Amaia Ereñaga

Un verano para descubrir en el BBAA la modernidad de la mecenas María Josefa Huarte

Quienes la conocieron, describen a María Josefa Huarte Beaumont (Iruñea, 1927-2015) como una mujer con carácter y muy buen ojo para el arte. La exposición que le dedica este verano el Museo Bellas Artes de Bilbo es un viaje a nuestra memoria reciente, a la de una familia de empresarios y mecenas tan poderosos como los Huarte.

Palazuelo, en primer plano, y un Muniategiandikoetxea de gran tamaño, en la revisión de la colección Huarte en Bilbo. (NAIZ)
Palazuelo, en primer plano, y un Muniategiandikoetxea de gran tamaño, en la revisión de la colección Huarte en Bilbo. (NAIZ)

La pandemia del coronavirus ha obligado a cambiar los planes de los museos, como es el caso del Bellas Artes bilbaino, por lo que es toda una noticia que se inaugure una exposición de las características de la que, desde mañana y hasta el 12 de ocubre, abre sus puertas en la pinacoteca de la capital vizcaina. Gracias a un acuerdo de intercambio con el Museo de la Universidad de Navarra, ahora la práctica totalidad de la colección de la mecenas María Josefa Huarte sale por primera vez de Nafarroa, y a cambio, a partir de setiembre se podrá ver en Iruñea la muestra que hasta hace poco se pudo ver en Bilbo sobre la interesante y, hasta ahora, olvidada pintora navarra Isabel Baquedano.

Al entrar en la sala donde se muestra la práctica totalidad de la obra adquirida a lo largo de su vida por María Josefa Huarte, nos recibe una escultura de la primera etapa de Jorge Oteiza y, detrás, el rojo casi infernal de un Mark Rothko. El vasco, el ruso y el madrileño Pablo Palazuelo, tan moderno, influyente y espiritual como la mecenas navarra, eran los tres artistas favoritos de María Josefa Huarte. Recopiló muchas de las obras de estos tres esenciales del arte contemporáneo, pero también de Picasso, Kandis¡nsky, Chillida o Sempere, hasta llegar a conformar una colección que llama la atención por su absoluta modernidad y por la visión que ofrece sobre las tendencias del arte contemporáneo estatal y vasco desde los años 50 hasta los 70.

Un secuestro, una huelga y un encuentro

La única mujer de los cuatro hijos del empresario Félix Huarte, María Josefa era parte de una saga empresarial que marcó la historia de la economía y la industria navarra. Poderosos desde la Segunda República, en el franquismo no decayeron –fueron los constructores del Monumento de los Caídos– y controlaban directa o indirectamente numerosas industrias. Felipe, uno de su hermanos, fue secuestrado por ETA en enero de 1973 durante la huelga de Tornifasa, una de sus empresas en huelga desde hacia un mes, y puesto en libertad tras el pago de un rescate de cincuenta millones de pesetas y la aceptación de las demandas de los obreros.

En la apasionante historia de los Huarte, con muchas ramificaciones y conexiones con nombres conocidos, hay también contradicciones, como el hecho de que eran de índole progresista. De hecho, a los Huarte, a todos los miembros de la saga, les gustaba el arte contemporáneo y la arquitectura. Fueron quienes impulsaron los famosos y decisivos Encuentros de Pamplona de 1972 y a la labor de grupos artísticos como Gaur, quienes comproban la obra de Oteiza y Basterretxea.

Casada con el industrial Javier Vidal y afincada en Madrid, María Josefa era un personaje en sí misma. No tuvo hijos y desarrolló una amplia labor benefactora tanto en lo social –creó la organización de índole internacional Nuevo Futuro, dedicada a la protección de los niños en situación precaria– como en lo artístico. En sus últimos años, decidió que la importante colección que había adquirido en vida, y que ofrece una visión panorámica de algunas de las propuestas estéticas que contribuyeron a la renovación del arte estatal en los años 50 y 60, tenía que ser pública, que tenía que pasar a ser de Nafarroa.

De lo que María Josefa Huarte recopiló a lo largo de su vida, de aquellos ‘flechazos’ que decía sentir al ver una obra de un joven artista, surgió el Museo de la Universidad de Navarra, un centro inaugurado hace cinco años y que fue diseñado por el arquitecto Rafael Moneo, como ella quería y a quien ella ‘convenció’. Ahora, una relectura de su colección, se despliega en el Museo Bellas Artes de Bilbo.