Igor Fernández

Demasiado bueno

A veces da la sensación de que las personas estamos más acostumbradas a la carencia que a la abundancia en lo que se refiere a relaciones de intimidad. En otros aspectos, la mayoría de los seres vivos tienen que luchar día a día por obtener lo que necesitan para sobrevivir, en entornos que tienen una cantidad limitada de recursos. Unos animales buscan los brotes verdes que se ocultan, y los nutrientes dentro de estos, con el consiguiente empleo de energía y tiempo; otros, recorren grandes distancias en busca de estos, para después tener que jugarse todo ese esfuerzo a una carta, en un acecho y ataque final.

Las personas, de algún modo, también tenemos que invertir tiempo y esfuerzos en obtener lo que nos nutre, de diversas maneras; sin embargo, en las relaciones, la carencia a veces también deja una inercia que influye cuando finalmente conseguimos de ellas lo que necesitábamos –e incluso ansiábamos–. Dicha inercia puede tomar la forma de la desconfianza, o incluso de la crítica, de una forma aparentemente incomprensible. Por ejemplo, alguien que espera tener una pareja que le trate bien, a diferencia de las anteriores, que le cuide, atienda y con quien sentirse tranquilo, pero que, al encontrarla, empieza a buscar pegas, o incluso rompe con dicha relación por motivos difícilmente comprensibles desde el exterior. Esta persona puede incluso llegar a sentirse aliviada tras terminar algo que aparentemente estaba muy bien pero que, internamente, generaba una gran inquietud. Y sí, a veces lo que aparentemente está muy bien, puede desvelarse como indeseable pero otras, lo que sucede es que parece demasiado bueno.

Comenzamos entonces a hacernos una serie de preguntas que realmente son la apertura a puertas de escape: ‘¿y si me lo he imaginado?’, ‘¿y si me están mintiendo?’, ‘¿y qué pasará cuando se acabe?’, etc.. Con estas preguntas ‘escapamos’ de la responsabilidad de nuestra propia felicidad, nuestro propio bienestar. Asumir que lo que tanto anhelábamos por fin ha llegado, quizá en una forma diferente a la que imaginábamos, nos separa en cierto modo de ese pasado conocido de carencia y nos coloca en primera línea. Ahí, lo que suceda corre de nuestra cuenta, ya no es achacable a ninguna otra circunstancia ni a ninguna suerte de ‘destino’.

Asumir lo que nos va bien, nos coloca también en la situación de disfrutar lo que quizá otros no hayan disfrutado antes, de tolerar la diferencia tanto con ellos como con nosotros, con nosotras, en ese tiempo. Es curioso pero tener por fin el trabajo deseado, por ejemplo, a algunas personas les lleva a pensar en la multitud de compañeros y compañeras que no lo consiguieron; ganar un sueldo alto, a otras les hace recordar las penurias de sus antepasados; incluso tener un hijo hay a quien le recuerda que la vida se va pasando.

En definitiva, todas estas experiencias positivas sobre el papel, para algunas personas, en la práctica, tienen una letra pequeña que desafía la lealtad con el pasado, con las propias creencias sobre lo difícil de la vida. Es, paradójicamente, también un duelo de quién ha sido esa persona en todos los años de esfuerzo o lucha; incluso con el esfuerzo y lucha de generaciones pasadas.

A veces, llegar a meta puede ser deprimente. El reconocimiento a lo vivido, el agradecimiento a las personas que nos ayudaron o estuvieron ahí, o simplemente la apreciación de cómo el tiempo ha pasado, puede ayudarnos a dar la bienvenida a los logros, si estos son demasiado diferentes a lo conocido. Y, a partir de ahí, la celebración de una nueva fase de la vida, esta vez, menos difícil, más completa, más interesante o divertida. Pero nueva.