IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Un final anunciado

Hay películas cuya escena final ocupa los minutos iniciales de la cinta, anunciando lo que ocurrirá, rompiendo la intriga y centrando todo el desarrollo en el casi seguro esperpéntico camino que ha conducido a ese llamativo resultado. Tal y como se suele decir, la realidad supera a la ficción y casi con seguridad, la película final de la recientemente inaugurada Exposición Internacional de Milán 2015 seguirá esta estructura.

En el año 2009, cuando la Expo de Milán aún era un sueño, el estudio de Jacques Herzog y Pierre de Meuron fue invitado por el arquitecto italiano Stefano Boeri para elaborar el plan maestro que ordenaría en 2015 todo el área de una exposición cuyo tema sería el de alimentar el planeta y que además debía servir de escaparate construido a los propósitos turísticos de alrededor de 140 países.

Pero en 2011, las tres estrellas de la arquitectura internacional habían abandonado el proyecto. En un primer momento, Jacques Herzog se excusó argumentando que su abandono se debía a que los organizadores no eran «lo suficientemente valientes» para apoyar sus ideas y en su lugar se había vuelto a los esquemas que desembocaban en la misma especie de feria de la vanidad en que se habían convertido las exposiciones internacionales del pasado más reciente.

«Únicamente decidimos aceptar la invitación para diseñar el plan maestro de Milán si nuestro cliente se comprometía con una visión radicalmente nueva de una exposición mundial, abandonando estos monumentos del orgullo nacional individual que han convertido a todas las Expos desde el siglo de XIX en ferias obsoletas, llenas de vanidad», sentenció Herzog por aquel entonces.

Que las exposiciones internacionales se han convertido en enormes espectáculos diseñados simplemente para atraer a millones de turistas es una realidad innegable. Su contenido y temática no es ni por asomo lo más relevante, por importante que pueda ser, como en este caso la erradicación del hambre en el mundo y la gestión de los alimentos en un planeta cada vez más densamente poblado y con notorias desigualdades. Por el contrario, los réditos comerciales, turísticos o propagandísticos del evento, es decir los económicos, determinan el funcionamiento y la operativa de estos eventos internacionales.

Al fin y al cabo, su operativa se asemeja en gran medida a la de los grandes eventos deportivos internacionales, como los Juegos Olímpicos o los mundiales, que se llevan a cabo cada vez más en países donde los sistemas democráticos no están bien desarrollados y en los que se usan este tipo de eventos como propaganda para el régimen político de turno, como un bálsamo o una limpieza de cara a su imagen internacional.

Los ejemplos son claros y evidentes, y solo hay que rememorar los Juegos Olímpicos de Pekín o el futuro Mundial de fútbol en Qatar. La arquitectura y el urbanismo se convierten en estos casos en la cara más visible de un negocio muy rentable para solo unos pocos y que suele ser además un desastre financiero para la ciudad anfitriona o el país.

Lo cierto es que, efectivamente, Milán 2015 será una oportunidad perdida para reinventar radicalmente el formato de una exposición mundial, replanteando el formato de exposición poniendo el foco de atención en la temática, en su debate y discusión, más que en el espectáculo del apabullante diseño de los pabellones nacionales.

Es sin duda el contenido de las exposiciones y no el tamaño del pabellón lo que debería marcar la diferencia entre los diferentes países, pero este es un argumento bastante alejado de la realidad. Los llamativos y espectaculares edificios de la exposición de Milán tienen detrás a los arquitectos más mediáticos del momento, como Norman Foster, que ha realizado el pabellón de los Emiratos Árabes, o Daniel Libeskind, que ha levantado el de la empresa china Vanke. Plásticos coloridos, resinas brillantes y curvas infinitas compiten en una carrera del más difícil todavía para ganar el dudoso premio de cegar mediante la espectacularidad o el grito formal a los visitantes del recinto. La arquitectura de los pabellones ignora así cualquier reflexión sobre la temática de la exposición y se comporta como los vendedores de un caótico bazar, en el que todos suben la voz en un griterío sin fin para capturar a los turistas, que al fin y al cabo son los que mueven el negocio de la exposición internacional.

Por todo esto, la Expo de Milán 2015 es un suma y sigue en la historia de este tipo de eventos, cuyo debate y reflexión final sobre el tema vital al que se enfrenta, el de la alimentación a escala mundial, se sabe desde ya, no obtendrá ninguna respuesta medianamente interesante. Y es que, como anunciaba Jacques Herzog, los intereses económicos de los promotores de Milán distan mucho de intentar resolver un problema global. Creamos a Herzog, ya que sabe bien de lo que habla. Él fue el arquitecto autor del emblemático e icónico estadio olímpico de Beijing, que, con su forma de nido, se coló en los televisores de medio mundo para limpiar la imagen de la dictadura China, por mucho que ahora quiera contarnos el final de la película haciendo el papel del héroe.