Ruben Pascual
Ruben Pascual

Síndrome de Estocolmo

Hoy es el día más apropiado para preguntarse realmente cuál es la utilidad de la jornada de reflexión. ¿A qué dedicamos esta víspera electoral quienes no tenemos nada sobre lo que reflexionar?

En mi caso, he optado por echar la vista atrás y repasar la propia campaña, a sabiendas de la dosis de autoflagelación que ello puede suponer. Y no me refiero únicamente a estas dos últimas semanas, sino también a los meses anteriores, en los que todas las formaciones calculaban sus pasos conforme a la cercanía del paso por las urnas.

Una especie de flashback que parte desde la idea de que la forma de plantearse la campaña está agotado. Una hilera interminable de actos –a los que, por cierto, cada vez cuesta más llevar gente– cuyos horarios y formatos están pensados casi en exclusiva para los medios de comunicación, pases de megafonía, miles y miles de carteles, reparto masivo de votos por correo casa por casa, a lo que hay que sumar los gastos que suponen los ya casi tradicionales repartos de caramelos rosas a los que nos tienen acostumbrados ciertos partidos. Mucho esfuerzo, mucho trabajo, pero, sobre todo, un importante esfuerzo económico que no siempre acaba traduciéndose en resultados.

He confesar, acto seguido, que tampoco tengo demasiado clara cuál sería la solución, la manera en que los partidos debieran encarar esa fase previa a los comicios. Reconozco asimismo, aún a riesgo de que muchos de mis compañeros de redacción –e incluso de profesión, me atrevería a decir– me corran a gorrazos, que una parte de mí, pequeña eso sí, está apenada porque esto toca a su fin. 

Después de horas y horas dedicadas a leer, escuchar, escribir y también a divagar durante esta campaña no sé si algunos de nosotros hemos desarrollado una suerte de síndrome de Estocolmo electoral.

También es cierto que, si no fuera por las campañas, nunca hubiéramos podido ver estampas como las que nos han dejado estos días: Mariano Rajoy haciendo alarde de naturalidad dándose un paseo en bici, Esperanza Aguirre practicando tenis y, más cerquita, ver a Maite Esporrín haciendo zumba en plena plaza del Castillo, a los miembros de PP y UPN marcándose un tour por los mercadillos navarros o a Unai Rementeria despachando una panadería en Gernika. ¡Qué caro está el voto y qué sacrificios hay que hacer por ellos!

¿El resultado? Mañana se verá. Mañana se lo contaremos. Pero la suerte no está echada, ni mucho menos. El cambio, el ansia de transformar este país pasa –al menos en lo más próximo– por acudir a votar. Está en nuestras manos.

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