Santiago Noriega

Una de polacos en la clausura del Festival de Jazz de Gasteiz

El escenario del Teatro Principal se llenó de músicos polacos, y no solo por Maciej Obara y los músicos con los que se rodeó para ofrecer un concierto sutil, delicado, donde momentos emocionantes y de gran belleza contrastaban con otros de un provocado caos de gran intensidad.

Un momento de la actuación de Maciej Obara Quartet, el domingo. (Raúl BOGAJO/FOKU)
Un momento de la actuación de Maciej Obara Quartet, el domingo. (Raúl BOGAJO/FOKU)

El saxofonista se trajo consigo la música de dos grandes artistas que han influnciado a varias generaciones de jazzeros en su país de origen. En varias ocasiones se refenció a Krysztof Komeda y al recientemente fallecido Tomasz Stanko, dos leyendas de la escena musical europea. El nombre de Krysztof Komeda quedó ligado para la historia al del director de cine, Roman Polanski, de manera que al mencionar a uno, se piensa automáticamente en el otro. En definitiva, se llenó de polacos el Teatro Principal.

Su último disco y los recitales a los que se puede acceder en vídeo en redes sociales, apuntaban lo que se podía esperar de la propuesta en escena del cuarteto, y en ese aspecto no defraudaron en absoluto. Ofrecieron un recital que exigía tanta concentración para los músicos como para el público, y debido a la incómoda hora a la que se programó el concierto, las 17:30h, al público le costó un poco seguir el hilo de la actuación. Sin terminar de hacer la digestión, las nebulosas introducciones en forma rubato, sin un tiempo definido con el arrancaron la mayoría de los temas podían apartar fácilmente a los presentes empujándolos a hundierse un poco en sus asientos.

La escena se repetía al comienzo de cada tema. Maciej o el pianista Kit Downes comenzaban con unas notas echadas al aire, sin saber donde iban a terminar ni a empezar las siguientes, y poco a poco iban avanzando en el tema hasta tocar la melodía del mismo de una manera un tanto desdibujada. Se sumaban entonces el bajista y el batería jugando a esconder o a evitar caer en una veloccidad determinada, creando atmósferas flotantes donde los músicos interactuaban unos con otros a cada momento. Tras aguantar el juego de esconder y evitar el tempo, la tensión iba subiendo en el escenario, hasta que en algún momento, aparecía como un suelo esa sensación de casa que te invade cuando por fin puedes mover el pie para seguir el ritmo. Los instrumentos solistas desarrollaban sus respectivos solos para acabar de nuevo disolviendo el tema en una delicada nebulosa de notas hasta que el sonido terminaba por agotarse.

Destacar la contribución del batería Mical Miskiewicz con estilo muy personal, y que leyó las sutiles situaciones caminando siempre a establecer un diálogo con todos, cambiando los paisajes con sutiles y complejos movimientos rítmicos, reaccionando a todo lo que el resto hacía y proponiendo y empujando a los solistas a generar otras frases, otras ideas surgidas de la interacción instantánea. Gran trabajo también el del contrabajista Max Mucha, que demostró moverse en este tipo de situaciones músicales como un pez en el agua, soportando, aunando y generando tensión cuando el momento lo requería.

En definitiva, un gran concierto para los amantes del jazz contemporáneo europeo, pero al que la hora no favoreció en absoluto. Un extraño final para la programación, que los aficionados más aventureros habrán disfrutado tanto por la calidad del sonido como lo apropiada y acogedora que resultaba la sala. Con una platea llena, pero con un aforo menor que en el evento de CMS y una sensación de ingravidez en el cuerpo provocada por la música de Maciej Obara, se despide hasta el año que viene el Festival de Jazz de Gazteiz. Deseando que los tiempos mejoren y volvamos a disfrutar sin restricciones de la música en directo y en la vida en general, quedamos a la espera de futuros acontecimientos.