Aleix Oriol
crisis humanitaria en europa

SERBIA, EL FIN DEL CAMINO

Tras el cierre de la ruta balcánica hace algo más de un año, cerca de 10.000 refugiados y migrantes permanecen en territorio serbio a la espera de que se les permita acceder a un estado miembro de la Unión Europea o, en su defecto, se les conceda asilo político para establecerse en el país balcánico. Las cosas no han cambiado mucho desde la primavera pasada, cuando 7k estuvo allí. Los países vecinos han blindado sus fronteras, fomentando así los cruces ilegales y fortaleciendo a las mafias del tráfico de personas. Serbia, un país con una frágil coyuntura económica y política, está realizando un esfuerzo considerable para paliar esta crisis humanitaria sin precedentes, pero se enfrenta a una endémica carencia de recursos y a la creciente oposición de un sector de la población que no ve con buenos ojos la llegada de los refugiados.

Wahid es un joven afgano de 21 años. Abandonó su país hace ocho meses con la intención de reunirse con su padre, que lleva diecisiete años en el Reino Unido y es ciudadano británico. Actualmente Wahid malvive en una diminuta casa situada detrás de la estación de trenes de Belgrado, donde más de un millar de refugiados afganos y pakistaníes permanecen en condiciones deplorables mientras esperan la oportunidad de cruzar de forma ilegal a algún país miembro de la UE, principalmente Hungría o Croacia. Sentado en un colchón improvisado hecho con mantas proporcionadas por organizaciones locales, Wahid cuenta su odisea para llegar a territorio serbio mientras aviva el fuego en una vieja estufa de leña. Aunque los gobiernos de muchos países insisten en afirmar que Afganistán y Pakistán no son países en guerra para evitar la llegada masiva de asilados, la verdad es que la situación en ambas naciones es sumamente complicada. Tras meses de travesía a pie, Wahid y miles de refugiados como él han conseguido llegar a territorio europeo, donde se han encontrado con las fronteras cerradas a cal y canto. Sin embargo, su voluntad de alcanzar el destino final es férrea, por lo que no cesan en su intento de cruzar la frontera de forma ilegal.

Algunos cuentan con dinero que les mandan sus familias, mientras que otros dependen casi exclusivamente de los donativos de ONG y particulares. El dinero apenas les llega para comprar provisiones, mientras que las pésimas condiciones de higiene en los alojamientos improvisados hacen mella en su estado de salud. Uno de los problemas más graves es la gran cantidad de menores que viajan solos desde sus países de origen, en muchos casos obligados por sus familias a alcanzar el sueño de llegar a Europa.

Ellos conforman un colectivo especialmente vulnerable, pues son una presa fácil para las mafias del tráfico de personas, que se infiltran fácilmente en los campos en busca de nuevos «clientes» para emprender el peligroso viaje hacia los países vecinos. Muchos menores no tienen otra opción que aceptar la «protección» de las mafias para evitar ser víctimas de abusos y malos tratos.

El pasado invierno ha resultado increíblemente duro en las naves abandonadas detrás de la estación de trenes. En enero se registraron temperaturas de hasta veinte grados negativos, lo que provocó una llegada masiva de periodistas para cubrir la dramática situación de los refugiados. A pesar del revuelo mediático, el Gobierno serbio permaneció impasible ante esta problemática. Puesto que las ONG no tienen autorización para actuar en los campamentos no oficiales, muchos de los voluntarios se ven obligados a trabajar en condiciones muy precarias. Organizaciones como Hot Food Idomeni o No Name Kitchen (esta última creada por un grupo de jóvenes españoles) se encargan de preparar a diario cientos de raciones de comida para los refugiados. A pesar del duro trabajo de los voluntarios, la escasez de recursos es acuciante y la intervención del Gobierno serbio se antoja indispensable para garantizarles un trato digno. Paradójicamente, las naves ocupadas en invierno por los refugiados y que ahora han sido derribadas por el Gobierno serbio se encontraban a escasos metros de un controvertido proyecto urbanístico impulsado por el actual presidente del país, Aleksandar Vucic, y el inversor Mohamed Alabbar, artífice del rascacielos Burj Khalifa, en Dubai. El mastodóntico proyecto se aprobó sin un concurso público de adjudicación ni una consulta a la ciudadanía. El proyecto sigue su curso. También es una prueba fehaciente de la corrupción que asola el país en todos los ámbitos de la política y la economía.

La larga huida. Los motivos de los refugiados para buscar cobijo en Europa son muy variados, pero todos tienen como denominador común la imposibilidad de llevar una vida normal en su país de origen. Como relata Wahid, muchas familias en Afganistán son víctimas de extorsión por parte de los talibanes, que ansían reclutar a jóvenes para proseguir su lucha contra el Gobierno, aliado de EE UU. En muchos casos, también es habitual que los talibanes tomen represalias contra familias enteras si alguno de sus miembros forma parte de las fuerzas de seguridad gubernamentales.

Para gran parte de los jóvenes afganos, huir es la única salida. La forma más rápida de hacerlo es contratar los servicios de smugglers (traficantes de personas), que cuentan con una extensa red de colaboradores tanto en los países de origen como en los de destino. El precio por sus «servicios» puede alcanzar los 6.000 o 7.000 euros por persona para todo el trayecto entre Afganistán y Europa, pero en numerosas ocasiones los smugglers no cumplen con su palabra y muchos refugiados pierden todos sus ahorros incluso antes de emprender el viaje.

El recorrido suele ser siempre el mismo: los jóvenes deben atravesar Irán, Turquía y Bulgaria antes de llegar a territorio serbio. A lo largo del camino se enfrentan a numerosos riesgos, como el trato vejatorio de la gente local y la violencia sistemática de las fuerzas de seguridad. Según gran parte de los numerosos testimonios recogidos en Serbia, incluido Wahid y sus compañeros de viaje, la situación en las fronteras de Bulgaria, Hungría y Croacia es especialmente dramática. Los relatos de los jóvenes que han intentado cruzar las fronteras de forma ilegal son estremecedores.

En Hungría, la llegada de nuevos refugiados se ha reducido drásticamente tras la construcción en 2015 de una valla fronteriza a lo largo de toda la frontera con Serbia. Sin embargo, algunos refugiados siguen llegando a la región para intentar cruzar la frontera cueste lo que cueste. En la ciudad de Subotica, 180 km al norte de Belgrado, el Gobierno serbio instaló un centro de recepción de refugiados para dar cobijo a los recién llegados. Muchos de ellos, sin embargo, optaron por instalarse en precarios campamentos ubicados en zonas boscosas próximas a la frontera para emprender el peligroso viaje hacia territorio húngaro. A las afueras de Subotica, en una antigua fábrica de ladrillos en proceso de desmantelamiento, un grupo de refugiados malvive en condiciones extremas mientras esperan pacientemente la oportunidad de cruzar la frontera sin ser detectados por la Policía húngara. Algunos lo intentan en pequeños grupos, de 8 o 10 personas, con el objetivo de burlar la vigilancia de las patrullas fronterizas. Otros, por su parte, recurren a los servicios de los smugglers para emprender la peligrosa travesía. Grupos de voluntarios locales les proporcionan alimentos, ropa y mantas.

Muy pocos refugiados consiguen su propósito de acceder a Hungría sin ser detectados. Algunos lo han intentado más de veinte veces y, pese a ello, lo siguen intentando. En caso de ser interceptados por las patrullas fronterizas húngaras, las represalias son durísimas. Según numerosos relatos de los refugiados, la Policía húngara propina palizas sistemáticas a todo aquel que intente cruzar la frontera. Una práctica habitual es despojar a los jóvenes de su ropa, en pleno invierno, y mantenerlos desnudos sobre la nieve mientras son agredidos brutalmente; a menudo les provocan fracturas y graves contusiones. También es común que los agentes graben en vídeo las agresiones por pura diversión. Después de dejar claro que no son bienvenidos en su país, los agentes devuelven a los refugiados a territorio serbio, donde deben partir de cero.

Algunos deciden quedarse en Subotica para volver a intentarlo más adelante, mientras que otros desisten y regresan a Belgrado para permanecer de forma indefinida en los campos gubernamentales o en las naves abandonadas junto a la estación de trenes. No es difícil encontrarse con jóvenes afganos o pakistaníes, incluidos numerosos menores, con el cuerpo lleno de moratones o incluso con fracturas que a menudo no reciben el tratamiento necesario. También se han registrado casos de agresiones en territorio serbio, principalmente de lugareños que engañan a los refugiados para robarles sus pertenencias o agredirles por pura diversión.

La Ruta de los Balcanes. Para comprender la actual coyuntura hay que remontarse varios años atrás, cuando la Ruta de los Balcanes era transitada por decenas de miles de refugiados y migrantes de numerosas nacionalidades, desde africanos subsaharianos hasta sirios, afganos y pakistaníes. En el año 2007, Serbia ni tan solo disponía de una ley de asilo político, lo que obligó al Gobierno a tomar medidas urgentes para hacer frente a la acuciante crisis migratoria. Rados Djurovic, máximo responsable de la organización no gubernamental Asylum Protection Center (APC/CZA), con sede en Belgrado, es una voz autorizada para trazar la cronología de los últimos años en materia de refugiados en el país balcánico. Desde el inicio de la crisis, APS/CZA ofrece asesoramiento legal y psicosocial a los refugiados, además de colaborar con el Gobierno en la elaboración de estrategias para estandarizar los procedimientos de registro y seguimiento. Según Djurovic, el país no estaba preparado para el intenso flujo de refugiados y migrantes, lo que provocó una reacción tardía e improvisada para hacer frente a la problemática. Asimismo, las presiones de la UE y otros países vecinos dejan a Serbia con un escaso margen de maniobra para poner en práctica una estrategia clara y cohesionada. En países como Macedonia, Montenegro o Bulgaria, la premisa básica ante la llegada de refugiados es permitirles proseguir su camino hasta Serbia, lo que supone una carga social y económica difícil de sobrellevar para el debilitado país balcánico.

El Comisionado para los Refugiados, una institución creada en la década de 1990 para velar por los derechos de los refugiados durante la Guerra de los Balcanes, se encarga de la gestión de numerosos centros de recepción y campos diseminados por todo el país. Curiosamente, algunos campos como el de Krnjaca (Belgrado) aún estaban ocupados por refugiados serbios cuando llegaron los primeros ciudadanos sirios, iraquíes y afganos. Quizá la historia reciente de Serbia sea la clave que explique la acogida relativamente positiva que han tenido los asilados entre la sociedad serbia, que aún guarda en la memoria el conflicto bélico que asoló la antigua Yugoslavia hace poco más de veinte años. La comprensión de los ciudadanos no se ha trasladado, sin embargo, a los estamentos políticos del país.

El procedimiento para solicitar asilo político sigue siendo muy complejo, a pesar de los esfuerzos del Gobierno para agilizar el proceso. Al llegar a Serbia, los refugiados deben acudir a la comisaría más cercana para registrarse y dejar constancia de su intención de solicitar asilo político. Una vez obtenido el documento pertinente, se les asigna un campo oficial al que deben llegar antes de 72 horas. Las familias tienen muchas más opciones que los hombres jóvenes que viajan en solitario, cuyas posibilidades de obtener el estatus son prácticamente inexistentes. El proceso es largo y complejo (puede durar varios años), y muchos pierden la esperanza tras largos meses de espera y numerosas entrevistas para regularizar su situación.

En los primeros cinco meses de 2017, ningún refugiado en territorio serbio ha conseguido el estatus de refugiado. Estas cifras hacen aumentar la frustración y la desesperanza entre muchos recién llegados, que optan por abandonar la vía legal y permanecer en campos improvisados hasta que surja la posibilidad de cruzar la frontera ilegalmente, tanto de forma independiente como a través de las redes de tráfico de personas. El miedo a ser maltratados o deportados también es una causa habitual que les mantiene alejados de los campos gestionados por el Gobierno. Por ello, su condición de «ilegales» les relega a una peligrosa situación de limbo legal, con un elevado riesgo de caer en manos de las mafias de tráficos de personas.

Cortar el flujo. Gracias a la presión de las ONG, el Gobierno ha permitido el acceso al sistema sanitario público de los refugiados registrados oficialmente, lo que les permite obtener tratamiento médico gratuito. También se ha conseguido integrar a una cifra considerable de niños y niñas en colegios locales, con un nivel de aceptación notable por parte de la población. No obstante, el Gobierno teme que la situación actual se eternice y el flujo siga creciendo. Por ello, su mensaje es claro: hay que ayudar a los refugiados y migrantes, pero también dejar claro que Serbia solo es un lugar de paso y no de acogida permanente. El Comisionado para los Refugiados, cuya financiación proviene principalmente de la UE y entidades privadas internacionales, pone trabas a la integración de los expatriados en las comunidades locales para evitar que permanezcan en el país de forma indefinida.

Esta estrategia está en consonancia con la de la Unión Europea, que desea cortar de raíz el flujo de refugiados en sus países miembros. Los medios de comunicación se alinearon en un principio con el discurso oficialista, empleando un tono tremendista para influir en la opinión pública. Sin embargo, las ONG que trabajan sobre el terreno no han escatimado recursos para combatir la estigmatización de los refugiados mediante campañas de sensibilización y educación. Su papel también es vital para la integración de las familias recién llegadas; organizaciones como Info Park, que empezó su actividad con una pequeña caseta cerca de la estación de tren de Belgrado, ofrecen cursos gratuitos de idiomas (principalmente alemán e inglés) para facilitar la transición a sus países de destino. Asimismo, en campos como el de Krnjaca (Belgrado), las ONG organizan todo tipo de talleres y actividades para adultos y niños, con el objetivo de crear un ambiente de relativa normalidad ante una situación tan anómala. El papel de las ONG y otras asociaciones de ayuda al refugiado es vital para paliar las carencias de los organismos oficiales.

Tras un mes visitando varios campos de refugiados en todo el país (tanto oficiales como improvisados) y conversando con los distintos actores involucrados en la crisis migratoria, no es de recibo afirmar que el Gobierno serbio no dispone de los recursos ni la voluntad para hacer frente a esta problemática. La frágil coyuntura económica y política del país, con una creciente oposición al primer ministro Aleksandar Vucic (elegido presidente en las recientes elecciones generales), no invita al optimismo respecto al futuro de los refugiados en Serbia. La política migratoria de la UE, sumada a la actitud de los países vecinos, también resta margen de maniobra al Gobierno serbio y sume al país en una incertidumbre cuya resolución se hace, a día de hoy, difícil de predecir. Por otro lado, cuesta dejar de pensar en todas aquellas personas que, como Wahid, esperan pacientemente un momento que parece no llegar nunca. Miles de personas, cada una con una historia que contar y un sueño que cumplir, anhelando que llegue ese momento en el que, finalmente, podrán reencontrarse con sus seres queridos y empezar una nueva vida, lejos de su añorada tierra natal.