Pello Guerra
SISÓN COMÚN

el dandi de las aves esteparias

Como si fuera el más vanidoso de los dandis, el sisón viste sus mejores plumajes cuando llega el momento del cortejo. Luciendo su cuello negro adornado con un collar blanco como si se tratara de un frac, los machos de este ave esteparia intentan atraer a las hembras recurriendo también a su cántico y a potentes saltos con batir de alas. Una escena que se puede ver estos días en el sur de Euskal Herria, donde todavía pervive esta especie amenazada por las transformaciones agrarias.

En medio de los barbechos repletos de flores y de los páramos que verdean en el sur de Nafarroa se escucha entre abril y mayo el canto de un ave. Es un sonido que podría traducirse como un «prreet» seco y corto, y que se repite aproximadamente cada diez segundos, mientras entre la vegetación se recorta el perfil de la cabeza de un sisón.

Entre canto y canto, el macho muestra orgulloso el plumaje que luce para la época reproductora. En lugar de las habituales plumas de color ocre jaspeado del resto del año, en el cuello aparece una poblada franja negra en la que se recorta una banda blanca a modo de frac. Ese plumaje característico de este crucial momento es otra de las señales que emplea para convencer a las hembras, que permanecen camufladas en el entorno, de que es el mejor macho para el apareamiento.

Para completar la estampa de galán en busca de pareja, da pequeños saltos con sus potentes patas mientras bate con fuerza las alas, en las que una modificación en la cuarta pluma, que es más corta, hace que se produzca un sonido que se asemeja a un siseo, origen del nombre común de esta especie.

Si la suerte le acompaña, el esforzado macho conseguirá la ansiada pareja y llegará definitivamente el momento del apareamiento. A continuación, la hembra tendrá que ocuparse de todo el trabajo, ya que «tras la cópula, el macho se desentiende, no participa en la nidificación, ni incuba los huevos, ni interviene en la crianza de los pollos», según señala José Antonio Martínez, fotógrafo profesional especializado en la naturaleza.

Así que la hembra se encarga de preparar un nido en una depresión del suelo, en un lugar que suele estar bien oculto entre la hierba y los cultivos. En ese nido tendrá lugar la puesta, que se produce en mayo. Lo habitual son puestas de entre tres y cuatro huevos de color pardo oliváceo oscuro, que son incubados durante unos veinte días. Una vez que los polluelos rompen el cascarón, son cuidados en exclusiva por la hembra, hasta que consiguen volar tras varias semanas de crianza.

Pariente de la avutarda. Cuando alcancen la edad adulta, esos ejemplares, a los que se conoce científicamente como Tetrax tetrax y que están emparentados con las avutardas, aunque son más pequeños, llegarán a medir entre 40 y 45 cm de pico a cola, con un peso que oscila entre los 740 y 910 gramos en el caso de los machos y entre 700 y 750 gramos en las hembras. Se alimentan de hierbas, semillas, insectos, gusanos, moluscos y batracios. Además, llevan una vida itinerante que les empuja a trasladarse al sur cuando se aproxima el invierno y a regresar al norte cuando se anuncia la primavera.

En concreto, a últimos de marzo o primeros de abril van llegando al sur de Nafarroa bandadas de sisones que, una vez en el territorio, «se dispersan y se vuelven territoriales, de tal manera que un macho no tolera la presencia de otro. Se aíslan en los llamados lek, que son unos puntos dominantes en las llanuras donde se exhiben para la reproducción», desgrana Martínez.

Una vez cumplida esa función, los sisones empiezan a realizar a lo largo del verano lo que se conoce como «rutas divagantes. Se desplazan del corredor del Ebro a Aragón, luego a territorio navarro, hasta que en otoño llega el momento de dirigirse hacia el sur». Entonces se agrupan, con los machos mostrando un aspecto muy diferente, ya que «pierden los plumajes nupciales y pasan a ser muy parecidos a los pollos y las hembras», con unos tonos parduzcos y barreados. De hecho, son tan similares que solo les distingue su tamaño, ya que los machos con un poco más grandes.

Su destino es Castilla La Mancha y Extremadura, donde se producen «concentraciones de hasta mil ejemplares, ya que se reúnen sisones de toda la península Ibérica, espacio que acoge entre el 50 y el 70% de la población mundial de la especie», añade el fotógrafo. El resto se distribuye por el Estado francés, Marruecos, Rusia y en Oriente, por las estepas de Kazajstán y llegando hasta China.

Aunque está presente en un extenso territorio, el sisón común está experimentando una intensa regresión a causa de la destrucción de su hábitat, que se está viendo afectado por la transformación de los cultivos al pasar del secano al regadío. Ese fenómeno se podrá apreciar especialmente en Nafarroa «con los nuevos proyectos de regadío con aguas del embalse de Itoiz. Esos nuevos regadíos van a ser algo muy negativo para estas aves, que son de terreno secano, como otras esteparias, ya que cuando se cambian los cultivos de barbecho y secano, se rompe el ecosistema y se tiende a reducir las poblaciones», añade Martínez.

Para hacer un seguimiento de la población existente del sisón común, hasta el año pasado se realizaban diferentes tareas de marcaje, ya que son animales difíciles de ver y seguir. Para ello, se atrapaba a los ejemplares para pesarlos y colocarles «unos emisores de radio e incluso GPS, que se utiliza más últimamente. Además se aprovechaba para hacer los anillamientos y se les tomaba muestras de sangre y de pluma». Esos emisores se terminan desprendiendo de las aves, pero mientras, sirven para «conocer las migraciones y las dispersiones que hacen». Unos desplazamientos que, como cada primavera, les han traído al sur del territorio, donde todavía es posible ver en acción a los grandes galanes de la estepa.