Beñat Zarrabeitia

Cruyff, el legado de un genio

 

 

Ha muerto Johan Cruyff, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. A los 68 años se marcha un genio capaz de liderar a los dos equipos que más han contribuido a modernizar, dinamizar y readaptar al fútbol en la época moderna. Lo hizo siendo capitán de la histórica selección holandesa que deslumbró en el Mundial de 1974, pese a no ganar, y a partir de 1988 como entrenador del Fútbol Club Barcelona. Al frente de la entidad blaugrana, cambió el sino de una entidad tradicionalmente perdedora y a la sombra del Real Madrid para poner las bases de un estilo propio al conjunto catalán.

Leyenda del Ajax, el Barça y la selección holandesa, convirtió en marca registrada prácticamente todo lo que tocó, dotado de un fuerte carácter y personalidad, nunca rehuyó los enfrentamientos. Con la búsqueda de los espacios y el juego combinativo como seña de identidad, logró una enorme cantidad de éxitos en el césped y en los banquillos. Sin embargo, hoy, su llama se ha apagado al no poder vencer la batalla contra el cáncer.

 

 

Nada parecía predecir el fatal desenlace. El pasado mes de febrero, su cuenta de Twitter, anunciaba que las pruebas iban en la buena dirección y hace apenas dos semanas su hijo Jordi publicaba unas imágenes junto a su padre y el también exfutbolista holandés Peter Bosz durante unas jornadas de tecnificación en Israel.

Cruyff nació el 25 de abril de 1947 en la Holanda de la posguerra. Un país azotado todavía por los efectos de la invasión alemana. Con una cultura popular marcada por la historia de Ana Frank y su familia o la simbólica prohibición nazi del uso de las bicicletas. La contienda bélica dejó la muerte de más 110.000 civiles a los que hay que sumar los cerca de 23.000 soldados fallecidos o desaparecidos en los combates producidos en suelo neerlandés. La guerra marcó profundamente a la sociedad holandesa.

Su padre, vendedor de frutas en un puesto en Ámsterdam, le inculcó la pasión por el fútbol. Influenciado por el juego de Faas Wilkes, importante extremo neerlandés que jugó entre otros en el Inter, Torino, Valencia o la selección holandesa, aprovechaban la proximidad de su casa en el antiguo estadio De Meer para jugar o acercarse a ver partidos del Ajax. Con apenas 10 años, Cruyff fue captado por el Ajax tras pasar una prueba junto a otros 300 niños. Cumplido su primer sueño, pronto tuvo que cambiar su percepción, ya que con apenas 12 años perdió a su padre debido a un ataque al corazón.

El fallecimiento de su progenitor, provocó qué debido a la delicada economía familiar, su madre comenzase a trabajar como limpiadora de los vestuarios del equipo de Ámsterdam. Un empleo que le permitió conocer a Henk Angel, un operario de campo ajaccied que también tuvo una creciente influencia en la vida de Johan. Su endeble físico albergaba dudas sobre su capacidad para competir en la élite pero Rinus Michels siempre confió en sus posibilidades, habilitando un plan especial para mejorar su desarrollo. Así las cosas, de mano del inglés Vic Buckingham debutó en el primer equipo el 17 de noviembre de 1964 ante el Groningen con apenas 17 años.

 

 

Triple corona europea con el Ajax

Poco a poco, ya con Michels como primer entrenador del Ajax, fue consolidándose en el primer equipo hasta empezar a romper moldes. En la temporada 65-66, anotó 25 tantos en 23 encuentros y los títulos comenzaban a engordar las vitrinas de su equipo. La creciente capacidad se manifestó también en la competición europea, alcanzando la final de la Copa de Europa de 1969 ante el Milan. Los italianos se llevaron la orejona, pero aquello no fue más que la antesala de la dinastía continental del fútbol holandés. Primero con el triunfo logrado por el Feyenoord ante el Celtic en 1970.

El Ajax alcanzó su primera Copa de Europa el año 1971 en Wembley, un escenario trascendental en la carrera de Cruyff. Lo hizo de la mano de Rinus MIchels en su último gran trofeo con el Ajax. Y es que el título le valió su fichaje por el Barcelona, otro lugar común en la trayectoria posterior de el flaco. Esa misma temporada, comenzó el idilio de Cruyff con el dorsal número 14, tras una larga lesión, era Gerrie Muhren el jugador que lucía el 9. Ante ello, el mito decidió asombrar el mundo saltando al césped con el 14, algo muy poco habitual en un tiempo en la que las alineaciones iban del 1 al 11.

La llegada del rumano Stefan Kovacs al Ajax tuvo también una vital importancia en la carrera de Cruyff. Procedente de Europa del Este e influencia por el fútbol que practicó Hungría en 1954, Kovacs redimensionó el juego implantado por Michels para dotar de nuevas vertientes al conocido como «fútbol total». Una idea cuya implementación dio dos Copas de Europa más al equipo holandés, ganando al Inter y la Juventus respectivamente. Fue el final de un ciclo, dando un punto seguido a la trayectoria de Cruyff. Posteriormente, Kovacs fue reclutado por la federación francesa y puso las bases para que Michel Hidalgo obtuviese los frutos en el Mundial de 1982 y la Eurocopa de 1984.

La polémica acompañó a Cruyff prácticamente durante toda su vida. Sus negociaciones con los directivos del Ajax fueron duras, marcadas por una férrea defensa de sus intereses económicos, incluyendo la ayuda de su suegro. Así, cuando la entidad ajaccied decidió entablar conversaciones para venderlo al Real Madrid. Cruyff se negó en redondo, declarándose en rebeldía y forzando su traspaso al Fútbol Club Barcelona que entrenaba Rinus Michels. Cumplía sus objetivos y asestaba un golpe a la gerencia del Ajax, con cuyas sucesivas directivas mantendría una relación de amor y odio constante a lo largo de su vida. Similar a lo que le ocurriría también con los rectores del Barcelona.

 

 

El holandés volador al que atizó Villar

Su llegada a la entidad blaugrana produjo un gran impacto en el Estado español. En primer lugar, debido a lo elevado del coste, 60 millones de pesetas y un salario de 12.000 dólares al mes. Cifras récord en los estertores de la dictadura franquista. Su debut con la camisola blaugrana se produjo el 28 de octubre de 1973 ante el Granada. Un partido en el que Cruyff marcó dos goles. Según contó en una reciente entrevista en El País: «El día que debuté fue una liberación; y ese mismo día había una serie de catalanes que se habían reunido en secreto en una iglesia y habían acabado en la cárcel, así que todo el mundo fue a verlos allí y no estuvieron en el campo». Se trataba de la detención de la comisión permanente de la Asamblea de Catalunya en la parroquia Maria Mitjancera. «Yo no sabía nada de nada de eso, pero Armand Carabén, que era un buen amigo y gerente del Barça me contó que aquella gente estaba en la cárcel y me pidió que firmara unas fotos. Y las firmé».

Su rendimiento fue clave para que el Barcelona volviese a ganar la Liga tras 14 años de sequía. Hecho que no se repetiría hasta 12 años después con Terry Venables en el banquillo y que ofrece una idea de los problemas de la entidad azulgrana para lograr un éxito continuado y contar con un estilo definido. Su impronta se dejó notar fundamentalmente en su primera temporada, el 22 de diciembre anotó un tanto imposible ante el Atlético de Madrid. De forma acrobática, sostenido en el aire, logró marcar un gol de bellísima factura, inmortalizado desde diferentes ángulos. Poco más tarde, el 17 de febrero, contribuyó al histórico cero a cinco que le endosó el Barcelona al Real Madrid en Chamartín. Entonces fue algo efímero e incluso anecdótico, pero el posterior legado del estilo implantado por Cruyff ha convertido las humillaciones blaugranas en el Bernabéu en algo relativamente habitual.

 

 

Competitivo, voraz, hábil, era capaz de desbordar con su fintas y regates, con una aparente fragilidad y una firmeza envidiable. Altivo, provocador y pendenciero en ocasiones, con filias y fobias tremendamente perfiladas. El 24 de marzo de 1974, pateó a Ángel María Villar en San Mamés en la zona de la tibia, a lo que el entonces jugador del Athletic respondió con un puñetazo. Sin esperar a que el árbitro le mostrase la tarjeta roja, Villar abandonó el terreno del antiguo San Mamés. Una imagen grabada en la memoria colectiva de los que la vieron en directo pero imposible de encontrar en los tiempos de Youtube. El golpe le costó a Villar una sanción de cuatro partidos, la bronca de Joxe Anjel Iribar y una sanción económica de 100.000 pesetas de la federación española. Sin embargo, Egidazu, el presidente rojiblanco de la época, decidió duplicarla aplicando así un castigo ejemplar sobre Villar.

 

 

 

El Mundial de 1974

Uno de los archienemigos de Cruyff es Jan Van Beveren, uno de los mejores porteros de la historia del fútbol neerlandés. Arquero del PSV que mantuvo un enfrentamiento directo con el flaco, lo que le costó su ausencia en el Mundial de 1974. Su puesto fue ocupado por Jan Jongbloed, amigo personal de Cruyff y portero del FC Ámsterdam. Era una especie de antihéroe adelantado a su tiempo. Siendo portero, vestía una camiseta amarilla con el dorsal número ocho, no llevaba guantes y destacaba por su juego con los pies más que su habilidad para detener balones con las manos. Sin embargo, tanto Cruyff como Michels, seleccionador ocasional en la copa del mundo disputada en la RFA, consideraban que era el mejor guardameta posible para el estilo de juego que buscaba desarrollar la selección holandesa.

Era la versión álgida del «fútbol total». Futbolistas capaces de aparecer en cualquier posición, jugar en todos los puestos, combinar, asociarse, moverse y romper las reglas de lo establecido hasta el momento. Un estilo táctico que obligaba a ejecutar todas las acciones a gran velocidad y para lo que era necesario un estado físico óptimo. Con un juego devastador, Holanda fue arrasando a sus rivales, en la primera fase sorprendió y ridiculizó a Uruguay, pinchó con un empate a cero ante Suecia y goleó a Bulgaria. En la segunda, destrozó a Argentina, superó a la RDA y desquició a Brasil. La canarinha -vestida de azul y gris en lo futbolístico-, mostró su cara más dura con un juego sumamente broncó para intentar parar a Holanda.

 

 

Con el sobrenombre de «La naranja mecánica», debido al reciente estreno de la película de Stanley Kubrick, Cruyff, Haan, Krol, Neeskens, Rensenbrink, Rep, Jansen, los hermanos Van der Kerkhof o Rijsbergen se plantaron en la final. Lo hicieron disfrutando en el campo y fuera de él. Los jugadores recibían las visitas de sus parejas en el hotel de concentración y tenían tanto el alcohol como el tabaco a su alcance. La prensa alemana llegó a informar de una fiesta previa a la final en la piscina con la presencia de más mujeres.

La gran cita contra Alemania en Múnich venía marcada por la tensión, los recuerdos de la guerra todavía perduraban de forma muy nítida en la sociedad neerlandesa y buena parte de los medios se encargaron de recordarlo. La animadversión era manifiesta y estaba escenificada en la historia familiar del jugador Wim van Hanegem, quien perdió a su padre y tres hermanos durante un bombardeo nazi.

 

 

Un clima de tensión que rodeó a la final y en el que Alemania fue más hábil. Pese a adelantarse en el marcado, Holanda no supo gestionar su ventaja. En el primer minuto y sin que los teutones hubieran tocado la pelota, Vogts derribó a Cruyff dentro del área y el árbitro señaló el punto de penalti. Neeskens marcó para la naranja mecánica pero Breitner y Gerd Müller lograron voltear el marcador ante del descanso. En la reanudación, Holanda fue un mar de protestas que acabó ahogada en su propia impotencia. Se fueron sin el título, pero dejando un legado histórico más importante que un trofeo, marcaron el inicio de una nueva etapa para el fútbol. Ya nada volvería a ser igual. Al igual que los magiares mágicos en 1954, la mística de la derrota acompañaba a un equipo revolucionario en lo táctico, capaz de ofrecer una aportación imborrable y duradera.

 

La inscripción de Jordi en el registro franquista

De nuevo en Barcelona, Cruyff siguió a lo suyo, que no era otra cosa que marcar goles y regatear por un lado y competir en guerras de poder por otro. Ya lo había hecho también en el Mundial con Adidas, al negarse a llevar sus tres rayas en la camiseta si no le pagaban más dinero. En la capital catalana logró el fichaje de Neeskens para su equipo, sustituyendo al peruano Sotil. Sus enfrentamientos con diferentes estamentos no cesaron, incluyendo el choque que mantuvo con el entrenador alemán Hennes Weisweiler durante la temporada 75-76. El germano había sustituido a Michels y nunca congenió con Cruyff. El holandés renegaba de ser cambiado durante los partidos y tras ser relevado en un encuentro contra el Sevilla anunció su marcha del club. Finalmente, después de que la afición se posicionase a favor de sus intereses, Weisweiler acabó dimitiendo y Cruyff siguió en el Barcelona. Es más, consiguió el retorno de Michels a la entidad.

En sus dos últimas campañas en Barcelona su rendimiento fue amainando e incluso protagonizó otra polémica tras ser expulsado en Málaga. Corría el año 1977 y la entonces incipiente revista Don Balón publicó una portada en la que se podía ver a un Cruyff crucificado bajo el titular «la Cruicifixión». El escándalo fue monumental y José María García, el director de la revista se vio obligado a dimitir.

 

 

Cruyff se despidió de su primera etapa en el Barcelona con el título de la Copa del Rey bajo el brazo y el susto metido en el cuerpo. Y es que durante aquel año sufrió junto a su familia un atraco a punta de pistola en su piso de la capital catalana. Un episodio que alteró notablemente su estado de ánimo. Una familia que se amplió durante su estancia en Catalunya con el nacimiento de su tercer hijo en 1974. Al nacer, Cruyff y su mujer Danny fueron al registro para inscribir a Jordi pero los funcionarios franquistas se negaban aludiendo que el niño no podía ser registrado con el nombre del patrón catalán. Sin embargo, Cruyff se mantuvo en sus trece e inscribió a su hijo como Jordi y no como «Jorge» tal y como le indicaban las autoridades. En aquel tiempo, también jugó dos partidos con la selección catalana.


De EEUU al retorno a Holanda

Concluido su periplo en el Barcelona, decidió no acudir al Mundial de Argentina. Durante años, coqueteó con la leyenda de que su no presencia estaba derivada de un boicot a la dictadura de Videla. Sin embargo, en 2008 confesó que el mencionado atraco alteró sus planes y le llevó a tomar la decisión de tomar más tiempo con su familia. Así las cosas, después de unos meses alejado de los terrenos de juego, en noviembre de 1978 recibió un partido homenaje por parte del Ajax antes de enrolarse en el New York Cosmos de la NASL estadounidense. Un equipo que tenía a la Warner Bros entre sus propietarios y que había contado con figuras de renombre como Pelé, Beckenbauer o Chinaglia. Una etapa muy corta, ya que en 1979 se marcharía al Los Angeles Aztecs en el que sería elegido mejor jugador del torneo. Y de ahí, al Washington Diplomats, escuadra en la que también ofreció un buen rendimiento.

De vuelta a Europa, eligió un destino más que sorprendente: El Levante de la segunda división española. Llegó en marzo de 1981, con la aureola de una gran estrella decadente y apenas disputó 10 partidos con el conjunto granota anotado un total de dos goles. Su nombre figura junto al de otros cracks que curiosamente han vestido la elástica del Levante como Caszely o Pedja Mijatovic. Su carrera parecía languidecer cuando sorprendió a todos volviendo al Ajax.

 

 

En lo deportivo, dicho retorno fue un éxito ya que sumó dos títulos de Liga y una Copa. Un paso en el que cedió el testigo en la delantera a un joven llamado Marco Van Basten. Fue el 3 de abril de 1982, cuando el cisne de Utrecht debutó con el Ajax sustituyendo a Cruyff en un partido ante el NEC Nijmegen. Durante la temporada 82-83, pese a dejar la posteridad el famoso penalti indirecto junto a Jesper Olsen y que recientemente han copiado Messi y Suárez, no ofreció el rendimiento esperado y además sufrió el golpe personal derivado de la muerte de Henk Angel, operario de campo del Ajax y segundo marido de su madre.

La situación derivó en que la directiva ajaccied no le ofreciese la renovación y el presidente de la entidad llegase a afirmar que «Cruyff ya no está capacitado para jugar al alto nivel». Su respuesta, la más contundente posible: Fichar por el Feyenoord, el eterno rival. En el equipo de Rotterdam disputó su última temporada como jugador profesional, compartiendo equipo con un entonces incipiente Ruud Gullit y logrando el doblete en Holanda. Su despedida se produjo en un encuentro en Arabia Saudí ante el Al Ahli.

 

 

Como entrenador implantó el 3-4-3 en el Ajax

Su relación de pasión y enfrentamiento con el Ajax tuvo un nuevo capítulo nada más colgar las botas, ya que pasó a formar parte del organigrama de deportivo del equipo de Ámsterdam. Siguiendo los pasos de su mentor Rinus Michels y con Leo Beenhakker en el puesto de entrenador del primer equipo. La clave de su trabajo pasaba por establecer una metodología y estilo de juego para la cantera, una impronta que se desarrollase desde el alevín hasta el primer equipo. Lo consiguió, mediante el sistema de juego 3-4-3.

En definitiva, tres defensas con capacidad para alternarse, ofrecer salida de balón y con movilidad fundamentalmente en los laterales. Siempre con un portero capaz de jugar bien con los pies y hacer las labores de líbero en ocasiones. Dos centrocampistas con equilibrio ofensivo y defensivo, otros dos de mirada atacante, sendas alas y un delantero cero. El rol de rematador estaba definido para Van Basten. Y con esos mimbres, en junio de 1985, sin realizar el curso de entrenador y carente de un carné que le acreditase como tal, Cruyff se estrenó como entrenador del primer equipo del Ajax. Su máquina empezaba a funcionar con Rijkaard, Silooy, Arnold Mühren, Spelbos, Ronald Koeman, Rob Witschge, Vanenburg, Van’t Schip, Bosman, Van Basten o un jovencísimo Aaron Winter. El título de Copa en Holanda le valió el pasaporte para disputar la Recopa.

 

 

Y fue precisamente dicho extinto trofeo el primer gran éxito internacional de Cruyff en los banquillos. Con un once formado por Menzo en la portería, Silooy, Verlaat y Boeve en defensa, con Rijkaard, Wouters, Winter y Mühren en la medular, las alas para Rob Witschge y Van’t Schip y Van Basten como delantero centro. En la segunda parte entraron un jovencísimo Denis Bergkamp y Scholten. Una escuadra que venció por uno a cero, gol de Van Basten, al Lokomotiv de Leipzig, equipo de la República Democrática de Alemania. En aquella temporada, además de a Bergkamp, Cruyff dio la alternativa a Verlaat y a Richard Witschge, que apenas tenía 16 años.

El éxito provocó que algunos de los clubes europeos más importantes pusiesen sus ojos en las perlas de la plantilla ajaccied. Así, el Sporting de Lisboa fichó a Rijkaard y el Milan de Berlusconi se gastase prácticamente tres millones de dólares para contratar a Van Basten. Unas bajas que dificultaron el trabajo de Cruyff, aunque la entidad trató de paliarlos con el fichaje del atacante irlandés Frank Stapleton o el extremo escocés Ally Dick. Sin embargo, nuevamente, las principales incorporaciones las sacó de la cantera. Y es que en la temporada 87-88, Ronald de Boer y Bryan Roy debutaron con el primer equipo del Ajax. No fue un buen año para Cruyff que no acabó la temporada y tampoco para el equipo, que perdió la final de la Recopa ante el Racing de Malinas belga. Un conjunto entrenador por Aad de Mos, antiguo entrenador del Ajax, y que contaba con dos futbolistas neerlandeses en sus filas como Erwin Koeman y Rutjes. No obstante, sus estrellas eran el israelí Eli Ohana y el portero belga Preud’Homme.

 

 

Paralelamente, el Barcelona vivía sus horas más bajas. Aún golpeado emocionalmente por la final de la Copa de Europa perdida ante el Steaua de Bucarest por penaltis en Sevilla, la depresión tomaba can Barça. Un malísimo inicio de Liga provocó la destitución de Terry Venables. Últimos en la clasificación, Luis Aragonés fue el encargado de sacar al equipo del agujero clasificatorio. No obstante, el Sabio de Hortaleza padeció una fuerte depresión que le obligó a estar de baja durante varias semanas. En medio del caos, Bernd Schuster mantenía un fuerte enfrentamiento con el presidente Núñez y los rumores de que tenía un acuerdo con el Real Madrid eran incesantes. La tempestad no se mitigaba, al contrario, ya que el grueso de la plantilla, apoyada por Aragonés, decidió rebelarse contra el máximo mandatario de la entidad en lo que se conoció como «el motín del Hesperia».

Acosado en diferentes flancos, Núñez decidió dar un golpe de efecto. El hecho de que el Barcelona ganase la Copa ante la Real Sociedad, le certificaba el pasaporte para la Recopa, ya que la clasificación europea a través de la Liga se antojaba más que complicada. Con la mirada puesta en el futuro, el presidente blaugrana pensó en Howard Kendall y fundamentalmente en Javier Clemente para dirigir al equipo en la temporada 88-89. Incluso, se rumoreó que fue el Rubio de Barakaldo el que entregó una lista de posibles fichajes a Núñez. Sin embargo, el golpe de timón, casi a la desesperada, aprovechando que Cruyff no tenía equipo, fue la de fichar al mito holandés. Una leyenda del club para reflotar la entidad.

 

 

«Fútbol Cruyff Barcelona»

Su llegada estuvo precedida de una gran expectación y, sobre todo, de una larga lista de altas y bajas. Según confesó en una entrevista realizada por Risto Mejide, «en aquella época el equipo necesitaba carácter y fiché a 4 vascos, los catalanes no eran tan valientes como ahora». Y efectivamente, el grueso de los fichajes estuvo marcado por futbolistas vascos. Luis Mari López Rekarte, Txiki Begiristain y Joxe Mari Bakero llegaron de la Real, Julio Salinas del Atlético de Madrid, Juan Carlos Unzue de Osasuna y Ernesto Valverde del Espanyol. Además, Jon Andoni Goikoetxea también fue reclutado pero fue cedido durante dos temporadas a la Real Sociedad. En aquel momento, la plantilla azulgrana ya contaba con Andoni Zubizarreta y José Ramón Alexanco en sus filas. Las otras incorporaciones fueron las de Miquel Soler, Ricardo Serna, Aloisio, Eusebio y Manolo Hierro, aunque este último no llegó a debutar y fue enviado al Betis antes de empezar la temporada. De la cantera, dieron el salto Amor, Milla, Sergi López y Jordi Roura.

El cambio de sistema fue uno de los principales quebraderos de cabeza para los futbolistas, que tardaron en adaptarse, especialmente en algunas posiciones. Decisiones como la de enviar al carismático delantero inglés Gary Lineker a una banda fueron objeto de grandes críticas por parte de la afición. Caprichos como contratar al veterano Romerito, una leyenda del fútbol paraguayo en decadencia, antes del partido contra el Real Madrid tampoco parecieron gustar a la afición culé. Menos aún el doblete conseguido por los blancos con Beenhakker al mando. El Barcelona, aun así, salvó la temporada ganando la Recopa en Berna. Los goles de Lineker y López Rekarte superaron a la Sampdoria de Víctor Muñoz, jugador descartado por el propio Cruyff al inicio de aquella temporada.

 

 

Con la intención de perfeccionar su sistema y estilo de juego, el Barcelona fichó por petición de su entrenador al defensa holandés Ronald Koeman y al mediapunta danés Michael Laudrup. El primero otorgaba una extraordinaria salida de balón desde la defensa, amén de una gran capacidad de anotar con los lanzamientos de falta, mientras que Laudrup contaba con una privilegiada visión de juego. No obstante, la temporada 89-90 no fue como todo el «entorno», concepto acuñado por Cruyff para referirse a la presión externa que sufre el Barcelona, y Núñez estuvo a punto de destituir al holandés.La inclusión del joven Lucendo en el primer partido de la temporada en Valladolid, dejando a Valverde y Eusebio en la grada, fue otro de sus arrebatos de entrenador.

Nunca más se supo de Lucendo en el primer equipo, años después y tras un largo periplo por Segunda B, fue uno de los jugadores que más internacionalidades alcanzó con la selección de Andorra. En la Supercopa de Europa alineó a Jordi Roura en Milán, que se destrozó la rodilla en un choque con Van Basten o en la Recopa ante el Anderlecht optó por otro sorprendente revulsivo como Onésimo. Eran las cosas de Cruyff, mientras el Madrid de Toshack batía todos los récords en Liga.

 

 

Finalmente, salvó la cabeza con el título de Copa conseguido ante el Real Madrid en Valencia. Los roces con la directiva ya eran notorios, al igual que con algunos de los responsables de cantera. El intento de implantar una metodología común para todos los equipos, basado en el esquema de juego 3-4-3, o decisiones discutibles como la de incorporar a Danny Müller, joven ex jugador del Ajax y entonces pareja de una de sus hijas al equipo filial, le provocaron fuertes fricciones con algunos entrenadores de la cantera. El más sonado, el que mantuvo con Lluis Pujol, que acabó perdiendo su puesto como entrenador de cantera.

En el vestuario también imponía su ley y el primero en comprobarlo fue Luis Milla. El turolense, versión 1.0 del famoso «4» que Cruyff implantó en el sistema de juego culé, fue el damnificado tras no renovar su contrato con el Barcelona. El holandés lo apartó del once titular tras rumorearse que tenía una oferta del Real Madrid, su destino final, y dicho ostracismo le privó de acudir al Mundial de Italia. Amigos y enemigos, amor y odio, arriba y abajo, sin medias tintas, volátil, decidido, cercano y dictatorial, Cruyff era capaz de mostrar todas sus caras, incluso para devorar a sus hijos futbolísticos. Y es que Milla encarna el precursor de una estirpe que ha sido marca registrada en La Masia. Tras él llegaron Guardiola, De la Peña, Celades, Arteta, Iniesta, Busquets, Thiago o Sergi Roberto.

 

 

El gol de Bakero en Kaiserslautern y el zapatazo de Koeman en Wembley

Durante las semifinales de la Recopa de 1988, Johan Cruyff se fijó en un delantero búlgaro llamado Hristo Stoichkov. Rápido, de pegada demoledora y carácter volcánico, compartió con Hugo Sánchez la Bota de Oro. Unas credenciales que facilitaron su llegada al Barcelona en el verano de 1990. Junto a él, Jon Andoni Goikoetxea y Albert Ferrer regresaban de sus respectivas cesiones a la Real y el Tenerife. Ambos fueron clave en que el Barcelona volviese a ganar la Liga tras seis años de sequía y alcanzase la final de la Recopa de 1991. Una final en la que el exblaugrana Mark Hughes fue el verdugo de su antiguo equipo. Ambas incorporaciones y el debut de Pep Guardiola en el primer equipo culé dieron paso a la hasta entonces etapa más gloriosa de la historia del Barcelona.

Siempre al filo del precipicio, saliendo indemnes con el ruido de la campana, el Barcelona encadenó cuatro títulos de Liga. En los tres últimos, llegó como segundo clasificado a la última jornada de Liga pero las famosas derrotas del Madrid en Tenerife o el penalti de Djukic le permitieron proclamarse campeón. La suerte estaba de su lado, al igual que con el agónico gol de Bakero en Kaiserslautern.

 

 

Un tanto sobre la bocina, que evitó la eliminación blaugrana en la Copa de Europa de 1992. Un gol que le acabó abriendo las puertas de la final. De nuevo en Wembley, como en 1971. En esta ocasión como entrenador, con el premio vital de haber agotado ya una de sus vidas. Pocos meses antes, Cruyff había sufrido un infarto que puso en riesgo su vida. Los doctores le pidieron que dejase el tabaco y desde entonces pasó a ser uno de los principales consumidores de chupa chups. Conocedor de la responsabilidad histórica de un Barcelona que había perdido varias finales de la máxima competición continental, antes de saltar al césped recomendó a sus jugadores aquello de «salid y disfrutar». Finalmente, un golazo de Koeman en la prórroga, con un magnífico lanzamiento de falta, le dio el título al Barcelona.

Con un estilo de juego sumamente atractivo, los títulos caían, pero Cruyff quería más y añadió magia a su equipo. Contrató a Romario, «un futbolista de dibujos animados» en palabras de Jorge Valdano. El brasileño respondió a las expectativas y marcó 30 goles en Liga. Sin embargo, el conocido como Dream Team pereció en la primavera de 1994. El Milan de Capello, ya sin holandeses, aplastó por cuatro a cero al Barcelona. Aquella debacle provocó las salidas de Zubizarreta, Salinas y Goikoetxea, Laudrup hacía tiempo que había firmado por el Madrid tras deteriorarse su relación con Cruyff y ya nada volvió a ser igual. El flaco trató de responder la fórmula del éxito fichado a jugadores de un nivel inferior. Incorporaciones como las de Lopetegi, Eskurza, Sánchez Jara, Escaich, Cela, Korneiev, Jose Mari o un Gica Hagi en horas bajas marcaron la temporada 94-95.

Un curso en el que el preparador holandés se enfrentó con Romario y Stoichkov, cismas que acabaron con las dos estrellas fuera de Barcelona. El sustituto de ambos en la delantera no fue otro que Johan Jordi Cruyff, su hijo. Además, tras varios años en el filial, llegado a disputar partidos con el segundo equipo a los 28 años, Jesús Mariano Angoy por fin debutaba con el Barcelona. Un portero unido familiarmente al entrenador, ya que era la pareja de su hija Chantal. Angoy acabó como jugador de fútbol americano. Su poder y tentáculos llegaron a ser tales que la revista Don Balón sacó otra portada con el titular de «Fútbol Cruyff Barcelona».

 

 

Cese y herencia futbolística

La paciencia de Núñez se estaba acabando pero decidió acometer un nuevo proyecto con los fichajes de Luis Figo, Gica Popescu, Meho Kodro y Robert Prosinecki. Cruyff, por su parte, decidió poner sobre el césped a la conocida como «la quinta del Mini», integrada por De La Peña, Roger, Toni Velamazán, Quique Álvarez, Albert Celades y Juan Carlos Moreno. En la portería, se alternaron Busquets y Angoy, mientras que el máximo goleador del equipo fue Óscar García Junyent. Sin opciones de ganar la Liga, perdida la final de la Copa y tras ser eliminados por el Bayern en las semifinales de la UEFA, el cisma entre Cruyff y Núñez resultaba insalvable. Una semana antes de terminar la temporada, el holandés era cesado y sustituido por Bobby Robson -que llegaría acompañado por un entonces desconocido José Mourinho como ayudante y traductor- para la temporada 96-97. La ruptura fue traumática, se rumoreó que durante su última conversación con el vicepresidente Joan Gaspart, se intercambiaron insultos y volaron sillas. Fue el triste epílogo de un mito en el Barcelona.

Cruyff no volvió a entrenar jamás a nivel profesional, pese a que hizo sus pinitos como seleccionador catalán, aunque siguió vinculado tanto al Ajax como al Barcelona. Núñez se mantuvo en la presidencia hasta el año 2000 y años más tarde acabaría en prisión debido a otros asuntos empresariales.

 

 

Sin embargo, el legado de Cruyff fue más importante que sus títulos. Logró dotar de un estilo y una personalidad al Barcelona, una entidad que hasta su llegada arrastraba un rol de perdedor y que en innumerables ocasiones le había dado al botón de ensayo y error para intentar enderezar su situación. Los nombres de Maradona, Krankl o Schuster pueden servir de ejemplo, pero Cruyff le dio identidad y un plan. Un esquema, una estrategia de actuación, juego y planificación. Unas bases que posteriormente, una vez implementadas, se han ido desarrollando y modernizando. Una evolución lógica que contó con un arquitecto fundamental: Pep Guardiola.

El de Santpedor llegó al banquillo del Barcelona de la mano de Joan Laporta, presidente al que apoyó Cruyff incondicionalmente, y con Txiki Begiristain como director deportivo. Un cuarteto en total sintonía personal y deportiva. Ahí, con la base del Cruyffismo, pero con el sello inconfundible y duradero de Guardiola, el Barcelona entró en otra dimensión. La que le daba tener a Xavi, Iniesta y Messi. La conexión hacia la nueva etapa de éxito, ya con Luis Enrique, en un modelo más industrial pero aún más demoledor en la pegada. Messi, Suárez y Neymar, quizá la mejor delantera de la historia. La versión 3.0 de una idea que se empezó a implementar en 1988.

 

 

Sin poder regatear a la enfermedad

En 2008 volvió al Ajax pero apenas duró dos semanas como director deportivo, en el Barcelona devolvió la insignia de brillantes debido a sus discrepancias con el expresidente blaugrana Sandro Rosell. Era parte de su carácter, sin medias tintas. Al igual que durante su última etapa decidió sumarse la masiva reclamación por el derecho a decidir de la sociedad catalana y con motivo de la Diada de 2014 fue una de las personalidades de diversos ámbitos que apoyó la independencia. Hoy, a los 68, el número 14 se va, no ha podido regatear al cáncer de pulmón contra el que luchaba desde hace un tiempo y pasa a ser un mito eterno. De inmenso legado. Descanse en paz.

 

Beñat Zarrabeitia