Teresa Suárez Zapater
CAMPAMENTOS DE MIGRANTES EN PARÍS

Los Inmigrantes del campamento de la Chapelle

Cientos de migrantes, entre ellos refugiados políticos, vagan desde el domingo 2 de junio por las calles del norte de París a la espera de una solución por parte de las instituciones estatales. Entre tanto, el comité de apoyo a los migrantes de la Chapelle se ha convertido en el organismo principal a la hora de proporcionar ayuda a las centenas de personas que se congregan en las inmediaciones de los jardines d’Eole.

Durante dos años, decenas de tiendas de campaña se amontonaron bajo uno de los tramos del puente que recorre el boulevard de la Chapelle al norte de París, a tan solo dos kilómetros del turístico barrio de Montmartre. Tiendas que albergaban a gran número de migrantes, principalmente de origen africano (Sudán, Eritrea, Libia…), que durante dos años soportaron las gélidas temperaturas del invierno parisino, además del incesante traqueteo de la línea 2 de metro que pasaba por encima de sus cabezas. Un campamento que tan solo es una pequeña muestra del gran problema al que debe enfrentarse el Gobierno francés y que es incapaz de solucionar.

El domingo 2 de junio, los CRS comenzaron la evacuación del campamento. El desalojo fue rápido, la mitad de las personas fueron detenidas y trasladadas a diversas comisarías de la ciudad, mientras que otras se quedaron, de nuevo, completamente abandonadas en la calle. La plaza frente al complejo ecológico Halle Pajol, antiguo depósito de trenes cercano a la Chapelle, se convirtió en un improvisado alojamiento durante esa noche, y seis días más tarde, devendría en un campo de batalla. El 8 de junio, los CRS entraron y golpearon indiscriminadamente a todos los que se encontraban en la plaza, incluidos varios elus (personalidades importantes de la política francesa), con el resultado de varios heridos que tuvieron que ser trasladados al hospital.

Clarisse tiene 22 años y lleva un vestido negro que deja entrever alguno de los moratones que recorren su cuerpo provocados por los CRS; le acompaña Ibrahim, de 20 años. Ibrahim tan solo lleva dieciséis días en París y es una de las diez personas que Clarisse, como miembro del recién creado Comité de apoyo a los migrantes de la Chapelle, acoge en su casa desde ese lunes de las primeras cargas policiales.

El miércoles 10 la asociación Bois Dormoy invita a los migrantes a utilizar su jardín como campamento durante la noche, impidiendo a su vez que los antidisturbios accedan a las instalaciones. Pero la invitación tan solo duraría ese día. «No tenemos la capacidad de sustituir a los poderes públicos en el tratamiento de las cuestiones humanitarias, sanitarias y administrativas de los migrantes», señala la asociación en un comunicado.

«El jueves 11 fue el día más intenso», dice Clarisse. El antiguo cuartel de bomberos de Chateau Landon es el protagonista de las primeras negociaciones con el ayuntamiento de París. Este comienza proponiendo 50 plazas y acaba ofreciendo 110, en un clima en el que diversos partidos políticos de izquierdas tratan de impedir que los migrantes se dispersen en pequeños grupos, tal y como sucedió el día anterior cuando un bus de Emaüs se presentó en el jardín de la asociación Bois Dormoy para reubicar a 50 de ellos. «Es una estrategia para invisibilizarlos, y sigue sin ser una solución». Fuera, un numeroso grupo de personas se manifiesta en la calle. Frente a ellos, un cordón de antidisturbios. Los CRS no tardan en cargar, esta vez de manera muy violenta, usando gases lacrimógenos y golpeando indiscriminadamente a las personas que se encontraban en el exterior.

Mientras el norte de París era testigo de la brutalidad policial, en el centro diez mil personas vestidas de blanco acuden a una convocatoria de Le Dîner en Blanc, famoso y exclusivo evento que reúne a miles de personas en multitudinarias cenas en las ciudades más importantes del mundo. Aquí, la policía permite «esta manifestación ‘salvaje’ con tolerancia y simpatía», tal y como se apunta en la página web de la organización del evento.

A las 11.30 de la noche llegan los autobuses del servicio de transportes de París al cuartel de Chateau Ladon para transportar a algunas personas a centros de acogida entre Nanterre y París. Muchos de ellos son abandonados de nuevo en la calle y es esa misma noche cuando se decide crear el nuevo campamento provisional en el jardín d’Eole.

Jardines d’Eole. A tan solo unos metros de la estación de metro de la Chapelle, los jardins d’Eole se convierten en un improvisado campamento donde las lonas de plástico actúan como techos para más de sesenta migrantes que duermen en la gravilla, sobre cartones o en desvencijados colchones que encuentran en la calle. Las condiciones no son mejores que en el evacuado campamento de la Chapelle: no hay baños, ni duchas y las altas temperaturas no ayudan a conservar los alimentos que muchas personas les traen. Mientras tanto, el comité de apoyo explica el proceso de demanda de asilo o la obtención de papeles, y organiza cursos de francés, ya que la gran mayoría de ellos no hablan el idioma. Algunos, como Ibrahim o Bilal, hacen de intérpretes y apuntan el nombre de todos aquellos que se encuentran en el campamento para organizarse de la mejor manera posible.

Al sureste de la ciudad, a las orillas del Sena, se puede ver una gran fila de tiendas de campaña de color verde y azul. Es el campamento de la Gare d’Auterlitz, que alberga a más de 80 personas, casi todas ellas de origen sudanés. Husmand Mdhayer lleva dos años en Europa intentado conseguir sus papeles de refugiado político. «Mucha gente viene a hacernos fotos, a entrevistarnos, a preguntarnos qué pasa, pero nada cambia, todo sigue igual», dice.

La “tranquilidad” que respira este campamento no tiene nada que ver con el bullicio que protagonizan cientos de personas en el jardín d’Eole. «Dormimos en el suelo, tenemos que ir al baño donde podemos, como los animales, somos animales para ellos», dice Eldjah Toure, quien durante 14 meses vivió en el campamento de la Chapelle y que fue golpeado por los antidisturbios en su última carga. «Estuve una hora llorando solo, esperando, me golpearon en la cara, mira», dice mientras señala su ceja derecha completamente inflamada y saca de su carpeta varios partes médicos. «¡Soy refugiado político, mi abuelo fue presidente de Guinea!», «soy una buena persona, como todos los que estamos aquí». Le pregunto qué piensa sobre el futuro de la situación y tras varios segundos en silencio dice: «No hay nada mejor, todo es la misma mierda».

A unos metros de Toura, sentado en el bordillo de piedra que recorre parte del jardín, está Jacob Sahah, antiguo guía turístico en Libia. «Llegué a la Chapelle hace un mes porque todo el mundo estaba allí... Por las noches hace mucho frío y la gente viene a beber y a robarnos».

Los vecinos se han volcado completamente en las actividades del comité y se han convertido en una parte fundamental del movimiento de solidaridad. Benedith vive cerca del Halle Pajol y fue testigo de las brutales cargas del lunes. «Estoy muy impactada con lo que está pasando y con la reacción de los CRS utilizando el gas lacrimógeno», dice mientras prepara varios bocadillos. «Con toda la situación que está viviendo actualmente la inmigración nuestra obligación es ayudarlos».

Alojamiento en la casa de Clarisse. Xaxa, Alhaj, Virginie, Ash, Ali, Sahat e Ibrahim son algunas de las personas que Clarisse, miembro del comité, acoge en el desordenado y acogedor despacho de su tío. «Estoy cansada de que los medios vengan y me traten como una santa o una hippie por acoger a esta gente. Donde vivo no tiene las mejores condiciones, pero hago lo que puedo», dice mientras se sienta en una de las sillas de la cocina completamente agotada.

«Hoy cenamos tortilla de patata», traduce Ibrahim en árabe para todos. La gran mayoría no sabe hablar francés, pero muchos, pese al poco tiempo que llevan en el país, consiguen hacerse entender. Sahat, sin embargo, habla perfectamente inglés, holandés y algo de francés. «Llegué a Europa por primera vez en 1996 de Liberia, por la guerra. Mi primera casa fue Amberes y el sistema para los inmigrantes funcionaba muy bien. Vivía en una residencia para refugiados políticos con buenas habitaciones, pero para conseguir los papeles tenía que ir a Bruselas». Tras dos meses en la capital belga, Sahat consiguió sus papeles para volver a Amberes. «En ese momento pude comenzar a formarme y a aprender neerlandés porque un ‘hermano’ me quería llevar a Holanda para trabajar con él». Desde que Sahat ha llegado a Europa no ha parado de moverse buscando un futuro mejor en Holanda, Alemania o Inglaterra. «Pensé que en París, al ser una ciudad grande, iba a ser más fácil... Los papeles son solo papeles. Hay gente que no tiene casa pero gana dinero. Lo que realmente importa es el dinero», sentencia mientras echa un vistazo al arroz que hierve en el medio de la sala.

A su lado se encuentran Clarisse e Ibrahim, que intentan ayudar a Alhaj a completar el dossier de asilo político, complejo hasta para la propia Clarisse. Alhaj apenas sabe hablar francés, llegó a París el pasado 10 de abril. Su historia se asemeja a la de otras muchas personas que han huido de Sudán del Sur a causa de la guerra civil que asola al país centroafricano desde 2013.

Alhaj viene de Wow, un pueblo al este del país, donde vivía con su familia y trabajaba como herrero. «Fui al norte (Sudán del Norte) porque allí estaba mi acta de nacimiento y en el sur no hay nada. Cuando llegué no me quisieron dar ni mi pasaporte ni el acta». En el texto que acompaña al dossier de demanda de asilo explica cómo, durante ese viaje, el Gobierno de Al-Bashir, quien está pendiente de arresto por la justicia sudafricana por sus crímenes contra la humanidad, le acusa de pertenecer al grupo opositor SPLM (Movimiento Popular de Liberación de Sudán). «Soy un simple herrero, un buen ciudadano, les aseguro, les juro, que no tengo nada que ver con el SPLN». Alhaj fue arrestado por las fuerzas del Estado y posteriormente, torturado durante tres meses hasta su puesta en libertad. A consecuencia de ello, tiene problemas en la espalda de por vida. Los problemas de Alhaj continúan aumentando, Ibrahim observa que tan solo puede quedarse legalmente en el país hasta el 11 de julio, algo que contradice totalmente la parte del mismo documento que le cita el 27 de julio para la revisión de su demanda de asilo.

Estos hechos son solo un ejemplo. Las instituciones estatales, incapaces de dar una solución al problema, permiten la existencia de campamentos como la Chapelle o Austerlitz. Pero no solo estos, ahí está el tristemente conocido Paso de Calais, famoso por albergar miles de inmigrantes que esperan abandonar el país con la esperanza, quizás, de encontrar un futuro mejor en Gran Bretaña.