Fermin Munarriz
Elkarrizketa
JOSEBA ASIRON

«Lo importante no es la velocidad, sino que los cambios tengan una base firme para perdurar en el futuro»

Joseba Asiron llegó a la política oficial de modo inesperado hace tres años, pero su talante y manera de ejercer la gestión pública al frente del Ayuntamiento de Iruñea lo han convertido en el referente del «cambio» por excelencia. Es doctor en Historia del Arte, disciplina que impartía en la ikastola San Fermín hasta el paréntesis de la política, y apasionado de la historia de su ciudad natal y del Viejo Reino, sobre lo que ha escrito varios libros. Alcanzó la dirección del gobierno municipal para conducir el acuerdo programático de cuatro partidos que ha dado un vuelco rotundo a las viejas prácticas de la derecha. Tras el reciente refrendo de las bases, volverá a liderar la candidatura abertzale de las elecciones municipales del próximo año.

Entretanto, la ciudad ha cambiado y se nota. En el fondo y en las formas. Como sirimiri que parece apenas mojar pero empapa. Tal vez por ello no le resulta incómodo caminar por la calle y atender a los continuos saludos y requerimientos de vecinos. O para hacerse fotos, una deferencia que sobrelleva con la misma cordialidad y sonrisa franca que exhibe también en privado. Con los funcionarios, los invitados o sus cercanos.

Es usted alcalde en virtud de un acuerdo programático entre cuatro partidos, es también el primero euskaldun e independentista de Iruñea, la ciudad más grande gobernada por la izquierda abertzale, y es además uno de los 38 alcaldes de EH Bildu en Nafarroa. ¿Esa responsabilidad pesa o aligera su tarea?

El cambio en Pamplona forma parte de un gran cambio municipalista en Navarra, y la interacción con alcaldes de otras ciudades, independientemente del partido al que pertenezcan, nos da una cobertura especial. También ayuda que haya un gobierno de cambio, pues las relaciones habrían sido muy duras en el caso de que eso no se hubiera producido. En cuanto a lo de primer alcalde euskaldun, sí lo soy desde hace cierto tiempo, pero primer alcalde independentista de Pamplona... desde 1512, sí, ¡pero antes lo eran todos!

Tras 28 años ininterrumpidos de alcaldías de derechas, llegaron ustedes con la promesa del cambio. ¿En qué ha cambiado Iruñea estos tres años?

Han cambiado muchas cosas, pero sobre todo la manera misma de concebir la política. El ayuntamiento de Pamplona ya no es como antes, cuando los propios funcionarios llamaban a la casa consistorial “El castillo”. Hoy, más que nunca, el ayuntamiento es una prolongación de la ciudadanía. Y se pueden poner casos concretos: en políticas sociales, por ejemplo, desde declararnos “ciudad libre de desahucios” hasta rehabilitar viviendas del parque municipal que han permitido realojar a casi cuatrocientas personas. Son una pequeña muestra de que el ayuntamiento no es ajeno a las preocupaciones de la gente. O la participación ciudadana en la programación de los Sanfermines... Hay también dos materias en las que Pamplona se ha situado en la vanguardia: el tema de igualdad de género y el de la memoria histórica.

¿La sociedad ha hecho suyo el cambio?

Sí, creo que sí. Intento seguir en la calle físicamente; salgo habitualmente y mucha gente me para, me interpela, me habla. Creo que la sociedad ha asumido el cambio, sobre todo, en un sentido: a la ciudadanía se le había mentido, se le había dicho que más allá de UPN y PSN no había nada, o que lo que había era el caos. Y en tres años hemos demostrado que hay alternativas, que hay otra manera de hacer las cosas.

Es posible que el cambio pierda algún día el gobierno, pero siempre quedará para el futuro una realidad incontestable, y es que hay alternativas. No solo la eterna alternancia de UPN y PSN, que no suponía ningún cambio real, sino alternativas, otras maneras de hacer las cosas. Creo que esa va a ser la gran aportación de esta legislatura.

Cuando accedió a la alcaldía no tenía experiencia en la política oficial. ¿Qué ha descubierto durante estos años?

He descubierto cosas buenas y malas. Para lo bueno he descubierto que la política municipal es importantísima, porque al ser el escalón más bajo tiene una incidencia directa en la vida de la gente. Y poder incidir favorablemente en la vida de tus conciudadanos es muy positivo y te realiza mucho.

Para lo malo he descubierto la desfachatez. Eso me ha sorprendido. He visto incluso negar públicamente lo que se aceptaba en privado. Eso me parece una desfachatez en la manera de hacer las cosas; no la puedo entender, no, no... Eso no entra en mis esquemas mentales.

Más allá de sus compromisos institucionales, a usted se le ha visto también en diversas movilizaciones populares. ¿Desde las instituciones se puede transformar la sociedad? ¿Cómo se compaginan el activismo social y la gestión institucional?

Creo que es necesario estar en las instituciones y, si se gobierna, mucho mejor para poder transformar las cosas. La participación y estar, como estamos ahora, en 38 gobiernos municipales y en el gobierno de Navarra es importantísimo, porque da una gran capacidad de actuación para el cambio. Pero, desde luego, sin la movilización de la ciudadanía no somos nada. Eso lo tengo muy claro. Entre los buenos consejos que me dieron antes de entrar aquí, incluso desde algún ex alcalde, hay uno que valoro mucho: no pretendas liderar siempre desde la institución, deja que la gente y que las plazas se llenen y que sea la propia ciudadanía la que te vaya marcando el camino.

El hecho de que cuatro partidos de culturas políticas muy diferentes consensuaran un acuerdo programático fue ya una novedad. ¿Es cómodo este recorrido conjunto?

No ha sido sencillo. Somos cuatro partidos con trayectorias anteriores que, en ocasiones, han colisionado. No siempre ha sido fácil ponerse de acuerdo. Yo no procedo de la militancia directa en ninguno de ellos, así que a mi favor tenía que en algún momento te puedes poner por encima y decir que sus historias o deudas históricas no me afectan; aquí estamos para gobernar y estamos gobernando.

En mi anterior trabajo me enseñaron que hay que discutir, si hace falta acaloradamente, hasta que se toman las decisiones, pero cuando se toma una decisión pertenece a todos y todas. El hecho de ser diferentes –y hay mucha diferencia en el espectro de EH Bildu, Geroa Bai, Izquierda-Ezkerra y Aranzadi [En Común]– abre un abanico amplísimo. Lo bueno es que las decisiones tienen una garantía de transversalidad; tienen un amplio eco y apoyo en la sociedad. Por tanto, doy por bien empleado el esfuerzo.

 

 

Desde el principio dejaron claro que la prioridad del acuerdo programático era de contenido social; no en vano, la primera medida fue un pacto contra la pobreza, por la vivienda digna y el empleo. Sin embargo, la mayor beligerancia de la oposición se centra en ámbitos como el euskara, la ikurriña....

El mayor cambio y el mayor esfuerzo han sido precisamente en el ámbito social. Es esa materia en la que más desautorizados podían haberse sentido, porque se han tomado medidas absolutamente inéditas, por ejemplo, en relación a la vivienda, a los desahucios... pero curiosamente se han ido a un terreno, a veces periférico, como las misas, procesiones, trajes, etc... temas que no tienen trascendencia y que a la gente le importan poco. Pero hay una excepción, el tema del euskara, que es el que a mí más dolor me causa, porque se está utilizando el euskara para abrir una fractura social. Eso me parece una irresponsabilidad terrible, porque el euskara debe ser para todas las personas de Pamplona una seña de identidad irrenunciable.

Como en todo cambio, a algunas personas les gustaría que fuera más rápido y a otras más despacio. Su gobierno se ha caracterizado por la prudencia y la serenidad. ¿Qué marca el ritmo de una política de transformación?

Ha habido momentos en los que, precisamente por hacer las cosas de manera participada, se han retrasado los ritmos. Cuando se dice que las cosas de palacio van despacio no es del todo verdad. Tomar una decisión de manera personal es el modo más rápido, pero no es participado. Consultar con la gente ralentiza los ritmos.

Afortunadamente, la ciudadanía lo ha entendido. Tres décadas de régimen no se revierten en año y medio o dos años. Hace falta tiempo. Tengo muy claro que lo importante no es la velocidad de los ritmos, sino que esos cambios estén sustentados y bien cimentados, que tengan una base firme para que puedan perdurar en el futuro. Eso es lo más importante y eso se está haciendo.

Durante décadas, los gobiernos de esta ciudad se caracterizaron por el autoritarismo, la exclusión... y ahora nos encontramos con un funcionamiento nuevo: la participación ciudadana, algo insólito hace años. Suena a una cierta revolución...

Creo que sí. Y en la medida en que la ciudadanía vaya viendo que su opinión es tomada en cuenta, aumentará exponencialmente. Todos los años vamos a los foros de barrio en los cuales la gente expone sus ideas. Esas aportaciones se incorporan luego a los planes de barrio. El txupinazo lo tira quien decide la ciudadanía. El programa de fiestas se decide en la Mesa de San Fermín, con más de sesenta colectivos participando...

Afortunadamente, Pamplona tiene un tejido asociativo que probablemente no tiene parangón en ninguna ciudad de nuestro entorno, ni siquiera Donostia, Gasteiz o Bilbo, porque aquí la ciudadanía movilizada ha padecido muchas veces los excesos de autoritarismo de la institución, y eso ha hecho que exista un asociacionismo muy fuerte. Tal vez nuestro mayor mérito es saber recoger esas energías, esos impulsos del asociacionismo, y llevarlos adelante. En la medida en que sepamos hacerlo así, no nos vamos a equivocar.

En su proclamación como alcalde se comprometió a trabajar «por todas las víctimas» y honrar «su derecho a la memoria, la justicia y la reparación»; también hemos visto actuaciones, hasta ahora inauditas, de complicidad y apoyo del ayuntamiento a víctimas de la violencia del Estado. ¿En qué ha avanzado Iruñea en ese terreno?

Ha avanzado bastante pero todavía queda mucho por hacer. Es un compromiso de la legislatura el reconocimiento de todas las víctimas y todos los sufrimientos. Por supuesto que nosotros hemos estado a pie de calle con la gente que pide justicia y que reivindica el recuerdo de las víctimas de la violencia del Estado, como Ángel Berrueta, José Luis Cano o Germán Rodríguez, por citar algunos casos. Y también hemos estado al lado de las víctimas de ETA. Este año, por ejemplo, se ha cumplido al 20º aniversario de la muerte de Tomás Caballero.

Estamos en un escenario nuevo, sin violencia al menos de ETA, y tenemos una magnífica ocasión para asentar las bases para un nuevo tipo de sociedad, pero para eso hace falta saber pasar página sin renunciar a la memoria. Creo que lo uno no es incompatible con lo otro. Se trata del reconocimiento a todas las víctimas y a todos los sufrimientos que ha habido. Hay muchos tipos de víctimas, pero hay solo un tipo de dolor.

Este año, 40º aniversario de los trágicos Sanfermines de 1978, el ayuntamiento se ha implicado en los actos de memoria y reparación. ¿Por qué?

Es un síntoma de normalidad. Deberíamos preguntarnos cómo esto no ha sido posible antes, cómo nadie ha sido nunca juzgado por la muerte de Germán, que no se haya sabido cuál fue la realidad y la intencionalidad de aquellos acontecimientos. Lo anormal era que desde el ayuntamiento se retirase la estela de Germán, privando de algo tan íntimo como es el recuerdo, la memoria. Lo normal debe ser que el ayuntamiento se implique ahora con los familiares de Germán, como también hace poco se implicó con los familiares de Tomás Caballero... Eso es un síntoma de normalidad, sin renunciar a la reivindicación de verdad, justicia y reparación.

También hemos visto la retirada de símbolos franquistas o el recuerdo a las víctimas de la dictadura... ¿Qué son para usted la memoria y la reparación? ¿Cómo se deben materializar en una ciudad?

Que en pleno siglo XXI una de las plazas centrales de Pamplona llevara el nombre de un asesino [Conde de Rodezno] a mí me parece algo absolutamente anormal. Por eso la pregunta debe ser cómo no se ha hecho antes. En una ciudad como Pamplona, que ha padecido tantos sufrimientos y violencias –del Estado, de ETA...– que no seamos capaces de reconocer el daño causado y reconocer que ha habido otros sufrimientos es algo que tenemos que desterrar. Si no hemos sido capaces de hacerlo durante ochenta años, creo que, aunque sea pensando en nuestros hijos e hijas, deberíamos ser capaces de crear una ciudad donde todo el mundo se sienta a gusto. Aunque haya habido dolor, sufrimiento, aunque todavía existan injusticias que no se han reparado, pero debemos tender a crear una ciudad en la que todas y todos nos sintamos seguros. Creo que vamos a salir de esta legislatura con esa deuda con nosotros mismos saldada.

Iruñea está a la cabeza en políticas públicas contra las agresiones sexistas y contra la discriminación de género, en sintonía con unas movilizaciones sociales sin precedentes. ¿Qué ha ocurrido para que se diera ese paso adelante?

La sociedad se ha movilizado. Después de años de trabajo a pie de calle por parte de los colectivos de mujeres, ese mensaje ha calado. Ahora mismo ya no es posible que una alcaldesa o un alcalde salga públicamente a decir que han sido unos Sanfermines maravillosos cuando ha habido cuatro violaciones en las fiestas. Creo que eso se ha roto, ha quebrado, y afortunadamente ha aflorado desde la calle y la ciudadanía otro tipo de mensaje.

El siglo XXI, afortunadamente, va a ser el siglo de las mujeres, algo que digo además con absoluto egoísmo porque soy padre de una hija y quiero que tenga más oportunidades de las que tuvo su madre y muchas más de las que tuvo su abuela. Y eso ha eclosionado también en Pamplona después de años de trabajo. Creo que nuestro mayor mérito ha sido saber estar al lado de los colectivo de mujeres y al lado de la ciudadanía.

Hubo un tiempo en que la Policía Municipal retiraba la ikurriña a porrazos; ahora son los tribunales los que impiden que ondee en igualdad... ¿Se podrá ver la ikurriña en la fachada consistorial con normalidad?

Sería un síntoma de que en el balcón del ayuntamiento están representadas todas las sensibilidades que hay en Pamplona. Yo he dicho alguna vez –y se me ha criticado por un lado y por otro– que en el balcón del ayuntamiento no sobra ninguna bandera y, si acaso, falta alguna. Y se me ha criticado, ¡eh!, pero es que estoy convencido de que es la manera de representar todas las sensibilidades.

Por supuesto que para este alcalde, y mucho más para la persona que hay detrás de este alcalde, no todas la banderas son iguales y unas significan más que otras, pero es que Pamplona es plural y la pluralidad tiene que tener reflejo también en la institución.

Iruñea fue capital de un reino. ¿Le gustaría que fuera algún día la capital oficial de Euskal Herria?

Claro, ¡cómo no! Yo soy independentista. Iruñea ha sido capital del único estado que los vascos hemos sabido crear, el reino de Navarra. Navarra y Euskal Herria son las dos caras de una misma moneda. Navarra es la cara política y Euskal Herria su reverso cultural. Me quedo con las palabras del escritor labortano [Joanes] Etxeberri cuando decía: «Iruñea euskaldun guzion hiri buruzagia da». Eso se dijo en el siglo XVIII y subraya esa referencialidad de Pamplona dentro de Euskal Herria.

En breve comenzarán los últimos Sanfermines de la legislatura. ¿Qué ha cambiado en la fiesta estos años?

Los Sanfermines han cambiado en un sentido clarísimo: las fiestas son hoy más participativas que nunca. Pamplona siempre ha tenido unas fiestas populares, pero en los últimos años de gobierno de UPN hubo un intento de encorsetarlas, de privarlas del carácter espontáneo que muchas veces cuestionaba la realidad institucional... Eso no pocas veces chocó con la voluntad de la gente y se produjeron momentos de tensión. Creo que desde que hay un cambio político en Pamplona los Sanfermines están recuperando ese espíritu participativo. Pero también en un sentido más: nosotros recogimos unos Sanfermines que, en cierto modo, mostraban síntomas de descomposición; una imagen exterior como ciudad en la que vale todo habría hecho mucho daño a las fiestas. Hemos hecho un gran esfuerzo por evitar las situaciones de falta de respeto y ataques clarísimos a mujeres que se veían en el Txupinazo, por ejemplo.

¿ Y cómo se presentan para el alcalde?

El alcalde ya no tiene Sanfermines... (risas) Ha sido muy sanferminero; hubo una época en que el día 14, cuando terminaban las fiestas, se preguntaba a sí mismo qué voy a hacer yo mañana, cuando esto haya acabado. Pero bueno, esto ha terminado; primero por razones de edad, el alcalde ya tiene 56 años... (risas) y ya está en situación de dejar paso a su hijo y a su hija y no encontrárselos en la calle en plena parranda. Esa es una razón de índole personal, pero también la popularidad que tiene en Pamplona la figura del alcalde te impide poder pasar desapercibido y disfrutar en igualdad de condiciones...

«Fue el estudio y el conocimiento de la historia de Navarra lo que me arrastró a la política», asegura usted en la presentación oficial del ayuntamiento. Acaba de ser confirmado como candidato de EH Bildu para las elecciones de 2019. ¿Cuáles son las razones de hoy para volver a asumir este reto?

El compromiso. Yo no era en principio de los que les gustara especialmente la política. Los que hemos nacido en los años 60 y 70 y nos tocó la Transición en la adolescencia siempre hemos estado de una manera u otra en política, pero no me seducía especialmente. Sí me atraían los movimientos sociales, y he estado en Nafarroa Bizirik o Nabarralde, o en la lucha contra el aparcamiento de la Plaza del Castillo o contra el embalse de Itoitz, que me parecían injustos. Pero fue precisamente el conocimiento de la historia lo que me llevó a amar a mi tierra, Pamplona y Navarra. La verdadera patria del ser humano es su infancia, y mi infancia es Pamplona. Me supieron tocar la tecla acertada y eso es lo que me situó aquí.

Y en este momento es el compromiso. Cuando el cambio estaba maduro y a punto tras décadas de lucha, desde determinadas fuerzas políticas seleccionaron a una persona desconocida de la sociedad civil y la colocaron en primera fila, y eso es un privilegio al que no tengo el derecho de renunciar. Es un compromiso con la ciudad y con quienes me rodean, que arriesgaron para participar en este proyecto. Y yo no les voy a dejar en la estacada. Mientras ellos quieran que yo esté aquí, continuaré.