IGOR FERNÁNDEZ

Leer entre líneas

Gran parte del éxito o el fracaso en las relaciones entre personas es la capacidad para leer entre líneas. Lo que en teatro o en cine se denomina ‘subtexto’, en la vida social tiene una importancia capital. Todos sabemos que las interacciones sociales se desarrollan en varios niveles a la vez, y escuchar las ‘vibraciones’ que cada uno de esos niveles emana, es diferente a simplemente distinguir el lenguaje verbal del no verbal. Esta distinción hace referencia a lo que comunicamos con palabras y lo que comunicamos con el aspecto físico de la comunicación como puede ser el gesto, la tensión o postura corporales, el tono de voz o la mirada.

A veces se describen solo estos dos niveles como el primer paso en busca de la coherencia o incoherencia entre ambos, casi como si, lo importante a la hora de descifrar la comunicación y su contenido último, fuera un acto de investigación y cotejo entre lo que se dice con las palabras o con el cuerpo, en busca de una verdad o una mentira. Sin embargo, esta pesquisa que puede tener mayor relevancia entre desconocidos o entre personas que tienen una relación superficial o funcional, cuando la intimidad aumenta, se muestra insuficiente; ya que, por norma general, damos por hecho que nos están diciendo lo que nos quieren decir. Si nos quedáramos solamente ahí, en esa dicotomía, lo más lejos que podríamos llegar sería a algo así como: «bueno, mi pareja me está diciendo A de palabra pero sus gestos, actitud y tono, implican que hay un B que no me está contando», o, mejor dicho, que también me está contando.

A menudo, percibir que hay una inconsistencia nos pone en alerta en mayor o menor grado y, al mismo tiempo, a partir de ahí puede abrirse el fructífero camino al entendimiento, en el que podemos poner algo más de nuestra parte que la suspicacia.

En primer lugar, la alerta puede convertirse en curiosidad; en vez de construir un relato interno sobre la incoherencia que hemos percibido, o abrir la puerta a los fantasmas internos sobre lo que dicha incoherencia pudiera significar, podemos frenar los caballos –algo útil es recordar las veces en las que nos hemos precipitado en el pasado a sacar conclusiones que han terminado siendo erróneas– y ofrecer el beneficio de la duda.

La incoherencia, y en particular la alerta –dependiendo de lo que esa incoherencia haya implicado en el pasado– nos hace sentir cierta distancia con el otro, nos deja un poco solos, solas, y con cierta confusión, lo cual nos genera inseguridad. Desde esa inseguridad no es de extrañar que demos vía libre a la paranoia, a la fabulación en la que salimos perdiendo o en la que el vínculo se resquebraje. Antes de todo ello podemos decirnos algo así como «bueno, no entiendo lo que me están queriendo decir cuando me dicen A, porque noto que el tono es de otra cosa, así que voy a investigar antes de sacar conclusiones precipitadas». Si fuéramos capaces de simplemente hacer algo así, parar a tiempo y preguntar con interés genuino sobre lo que no entendemos, estaríamos dando una oportunidad a conocer mejor al otro pero, sobre todo y más importante, a no asustarnos o enfadarnos sin motivo, lo cual pone en riesgo el vínculo realmente; generando dicha reacción un nuevo estímulo que ahora alerta al otro, desencadenando una dinámica similar.

Otra manera de mantener los caballos a raya es recordarnos que el silencio solo va a empeorar lo que sea que haya si es que hay un conflicto pendiente, o la incomprensión, o incomodidad de la otra persona, así que es mejor hablar de ello cuanto antes. Puede parecer que hablamos de un malentendido que oculte una ruptura mayor pero no es –solo– eso; incluso aunque no suceda nada grave, habituarnos a preguntar sobre lo que no sabemos, fortalece el vínculo porque le dice a la otra persona, también entre líneas, «sigo teniendo interés real por ti», más allá del tiempo o las circunstancias.