Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Esperando al próximo escándalo viral de la semana

Olvidado el autobús ultra de «Hazte Oír» y su repugnante mensaje tránsfobo, la rueda del escándalo mediático-político ha encontrado ya su tema de la semana: el programa «Euskalduna naiz, eta zu?» emitido por ETB1 hace un mes. Lanzada ya la voz de alerta por parte de (casi) todas las cabeceras españolas y con la bola de nieve rodando ladera abajo, ayer desayunábamos con la catarata de declaraciones políticas y pronunciamientos institucionales que, en clave «no nacionalista», exigían cortar cabezas. Lo importante no es el contenido de la polémica ni su profundidad, sino mantenernos entretenidos con una discusión estéril y, de paso, linchar a alguien, que las antorchas parecían oxidadas.

Sinceramente, vi parte del programa y no terminó de gustarme. Aunque también reconozco que era solo algún extracto, por lo que puedo estar equivocado. Quizás tampoco es lo más acertado criticar un contenido después de toda la que está cayendo.

Los tópicos del «español-paleto» y esa supuesta superioridad moral no van conmigo, aunque se los repito insistentemente a mis colegas de Madrid cuando echamos unas cañas. En términos más serios, este discurso me recuerda a todas las campañas en las que el PNV (que ahora se rasga las vestiduras), se ha presentado como garante de una Arcadia feliz llamada Euskadi que se diferencia del sur del Ebro por la ausencia de corrupción. Como si los vascos estuviésemos genéticamente destinados al trabajo duro y la nobleza.

Tampoco me hizo gracia «8 apellidos vascos» y eso que soy de risa fácil. Otra cosa es que me parezca de un hipócrita subido que los que celebraban las chanzas sobre lo poco que follamos los vascos o lo vagos que son los andaluces se abonen ahora al mccarthismo de perseguir cuatro bromitas. Recuerdo cómo se pusieron las cabeceras que ahora dicen que el humor tiene un límite cuando Mikel Insausti, crítico de GARA, escribió un artículo en el que criticaba el costumbrismo regionalista. Cómo nos aleccionaron sobre lo bueno que era reírse de uno mismo, lo que ayudaba a desmitificar y lo cerril y paleta de la crítica que no compartiese el marco centralista de partirse la caja de vascos, al norte, y andaluces, al sur. Nola aldatzen diren gauzak, kamaradak.

El centro de la discusión, sin embargo, no está ahí.

Elevar un programa emitido hace más de un mes a gran debate de Estado, con apelaciones al boicot y linchamientos de artistas, demuestra una concepción muy pobre del espacio público y el debate. Hoy es Miren Gaztañaga. Ayer fue Willy Toledo o Pepe Rubianes (que en paz descanse). En términos de opinión pública, resulta deprimente comprobar cómo en el Estado español la principal polémica de la semana suele centrarse en qué se puede y qué no se puede decir. Los mismos que alardean de que «vivimos en una democracia avanzada» aseguran un segundo después que «los derechos no son absolutos». Es decir, que una cosa es libertad y otra, libertinaje. Y mientras, tirios y troyanos, unos y otros, somos capaces de defender la censura y el derecho a expresar lo que nos de la gana al mismo tiempo y hasta en la misma página. Chapoteamos en el fango a la espera del próximo escándalo, periodistas, políticos y opinadores, demostrando una preocupante carencia sentido de la responsabilidad y depauperando la discusión pública hasta el abismo. Hay que salir de esta rueda. Mientras lo conseguimos, en algún despacho ya estarán preparando la próxima discusión estéril pero viral que nos tenga distraídos la próxima semana.

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