Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Cuatro apuntes y una urgencia sobre el «Gora ALKA-ETA»

Lo único real e inapelable a día de hoy es que dos personas están en prisión por actuar en una obra de teatro. No hay más. No puede haberlo. Entre tanto ruido, tantos discursos interesados, tantísima perversión del lenguaje y teatro infame, el único hecho que se sale dramáticamente de la anécdota es que los dos titiriteros están entre rejas. Por eso, lo prioritario para cualquier persona decente debería ser denunciar el injusto encarcelamiento y poner todo lo que esté en su mano para que sean rápidamente puestos en libertad. 

 

A partir de ahí sí que podemos entrar a otras cuestiones: 

 

1. El «establishment» no ha asimilado su derrota electoral. Su lógica es que los ayuntamientos del cambio son una anomalía en Matrix. La estrategia es clara: entramparnos en polémicas estériles y generar una sensación de caos, de que nada funciona, de que todo es improvisación. Da igual la cabalgata de reyes, la exposición de Abel Azkona en Iruñea o un espectáculo de carnaval. Cuanto más insustancial sea el debate y más banal el caso, mejor. Así se explica que el «show» de los titiriteros haya generado un escándalo en Madrid cuando en Granada, donde gobierna el PP, había pasado sin ningún problema. Da miedo pensar que existe una nada desdeñable parte de la sociedad en Madrid que es capaz de interpretar como «enaltecimiento» una sátira, llamar a la Policía, celebrar el encarcelamiento y considerar que, en última instancia, es Manuela Carmena la responsable. Es el «que vienen los rojos». El ambiente es guerracivilista.

2. Existe un pánico absoluto a confrontar dentro de los denominados «ayuntamientos del cambio». Una parte de la izquierda institucional ha decidido evitar determinados debates para evitar la marginalidad. Si el «sentido común» es conservador ya lo cambiaremos más adelante. El problema es que, en lugar de esquivar las trampas, lo que hacen ciertos portavoces es ponerse más papistas que el papa y competir con la carcundia en indignación. Ejemplo fue Carolina Bescansa (Podemos), calificando el asunto de «deplorable y lamentable» sin hacer ni una sola mención al encarcelamiento. O la denuncia del Ayuntamiento de Madrid, que nada tiene que ver con la detención pero que sí echa leña al fuego. Q que la alcaldesa Manuela Carmena, que para más INRI fue magistrada, dedique más tiempo a descalificar a los titiriteros que a denunciar su injusta prisión. 

3. Otro sector de la izquierda está contaminado por el síndrome del «te lo dije» o el «todos son iguales». Es como si sintiese un íntimo placer en cada ocasión en la que puede exhibir su pureza inmaculada frente a las contradicciones de quienes se manchan en la política. Daba igual qué se hiciese o no, porque henchidos de irredentismo, siempre echarán mano de algún argumento para convertir en «vendido» o «traidor» a quien hace dos días compartía con ellos barra, pancarta o colectivo. 

4. Se cumple la profecía de que la excepcionalidad que se aplicaba en Euskal Herria no solo no se ha desactivado sino que se extiende al Estado. A día de hoy, más de cuatro años después del cese de ETA, hay más casos de «enaltecimiento del terrorismo» en la Audiencia Nacional que cuando la organización armada estaba activa. No obstante, me disgusta la posición de siniestra superioridad moral que en ocasiones se nos escapa cuando comprobamos cómo nuestros vecinos del sur del Ebro se indignan ante las arbitrariedades de su sistema judicial que llevamos décadas padeciendo. Es cierto que, por todo lo que hemos sufrido, los vascos somos muy sensibles hacia estas injusticias. Pero también, creo que seremos una sociedad más sana cuando no sintamos la necesidad de sacar nuestra lista de agravios en el momento de expresar nuestra solidaridad

 

Mientras que termino el texto veo en La Sexta cómo la simpática presentadora pregunta si la gente ve «proporcionado» que dos titiriteros estén en la cárcel por una actuación. Y pierdo mi fe en esta sociedad enferma y nada tiene demasiado sentido.

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