Xandra  Romero
Nutricionista

El hambre mental

A través de esta sección hemos tratado de explicar la complejidad de la conducta alimentaria, del metabolismo, la regulación del apetito etc. Y es que hablar de comer no es solo hablar de hacerlo por sensación de hambre física, sino que experimentamos otros tipos de hambre que también nos llevan a comer y de los que a menudo no somos conscientes. Hemos hablado del apetito emocional pero nunca del hambre mental, y es que el papel del pensamiento en la relación con la comida es fundamental. En parte esto es así porque muchas emociones son precedidas por pensamientos.

Los pensamientos que conforman el hambre mental están condicionados por todos los conocimientos e información que hemos adquirido a lo largo de nuestras vidas, basado en lo que hemos leído, nos han contado, lo que hemos visto hacer, las dietas que hemos hecho, las modas, los tipos de cuerpo que consumimos etc…Así, aprendemos a escoger nuestros alimentos en base a toda información que nos dice nuestro cerebro: términos como calorías, grasas, desnatado, carbohidratos rápidos, lentos, etc….

El hambre mental también puede estar formado por pensamientos en forma de normas, blanco o negro, de creencias tipo: debo, me merezco, si como esto entonces pasará aquello, etc…

Sin embargo, tal y como ocurre con el apetito emocional (guiado o impulsado por emociones), hay ocasiones en las que creemos que es negativo. En realidad, es bueno tener información nutricional (reglas o normas) que guíen nuestro autocuidado, sin embargo, lo que es peligroso es dejar de confiar y percibir las señales corporales de hambre, para cederle toda la responsabilidad al hambre mental.

Esto puede ocurrir si eres dietante crónico (haber vivido siempre a dieta), y es que como las dietas restrictivas funcionan con normas férreas, probablemente el hambre mental esté demasiado presente sin darnos cuenta.

De modo que el primer paso para detenerlo, o, rebajar su intensidad en las decisiones alimentarias, lo primero será aprender a detectarlo.

En primer lugar, antes de comprar, preparar la comida y de comer, párate y averigua qué pensamientos tienes: ¿estos son en formato ‘reglas’ o ‘normas’? ¿O quizás aparecen ‘debería comer o no debería comer’? ¿Tienes pensamientos relacionados con calorías, combinaciones de alimentos, azúcar etc…? O quizá tienes pensamientos tipo ‘premio/castigo’ como por ejemplo ‘no me voy a poner este pantalón hasta que no pese 50 kg’ o ‘no comeré un dulce si no he hecho ejercicio ese día’ o a lo mejor por el contrario, reconoces normas inculcadas desde la infancia como ‘no puedo dejarme nada en el plato’ y otras del estilo.

Si tus pensamientos y sentimientos en torno a las elecciones de alimentos y al momento de comer oscilan de forma muy extrema según estas premisas, significa que el hambre mental está muy presente y sería recomendable acudir a un dietista-nutricionista para trabajar tu relación con la comida, tu conducta alimentaria y desmitificar muchísimos de esos pensamientos.