Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Arte y cultura en el movimiento de liberación vasco

Reflexiones en torno a la entrevista que nos ha hecho Kepa Matxain a Beñat Sarasola y a mí, en el reportaje de Argia, 'Ezkerra eta kultura. Beti biharko uzten den eztabaida'

http://www.argia.eus/argia-astekaria/2481/ezkerra-eta-kultura

 

ARTE Y CULTURA EN EL MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN VASCO

En primer lugar, tengo que decir que me resulta realmente complicado hablar de cultura, arte y estética, y situar estos conceptos en un mismo plano, entiendo que convergen en muchos puntos, pero me remiten a lugares no comunes, a planos de actuación en cierta medida diferenciados. Supongamos que hay tres grandes disciplinas de acceso al conocimiento: el arte, la ciencia y la filosofía; el plano propio del arte es el plano estético, ya que podemos afirmar que el arte trabaja sobre todo con afectos y sensaciones, a diferencia de la ciencia que centra toda su atención en un plano de referencia, o el de la filosofía, que básicamente se ocupa de definir conceptos.

Con el campo de la cultura me ocurre como con la política, que tengo la sensación de que recorre todos los planos y los empapa, los determina, luego la cultura, y concretamente la cultura popular no se puede separar de un determinismo económico y tecnocientífico, y su margen de actuación está adherido a la estructura social. Por supuesto, la estética y la práctica artística están también traspasadas por una u otra ideología y por condicionantes  socio-históricos, pero creo que existe un mayor margen de actuación, que las y los artistas pueden librarse de algún modo de aquello que les determina históricamente, y tener la habilidad necesaria para que la obra de arte permanezca a lo largo del tiempo. El arte es intempestivo, el arte es lo que permanece. Piensa en el dolmen de Sorginetxe, es increíble que siga en pie. La obra de arte ha de sostenerse en pie, permanecer y otros han de hacerla funcionar en otras épocas. Son fuentes de conocimiento y de inspiración inagotable.

Creo que una cultura puede agotarse, no dar más de sí y perecer, desaparecer. De hecho, si algo padecemos en estos tiempos es precisamente la repetición de una misma realidad, alimentada por la maquinaria capitalista, que reproduce cosas, situaciones y sentimientos que nos impiden salir de este bloqueo histórico. Por eso decimos que el capitalismo tiene siempre capacidad de regenerarse, pero no como fuente inagotable de riqueza abstracta, de diversidad y creatividad, sino como producción en serie de la carencia.

Es urgente, si queremos seguir recreando Euskal Herria y no agotarnos, no quedar asimilados como comunidad diferenciada, que nuestra práctica artística, y también nuestras expresiones culturales, se alejen de los dispositivos del espectáculo de masas. Hay que escapar de las formas estereotipadas de la cultura comercial, y del lenguaje de la publicidad

Si retomamos los textos sobre estética de Marx y Engels, nos damos cuenta que le deben mucho tanto a la estética kantiana como hegeliana. Quizá el postmarxismo ha sido capaz de hacer una relectura de esos textos inaugurales (no me gusta mucho hablar de la supuesta incapacidad transformadora de la izquierda ortodoxa porque las heterodoxias declaradas tampoco son siempre capaces de transformar radicalmente el statu quo), y ha hecho esa revisión basándose en la estética fisiológica elaborada por Nietzsche. Yo soy profundamente nietzscheana en ese sentido. Y si hay un autor contemporáneo postmarxista que ha sabido quedarse con lo mejor de esos posicionamientos y gustos estéticos de los que ha bebido el marxismo, y hacer una síntesis exquisita, ese es Eagleton.

Respecto a nuestras fortalezas, no tengo duda de que el movimiento de liberación nacional vasco además de poner la carne en el asador en lo que a planteamientos políticos se refiere, se ha servido de una fuerza y una creatividad desbordante, enriqueciendo la cultura popular y no permitiendo que nos quedemos dormidos ni bloqueadas, ni indiferentes. No hemos parado de crear y de producir esos objetos, esos elementos, esas situaciones vitales que nos constituyen como pueblo, desde la libertad y con valentía, y también desde la corporalidad o fisicalidad más inmanente, es decir, pegada a la tierra. Hemos sabido combinar el torbellino del devenir político con la perdurabilidad del arte. Si tuviéramos ahora que trazar ese plano de sensaciones y afectos, tan propio de nuestra ideología abertzale y de izquierdas, veríamos que lejos de dibujar una línea recta, aburrida y dogmática, hemos sido capaces de hacer piruetas en el aire sin rompernos la crisma. Somos las perdices que saben marear al cazador. La cultura popular vasca está repleta de artefactos, de esas cosas fabricadas que han respondido con eficacia al fin para el que fueron confeccionadas. Nuestro problema no es que no seamos gente creativa, nuestro problema es que nos enfrentamos a máquinas de guerra estatales.

Sabemos reflejar e incluso simular ideológicamente los intereses, los deseos, las ideas, los afectos, las creencias o modos de vida que nos recorren. Es verdad que en su repetición mecánica (estoy pensando por ejemplo en los códigos y lemas de las manifestaciones) da la sensación de que nuestro potencial creativo se reduce y se va agotando. Pero creo que solo es una sensación. Como digo, la realidad socio-histórica hace mermar nuestra capacidad creativa. El Estado es esencialmente burocrático, hay que agarrarse a la vida y a la naturaleza, es ahí donde podemos recargarnos y llenarnos de fuerza creadora. Y esto es lo que a menudo desde el ámbito macropolítico no se entiende, o no se valora. La política produce demasiados personajes estereotipados en los que por aburrimiento dejamos de creer. Los tipos y arquetipos del arte no son buenos políticos ni buenos vendedores en estos tiempos que corren, aunque sean las personas más sobresalientes de una cultura en particular. Vence la mediocridad, también en nuestras filas, los y las líderes en política, no siempre, pero a menudo son mediocres.

La cultura popular y participativa debiera ser capaz de activar los mecanismos para que las personas creativas y generosas, sin estar obligadas a usar las artimañas de la sociedad del espectáculo, pudieran difundir sus experiencias y sus ideas, y que sean tenidas en cuenta. Se desperdicia mucho potencial transformador y se premia a menudo a quienes saben pegar empujones en el juego de la silla. El problema son las relaciones nefastas de poder, el no permitir que cada persona haga lo que mejor sabe hacer, y darle valor colectivo a esa virtud individual. Pero ya nos estamos metiendo en el terreno de la ética y sus principios.

Realmente pienso que el espacio del arte es el espacio que goza de mayor autonomía, más que el espacio concebido como cultural. Sin embargo, soy consciente de que tanto los valores culturales como la situación política condiciona sobremanera nuestra práctica experimental y creadora. La importancia de la pancarta en nuestra sociedad, las referencias mito-naturalistas, el terrible peso de esta guerra de baja intensidad, la exaltación y la humillación, las banderas, los pasamontañas, toda esa iconocracia influye profundamente, para bien y para mal. No es una casualidad que ETA hiciera entrega de parte del arsenal con el Gernika al fondo. Nuestro potente imaginario es una mezcla de estrategia política y de expresión artística, no sabemos separar el arte de la política. Hay quien dice que los vascos nos hemos guiado por el sentimiento trágico de la vida, que somos una especie de artistas tristes. Creo que hay que evitar quedarse con el elemento cliché y fortalecer nuestra originalidad, nuestra singularidad.

Estoy de acuerdo en que la transformación creadora, las metamorfosis más físicas suceden entre poca gente, muchas veces en soledad. El arte invoca esa metamorfosis que nos permitirá trastocar primero nuestro cuerpo y luego el mundo que nos rodea y nos determina. Pero el arte no es siempre comunicación. La comunicación vendrá después, se traducirá en un bloqueo a superar, o no se dará nunca. La experimentación artística y la comunicación de masas son dos cosas totalmente separadas, mejor así.

Creo que cuando afirmamos que la cultura tiene que ser participativa, lo que intentamos decir es que es muy importante que los beneficios del arte lleguen a más personas y les permitan embarcarse en sus propios procesos de cambio y renovación intelectual. El efecto del arte es exponencial en ese sentido, debe contagiar, expandir su riqueza abstracta, ponerla en manos de la gente. Por supuesto, tiene que haber gente sumergida en esa búsqueda, implicada en su metamorfosis individual, comprometida con la libertad colectiva, deseosa de crear un lugar más bello.

El arte nos autoafirma como personas y como comunidad, y hace que nuestro proyecto en común sea duradero en el tiempo. El arte es afirmativo en esencia, aliado con la vida y su capacidad regenerativa inagotable. La política incluso la cultura son ámbitos más conservadores, imbuidos por el peso de las tradiciones y los prejuicios.

 

Ainhoa Güemes

 

 

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