Zigor Aldama
UNA TRADICIÓN AMENAZADA

Las últimas acrobacias chinas

Los bajos salarios y la extenuante formación restan atractivo a las artes circenses en China. Visitamos una de las escuelas de acróbatas más famosas del país para entender por qué se ve amenazada una tradición tan arraigada.

Las luces de los dormitorios de la Escuela de Acróbatas de Shenyang se encienden a las 5.50 de la mañana. En el horizonte de la capital de la provincia china de Liaoning solo se distingue un delgado haz púrpura cuando los estudiantes, de edades comprendidas entre los 6 y los 15 años, se levantan y asean antes de poner rumbo a las aulas. Las clases comienzan a las 6.15. Los chavales aprenden chino, matemáticas, ciencias naturales o inglés antes de matar el hambre con el desayuno, que se sirve a las 7.50. Y tienen que darse prisa con la comida, porque a las 8.30 deben estar ataviados con la ropa de entrenamiento para dar comienzo a lo que realmente les ha llevado hasta aquí.

En dos espaciosos gimnasios de la primera planta, los entrenadores colocan a niños y niñas en fila. Comienza un intenso calentamiento en el que los alumnos se contorsionan hasta poner en entredicho los límites del cuerpo humano. «Les enseñamos todo tipo de técnicas circenses, pero la flexibilidad es lo más relevante para los acróbatas a estas edades. Porque es muy sencillo perderla. Bastan dos semanas de vacaciones para que parezca como si sus huesos se hubiesen soldado y tengamos que empezar de cero», explica Wang Ying, la jefa del programa formativo de los niños. De esta escuela saldrán algunos de los mejores acróbatas de China, pero solo después de que hayan sudado sangre.

¡Un, dos y tres! Los alumnos doblan su espalda hacia atrás hasta agarrar las piernas con los brazos. Y mantienen la posición durante un minuto que se hace eterno. Algunas lágrimas humedecen las mejillas de quienes más sufren, pero ninguno se queja. Como mucho, se escucha algún suspiro de alivio cuando recuperan la verticalidad. Después de unos segundos de descanso, su cuerpo vuelve a ser de goma y repiten la contorsión, pero esta vez sentados en el suelo. Incluso la niña de “El exorcista” se sorprendería.

«Son buenos chicos. Una disciplina estricta y los valores de la camaradería y el sacrificio logran que el carácter rebelde de la pubertad no se manifieste como en otros niños de su edad», añade Wang, una robusta mujer de 47 años que aparenta muchos menos y que, a diferencia de la crudeza que atribuye el imaginario colectivo occidental al sistema educativo chino, se muestra cariñosa y comprensiva con los alumnos. No hay gritos ni castigos, pero sí caricias y abrazos. «El látigo de antes ya no funciona», comenta con media sonrisa mientras los alumnos dan volteretas sobre el tatami. «Nuestro objetivo es lograr que los niños sean capaces de participar en espectáculos tras dos o tres años de formación, incluso antes de que reciban el diploma oficial de los siete años de educación obligatoria», explica.

La cantera. A las 11.20, cuando concluye la sesión matinal, el aire del gimnasio pesa. Es hora de recoger los bártulos e ir a comer. El menú es sencillo, pero sano: sopa, verduras salteadas y una pata de pollo. Para que no se indigesten, la siesta es sagrada. Los alumnos tienen que estar descansados para encarar la sesión de la tarde, que se centra en el equilibrio y las habilidades con los objetos más habituales de la profesión: desde las clásicas mazas o el diábolo, hasta nuevos artilugios más sofisticados. Con todos ellos, el secreto del éxito es uno: repetir cada movimiento hasta lograr la perfección.

Si los alumnos son buenos y desean hacer carrera como acróbatas, a partir de los 14 años entrarán como becarios en la troupe profesional de la escuela, que es de titularidad estatal. Pero sus responsables reconocen que tampoco tienen mucho donde elegir, porque, actualmente, solo hay veinte niños y niñas matriculados en la escuela. «En la década de 1990, cada año podíamos seleccionar a los sesenta mejores alumnos entre muchos candidatos ansiosos por ser aceptados. Pero, ahora, tenemos suerte si fichamos a diez, y basta con que estén sanos para que entren», se lamenta uno de los profesores, Tong Tianshu, que también trabaja con la Troupe Acrobática de Shenyang.

   

La cantera se resiente, y eso se traslada también al equipo profesional que nutre. «A principios de este siglo éramos unos 120 acróbatas profesionales. Podíamos dividirnos en tres equipos para llevar a cabo espectáculos en diferentes lugares de forma simultánea. Pero ahora somos solo cuarenta, y tenemos dificultades hasta para hacer dos grupos. Así que nos vemos obligados a rechazar muchas propuestas que nos hacen desde el extranjero», lamenta la subdirectora de la troupe, Wang Xiao.

La razón de esta decadencia en el mundo de la acrobacia hay que buscarla, curiosamente, en el milagro económico que ha protagonizado China. «Gracias al gran desarrollo del país, las familias disfrutan de un mayor bienestar. Eso se traduce también en grandes expectativas para los hijos. La mayoría de progenitores desea que vayan a la escuela y que continúen su formación en la universidad para desempeñar una carrera profesional en trabajos bien remunerados», explica el director de la escuela, An Ning. «Además, la política del hijo único –que ahora se ha extendido a dos descendientes por pareja–, dificulta la búsqueda de alumnos, que consideran muy duro el entrenamiento de los acróbatas. Pero antes lo era todavía más», añade con una mueca de resignación.

El propio Tong reconoce que él no enviaría a sus retoños a la escuela: «Cuando yo comencé mi carrera, esta profesión era una de las pocas que permitían salir a ver el mundo. He viajado a muchos países para participar en espectáculos circenses, e incluso he vivido en Estados Unidos durante cinco años. Pero la sociedad ha cambiado, y ahora viajar y estudiar en el extranjero son algo relativamente común».

Otro de los entrenadores, Shan Dan, añade que, además, los salarios son muy bajos: «Mi padre trabaja en una empresa de logística y mi madre en una fábrica. Cuando yo me gradué en esta escuela, ganaba más que ellos. Pero, mientras que los ingresos de los trabajadores de otros sectores han crecido todos los años, los nuestros se han estancado. Ahora, incluso tengo que buscar otros trabajos temporales para mantener a mi mujer». Por si fuese poco, Shan ha sufrido dos lesiones graves, una en la rodilla y otra en la cintura.

Una corta carrera. Es el pan de cada día en la escuela. Lo demuestra Guo Shenyu, de 19 años. Aunque todavía siente un intenso dolor por la lesión que sufrió durante el último espectáculo, esta joven no puede permitirse el lujo de estar dos semanas apartada del escenario, como le ha recomendado el médico. «Somos demasiado pocos, así que tenemos que aprender a sonreír incluso cuando el dolor nos incita a llorar», comenta con una sonrisa difícil de interpretar.

Por si todo lo anterior no fuese suficientemente disuasorio, todos los entrevistados para este reportaje subrayan que la carrera de los acróbatas, como la de la mayoría de los deportistas de élite, es corta. «Espero poder trabajar hasta los 40, pero es evidente que, cuanto más mayor me hago, más tengo que entrenar para lograr resultados peores», señala Shan, que acaba de cumplir 36 años. «Cuando ya no pueda más, no sé qué haré. Las opciones son muy limitadas», admite.

An no esconde su temor a que la acrobacia china inicie una agónica extinción. «La historia de esta profesión en China se remonta 3.700 años. Creo que es un patrimonio cultural que se debe preservar y promover», opina el director del centro, que fue fundado en 1951, durante la era dorada que el circo vivió tras la proclamación de la República Popular. «Fuimos una de las primeras escuelas, y creamos la troupe con más éxito: hemos actuado en más de 70 países y 500 ciudades, y sumamos 40 premios internacionales, incluido el primero otorgado a un espectáculo chino. ¡Incluso Richard Nixon hizo una visita a nuestra troupe en 1973, poco después de que Estados Unidos y China iniciasen sus relaciones diplomáticas!», añade An echando mano de un orgullo cada vez más esquivo.

El actual director tomó las riendas de la escuela en 1997, y todavía tuvo ocasión de vivir algunos de sus momentos estelares. Recuerda con especial emoción su participación en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Atenas, en 2004, y las giras que hizo por Europa y América Latina. «Somos la troupe acrobática más influyente de China», sentencia.

Pero el prestigio no ha sido de gran ayuda para obtener financiación. Las subvenciones públicas escasean y la venta de entradas para los espectáculos se queda corta. A pesar de ello, la escuela ya no cobra la matrícula, porque solo las familias más desfavorecidas tienen interés en que sus hijos se formen en sus instalaciones. «Es difícil cuadrar las cuentas, y a veces tenemos que pedir préstamos, pero no podemos sumar presión económica a las familias porque la principal preocupación es encontrar aprendices», reconoce Wang.

Según estadísticas de 2010, las últimas disponibles, en China operan 124 equipos de acróbatas que emplean directamente a 12.000 profesionales y que proporcionan empleo de forma indirecta a unas 100.000 personas. «A pesar de que el salario es bajo, adoro este trabajo y nunca he pensado en hacer otra cosa», concluye Shan antes de agarrarse a dos telas rojas que cuelgan del techo y con las que volará sobre el escenario de la planta baja, en la que entrena la troupe profesional.

El futuro de los más jóvenes. En una esquina de la amplia estancia, un grupo de mujeres prepara uno de los actos de “Panda: odisea en busca de un sueño”, un espectáculo que combina acrobacias y humor para tener entretenidos a los más pequeños. Se estrenará en un par de días en el auditorio del Gran Teatro Shengjing de Shenyang, un edificio futurista conocido por su forma poliédrica como “el diamante”, y todavía hay que pulir algunos detalles.

Sun Qiyue, de 14 años, monta en monociclo y realiza todo tipo de piruetas con él. «¡Me encanta!», dice mientras da vueltas a toda velocidad alrededor del periodista. Ella es una de las últimas adolescentes que han sido aceptadas en la troupe profesional después de concluir los estudios de acróbata en la primera planta, y sus profesores dicen que es uno de los talentos más prometedores. «Al principio ganaré unos 2.000 yuanes (260 euros) al mes, pero luego el sueldo se incrementa según nuestras habilidades», comenta esperanzada.

Como muchos otros compañeros, Sun procede de una familia humilde. Sus padres la matricularon después de que un vecino les hablase del centro, al que consideraron una buena alternativa a la educación formal porque le ofrece comida gratis. «Me gusta lo que hago. Es cansado, pero no hay mejor recompensa que una ovación después de un buen número», afirma con una amplia sonrisa y la frente humedecida por el sudor.

Se suma a la conversación Zhang Yonghe, un año menor que ella y bastante más torpe con el monociclo. Este chico de Tongliao es uno de los pocos que se empeñó en estudiar acrobacia. «Siempre me ha atraído. Y, aunque sé que obtendré el título más bajo de la educación china y que nunca me haré rico, tenía claro que quería probar suerte», cuenta. A su lado, Sun Minjun, de 16 años, tuerce el gesto. Él sí que está preocupado por la falta de formación. «Temo por mi futuro, pero ya no hay nada que pueda hacer. Nunca fui un buen estudiante», afirma antes de coger tres sombreros de paja y ponerse a hacer malabarismos con ellos.

Wang Junlin, de 15 años, vence la timidez inicial y se suma a dar su opinión. «Yo creo que la mayoría estamos aquí porque nuestros padres lo quisieron y no nos opusimos. Luego hemos descubierto una profesión apasionante». Wu Xuanqi, de la misma edad, asiente sentada en un champiñón de plástico gigante. «Yo iba a danza y mis padres pensaron que el circo tendría mejores salidas laborales. Al principio no me hizo ninguna gracia, pero ahora aprecio la amistad que nos une, y que no es habitual en China. Somos como una familia».

Mientras ellas charlan sobre asuntos en los que raras veces meditan, los más mayores del grupo ensayan un nuevo número en tándems de tres sillines. Se llama “Persiguiendo los sueños” y todavía no saben que les otorgará una medalla de oro en la competición nacional que se celebró en noviembre del año pasado en la provincia de Hebei. Su coreógrafa es Li Chunyan, una exmilitar de 46 años que desarrolló su carrera profesional como bailarina en la principal base de Nanjing. «Hemos introducido bastantes acrobacias espectaculares, como las que hacemos sobre estas bicicletas especialmente diseñadas para el número», comenta en un descanso.

Li subraya que el circo chino se ha sofisticado con el tiempo, pero señala carencias que saltan a la vista cuando se comparan con homólogos extranjeros como el Cirque du Soleil. «La técnica no es problema, pero sí la habilidad para actuar y proyectar emociones. No basta con saltar de un lado a otro. Nos falta abrir el corazón, sentir la música y contar historias», afirma. Por eso, ella presta especial atención a las expresiones faciales. Quiere ver sonrisas y miradas amenazantes, ceños fruncidos y caras de sorpresa, nunca miradas en blanco. «Sé que es difícil concentrarse en eso cuando hay que poner cuidado en no romperse la crisma, pero debemos intentarlo», comenta antes de volver a poner la épica música que acompaña al número circense.

Los tándems arrancan y comienzan a rodar en círculos. En el momento culminante del espectáculo, una niña menuda se sube al manillar y comienza a saltar por encima de las cabezas de quienes ruedan a toda velocidad. Cuando casi ha llegado al final, cae al suelo. Afortunadamente, la cuerda de seguridad impide que golpee con fuerza la tarima. Eso sí, durante la actuación en público no contará con ella.

«A veces, es incluso mejor cuando nos caemos. Porque, cuando lo volvemos a intentar con éxito, la ovación es todavía mucho mayor. El público se da cuenta de la dificultad y del riesgo que entraña nuestro trabajo», comenta Tong. Y durante la representación de “Panda” en “el diamante” se demuestra que tiene razón. Él mismo falla al saltar por un aro ubicado en lo alto de una torre, provocando un ‘¡ooooh!’ colectivo en la audiencia. Cuando se repone y tiene éxito al segundo intento, el aplauso es ensordecedor. «Es una profesión maravillosa. Pero temo que está en peligro de extinción», se lamenta Tong mientras se despoja de su disfraz de oso panda.