Alberto Pradilla
PASTAFARISMO

La Iglesia de la pasta, albóndigas y un volcán de cerveza

«Entonces el MEV (Monstruo Espaghetti Volador) dijo: ‘Hágase la luz’ y la luz se hizo. Y el MEV ajustó sus gráciles pedúnculos oculares y vio que la luz era buena; y el MEV separó la luz de la oscuridad. Y Él llamó a la luz ‘El Día’ y a la oscuridad la llamó ‘La Noche’ o ‘Prime Time’. Así hubo una tarde y una mañana: y este fue el primer día». Así imagina la Creación (con mayúscula, por supuesto) la Iglesia Pastafari.

La Iglesia Pastafari, un credo mitad parodia mitad denuncia, lleva desde 2010 tratando de legalizarse en el Estado español. Que su dios sea una masa de pasta con albóndigas demuestra el carácter iconoclasta de la doctrina. Que las imperfecciones del mundo se expliquen por la borrachera de «Monesvol» (Monstruo Espaghetti Volador) durante buena parte de los siete días en los que levantó cielo y tierra prueba de que se toman en serio las cuestiones importantes de la vida. Al contrario de lo que pudiera parecer, los debates que plantea esta doctrina no son ninguna broma: su irrupción y el intento de oficializarse (en otros países ya han conseguido regularizarse) pone sobre la mesa cuáles son los límites de la fe y la razón, el papel de la religión en la sociedad, qué es lo que una comunidad entiende como fe organizada y de qué manera se homologa una creencia o se margina otra. A pesar de ello, no parece que los creyentes de las grandes religiones monoteístas, Cristianismo, Islam y Judaísmo, vayan a encontrar satisfactoria esta fe posmoderna y cachonda que tiene implantación en muchísimos países del mundo aunque, por el momento, en Euskal Herria no ha aterrizado de modo estable.

El Pastafarismo o Religión del Monstruo de Espaghetti Volador no llegó por inspiración divina, sino que surge como reacción a una locura terriblemente humana. Corría 2006, era la segunda legislatura de George W. Bush en Estados Unidos y los neoconservadores se sentían tan fuertes que hasta se permitían imponer las teorías creacionistas en la educación. Dos años antes, en 2004, el Consejo de Educación del Estado de Kansas se plegó a las presiones fundamentalistas e impuso una decisión salomónica entre ciencia y religión. Ordenó que, en las clases de biología, se dedicase el mismo número de horas a la teoría de la evolución que al creacionismo, rebautizado como «diseño inteligente». Vamos, que los responsables de las escuelas de Kansas ubicaban en el mismo plano las tesis de Darwin y las de un libro supuestamente sagrado que afirma que el origen de toda la vida está en un señor que en siete días creó cielo, tierra y todos sus habitantes.

El despropósito colmó la paciencia de Bobby Henderson, físico con gran sentido de la crítica y, sobre todo, del humor. Escribió una carta en la que se preguntaba por qué la religión del Monstruo Espaghetti Volador, que acababa de inventarse, no tenía derecho a ser explicada en igualdad de condiciones con la teoría del «diseño inteligente» o con la ciencia. Una broma con carga de profundidad que caló en la comunidad educativa. Recibió tanto eco que terminó convirtiéndose en el patriarca de una fe que cree en un paraíso con un volcán de cerveza y fábricas de hombres y mujeres streappers; un infierno en el que la cerveza está caliente y las y los streappers padecen enfermedades venéreas; que considera que sus feligreses son piratas cuya desaparición progresiva tiene que ver con el incremento del calentamiento global y que apela al hedonismo y las risicas como arma contra la superchería. Como toda religión que se precie, el pastafarismo dispone de sus libros sagrados (“El Evangelio del Monstruo Espaghetti Volador” y el “Canon Relajado”, que pueden descargarse en la web www.pastafarismo.es y sus mandamientos u «ocho condimentos», que más que mandatos obligatorios son un «me-gustaría-mucho-que» basados en un gratificante y lúcido sentido común. También hay oraciones, que siempre terminan con un Ramén y ritos, que básicamente están centrados en comer pasta y, por supuesto, beber cerveza. Como explica la Iglesia Pastafari en su página web: «Aunque los Pastafaris no requieren de ningún sacramento en concreto, se ofrece la posibilidad de celebrar (que eso sí que es de obligado cumplimiento) cualquier cosa que sea digna de alegría».

No se puede negar que sus seguidores son unos titanes. En EEUU ya han conseguido aparecer en documentos oficiales como el carné de conducir tocados con un colador en la cabeza, uno de los símbolos de la religión. Esta es una legalización de facto, pues el único motivo por el que se permite a alguien cubrir una parte de su rostro en fotografías administrativas es por respeto a las creencias. Los pastafaris han demostrado una gran ambición en su expansión internacional. En Nueva Zelanda, hasta se avalan las bodas por su rito. Y en Polonia, la catoliquísima Polonia, la del Papa Juan Pablo II (ese al que quería todo el mundo, según el beato cántico hispano), la religión pasó a ser oficial en 2014. Casi nada.

¿Por qué sí para Semana Santa y no para ellos? En el Estado español no han tenido tanta suerte hasta el momento. Los fieles a Monesvol llevan desde 2010 intentando legalizar su creencia. «Más que una legalización se trata del reconocimiento de ser una religión oficial», explica Fergus Reig, un zaragozano que toma parte en las labores de regularización. Los beneficios para el pastafarismo serían evidentes. Por ejemplo, tendrían posibilidad de hacer peticiones a la Administración. Como cuando la comunidad de fieles de Monesvol de Alicante solicitó al Ayuntamiento la banda de música para la romería en la que bendecían las aguas del mar. En aquel momento no lo lograron, pero si los recursos municipales se ponen al servicio de las procesiones de Semana Santa, ¿por qué no iban a ser aprovechados por otra religión si esta se regulariza? Los planes de los pastafaris no se quedan ahí. En un punto que conecta directamente con las ideas de Henderson, su fundador, Reig considera que si en una escuela se reuniesen varios padres que compartiesen su adoración por la masa de pasta y albóndigas, podrían solicitar que se impartiesen clases sobre su religión.

Por el momento, las instituciones del Estado han rechazado dar carta de naturaleza al pastafarismo. Es decir, que la religión se encuentra en un limbo legal. Según la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa, la última palabra la tiene el Registro de Entidades Religiosas, que ha rechazado en varias ocasiones la petición de reconocimiento. «La Comisión Permanente, en su reunión de 20 de junio de 2013, se pronunció de nuevo y acordó por unanimidad que procedía denegar la solicitud de inscripción de la entidad Legionarios de Monesvol en el Registro de Entidades Religiosas, dado que los principios y doctrinas que definen su base de fe y fundamentan sus fines religiosos están basados en el llamado pastafarismo o Iglesia del Espagueti Volador, cuyas solicitudes de inscripción se habían denegado por falta de fines religiosos y en cuya definición, así como en la de sus dogmas, ritos y régimen de funcionamiento, se apreciaba una evidente falta de seriedad que reflejaban claramente su intención jocosa, por no decir ofensiva», explican desde la institución que regula la inscripción de entidades religiosas.

«La mayoría de cristianos no se molesta por su religión tanto como nosotros por la nuestra. No hay más prueba de la fe que las acciones», rebate Fergus Roig. Aunque no lo parezca, ellos aseguran que no nacieron para burlarse de nadie. «No atacamos a ninguna religión ni nos hemos metido con nadie», insiste. «Nos inspiramos en muchos credos, es cierto, pero ellos también lo hacen con otros», razona.

En opinión del registro estatal, el pastafarismo está pensado para faltar. «Los términos en que están definidos los principios y dogmas de la religión pastafari nos permiten afirmar que se trata de una solicitud con falta de seriedad y que constituye una burla de los principios y dogmas de fe habituales en otras religiones», argumenta el documento. Con voz seria, Fergus Reig reitera que su objetivo no es hacer mofa de ningún creyente. «Si al escucharnos alguien cree que su creencia es ridícula, igual es que su creencia es ridícula», afirma. En realidad, la historia de las religiones se construye a través de la superposición de dioses, la apropiación de ritos y la imitación, porque tampoco es necesario cambiar lo que funciona, basta con modificar su nombre y apropiarse de la tradición.

Ahora el caso se encuentra en la sala contencioso-administrativa de la Audiencia Nacional española, que en febrero admitió el recurso y todavía tiene que pronunciarse. En estos momentos, el abogado que representa los intereses de los pastafaris está redactando los detalles del recurso, una vez que la apelación fue admitida. Se trata de su última oportunidad. Para poder afrontar las costas, la iglesia tuvo que recurrir a un crowfunding. Otro modo de llamar al «pasar el cepillo» de toda la vida. La gran duda está saber cuál será la reacción de las autoridades del Estado, que por ahora no han querido ni oír hablar sobre la legalización de los «pastafaris». Estos se aferran a un precedente: la Comunidad Odinista de España, una forma de neopaganismo que adora a Thor, fue oficializada en 1982. Al final, la pregunta sigue en el aire: ¿qué hace que una religión o una creencia se tome en serio y se legalice?

Desde el Unicornio Rosa Invisible hasta la Iglesia de Maradona. El Monstruo de Espaghetti Volador no es la única religión que parodia el culto. Aunque sí que es la que más lejos ha llegado, logrando que instituciones la hayan reconocido oficialmente. Aunque la lista es larga y en todos los casos subyace la crítica al teísmo. Un ejemplo es el credo que venera al Unicornio Rosa Invisible. Surgida en 1990, la deidad supone una crítica hacia la fe como explicación de la existencia de dios. Únicamente la creencia permite saber que el animal mitológico es rosa, ya que nadie puede verlo. Eso si alguna vez en algún lugar más allá de la imaginación hubiese existido un unicornio.

Existen otros ejemplos, como la Iglesia del Subgenio, cuyos seguidores se consideran a sí mismos como «mutantes, blasfemos, descreídos, rebeldes, marginados, hackers y librepensadores». Su promesa es ciertamente razonable. Para entrar a formar parte del credo solo es necesario abonar 30 dólares, lo que te convierte en ministro y miembro vitalicio. Incluye una cláusula similar al «si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero». En concreto, asegura que si no se garantiza la eterna salvación, la congregación te devuelve el triple de tu inversión, es decir, 90 dólares. Según sus proclamas, si algún miembro de la Iglesia, tras su muerte, se encuentra ante las puertas del averno, será el propio fundador de la religión, J. R. «Bob» Dobbs, quien se le aparecerá y le entregará un cheque por 85 dólares junto a un panfleto: «cómo disfrutar del infierno por solo cinco dólares».

Más pegados a cuestiones terrenales aparecen otras religiones como la que venera al actor norteamericano Chuck Norris o la que tiene como dios a Diego Armando Maradona, mítico jugador de fútbol argentino.

En Madrid, de la mano del cómico Leo Bassi, se ha desarrollado la Iglesia Patólica. Todos los domingos, en el barrio de Lavapiés de Madrid, celebran sus santos oficios. En este caso, Bassi tiene una larga historia de denuncia de los fundamentalismos que le llevó a sufrir en 2006 un intento de atentado en su camerino del teatro Alfil, en la capital del Estado, cuando representaba su obra «La Revelación».