Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Madrid 2020

Madrid 2020 ya es historia, por suerte, y yo alzo mi copa para celebrarlo mientras pienso en tantos amigos que todavía estarán suspirando un larguísimo y profundo «de la que nos hemos librado». Ahora, a respirar un poco, lo justo para coger aliento, y seguir con las mismas miserias, que gracias al COI no vendrán lastradas por otra deuda impagable que habríamos terminado sufragando por la cara cuando nadie nos había preguntado.

Parece mentira que a estas alturas haya que explicarlo, pero mi alegría por el hundimiento del gran tocomocho olímpico no se basa en antiespañolismo, que se difuminaría en el momento en el que sanamente nos preguntasen a vascos y catalanes qué es lo que queremos hacer con nuestro futuro. Tampoco en un gusto por celebrar las desgracias ajenas. Al contrario, si tuviese que saciar las necesidades del «hater» que todos llevamos dentro, hubiese deseado con todas mis fuerzas que ese inmenso castillo de naipes edificado mediante sobres de 500 hubiese recibido el visto bueno del COI. Porque, tras la borrachera olímpica, llegaría la resaca. El sprint de los cien metros sin obstáculos de camino al subdesarrollo.

Como dice uno de los sketches de Muchachada Nui, «como lo primero era gratis, creía que todo era gratis». Y eso es lo que han tratado de vender. Y válgame dios que los cabrones lo han conseguido. Ni siquiera el Lazarillo de Tormes, verdadero ideólogo del modelo español, habría imaginado un panorama tan propicio. El problema es que hay gentuza que considera que el dinero público, el de todos, es un maná inagotable siempre y cuando tengan ellos el pin de la tarjeta.

Los argumentos a favor del pan y circo eran tan pueriles y ridículos que sonrojarían a cualquiera que supiese comprender los datos que tenía delante. Y no me refiero al inglés. Ahora nos comerán la oreja con los contubernios y envidias que siempre han castigado ese sólido proyecto, forjado en la titánica lucha del «hasta la derrota siempre». Ya lo decían los Simpsons: «aborto para algunos, banderitas americanas para otros». Menudo timo.

En serio, españoles, reflexionad un poco. Que no era tan difícil darse cuenta de que los que exigían austeridad son los mismos que estaban dispuestos a exprimirnos hasta el infinito para encima intentar convencernos que esta es una dieta adelgazante.

Estar donde ayer no es una victoria para el Estado español, sino la constatación de su irrelevancia. Menuda librada.

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