ALEJANDRO NADAL
IRITZIA

Adiós al reloj de oro

Durante la crisis en los años 80 se intensificó el debate sobre desempleo en los países capitalistas desarrollados. Eran los años de la llamada recesión Volcker, en honor del presidente de la Reserva Federal, cuya decisión de incrementar la tasa de interés provocó una recesión mundial. En Estados Unidos se habló mucho de redundancias en el mercado laboral y de las dificultades para conseguir un ajuste. Pero nadie estaba preocupado por la inestabilidad y la precariedad del empleo. Durante los años 80 se esperaba que con la recuperación, todo volvería a la normalidad y las grandes empresas del capitalismo moderno restablecerían su capacidad de generación de empleos estables.

Pero al regresar el crecimiento económico en la década de los 90, el mercado laboral no se comportó como en los mejores años de la historia del capitalismo. Todo había cambiado: había muchas menos probabilidades de obtener empleos que estuvieran vinculados a la idea de hacer carrera en una de esas grandes empresas emblemáticas de la era dorada del capitalismo (1945-1975). Algo extraño estaba ocurriendo con el famoso mercado laboral.

En los años radiantes de la acumulación capitalista, obtener un empleo en una gran empresa era sinónimo de iniciar una carrera. La trayectoria podía ir desde los niveles más modestos en el escalafón hasta los puntos más altos en la jerarquía de la misma compañía. La mayor parte de la vida laboral de una persona se desarrollaba en la misma industria y frecuentemente en una sola empresa. El camino trazaba de manera puntual el ciclo de vida de cada empleado. La mitología capitalista contaba que al final de su carrera, el gerente le entregaría un clásico reloj de oro en reconocimiento a sus servicios de varias décadas. La jubilación y una pensión decente, con cuidados médicos, le esperaban a la salida.

Todo eso se ha ido para siempre. El proyecto de hacer carrera en una empresa desapareció hace más de veinte años. Desde entonces, aumentó la preocupación por la mala calidad del empleo, la inestabilidad y lo precario de las condiciones de trabajo. En la actualidad, la mayor parte de los integrantes de la fuerza de trabajo en una economía capitalista habrá estado en muchos empleos antes de que le llegue la hora de la jubilación. Y no habrá reloj de oro al final de esa trayectoria.

Esta transformación en el mundo del empleo es resultado de múltiples causas. Una de ellas (pero no la única) es el cambio tecnológico, que en el capitalismo conlleva la expropiación del saber obrero y su incorporación en máquinas y procesos productivos. Así, la incorporación de la microelectrónica abrió las puertas a la manufactura flexible y a la fragmentación de los procesos de producción en todo tipo de industrias. De manera complementaria, las innovaciones en el campo de las llamadas técnicas de la información hicieron posible la dispersión de las distintas etapas de la producción al interior de una industria.

Para la producción capitalista todo esto ofrecía oportunidades atractivas en su gestión de los procesos productivos y la reducción de costos de todo tipo. En el ámbito de los costos laborales, las oportunidades resultaron ser muy atractivas. Se piensa que la lucha contra las organizaciones laborales comienza bajo la presidencia de Reagan. En realidad, los antecedentes vienen desde antes: en 1947, la ley Taft-Hartley limitó la acción de las organizaciones obreras en Estados Unidos, prohibió las huelgas de solidaridad y debilitó su influencia política. También hay que observar que mucho antes del éxodo hacia China se presentó la relocalización de plantas e industrias completas de ciudades como Chicago, Cleveland y Detroit, en el norte, hacia ciudades del sur y suroeste de Estados Unidos (como Atlanta, Birmingham y Houston). El capital se desplazó hacia ciudades en las que la legislación laboral era más flexible.

En la década de los 90, el desplazamiento de empleos fue hacia los nuevos espacios en países como México, China, Vietnam, Indonesia y Malasia. Los salarios de hambre y las condiciones de trabajo (inseguras e insalubres) revelan la tristemente célebre carrera al sótano. La enorme pérdida de empleos en la industria manufacturera en EEUU es el resultado de una transformación estructural que muy pocos analistas pudieron predecir.

Europa pudo mitigar parcialmente los efectos de la transformación, pero la crisis está cambiando todo esto. La recuperación llevará a nuevos territorios los patrones de ocupación y empleo, espacios en los que los llamados “Mac-empleos” de mala calidad serán cada vez más importantes. Las características son precarización, inseguridad, inestabilidad, escasa remuneración y condiciones peligrosas sin responsabilidad para el empleador.

Estas tendencias tienen otras dos dimensiones: hacia el desempleo creciente y la declinación política de la clase trabajadora.