones históricas de la oposición incluidas en el proceso de paz, por lo que los gobernadores provinciales serán elegidos en las urnas y no por el Gobierno central. Lo que en principio debería ser motivo de celebración para Renamo se ha convertido, como ya predijo Dhlakama, en escenario de graves disputas internas: está en juego el control de algunas regiones ricas en recursos minerales y con ellas ingentes oportunidades de clientelismo.

Mientras, el Movimiento Democrático de Mozambique (MDM), una vieja escisión de Renamo asentada en la alcaldía de Beira, segunda ciudad del país, espera que un resultado ajustado entre ambos bloques le ofrezca una oportunidad de ganar influencia a nivel estatal. Porque también Frelimo se enfrenta a sus propias divisiones. Podemos, con el mismo eslogan de Obama y con reclamaciones similares a los de la formación española, es ya la voz de los jóvenes capitalinos, y son mayoría, descontentos con el liderazgo de los históricos de Frelimo.

Una crisis política y económica que paradójicamente es la mayor oportunidad para la paz en Mozambique. Al menos para una paz de conveniencia.