Miren Sáenz
UN PASEO CAVERNÍCOLA

Cuevas, un tesoro a preservar

Este pequeño país es grande en yacimientos prehistóricos. Tiene cuevas con pedigrí, como los tres santuarios declarados Patrimonio de la Humanidad, cavernas con pinturas rupestres o sin ellas, abiertas o cerradas al público, y que aportan más o menos información. Para descubrir su magia sin fastidiar las originales se inventaron las réplicas. Todo forma parte del universo prehistórico, lugares únicos que se deben conservar.

Aunque permanecen ocultas, como corresponde a su propia idiosincrasia, estamos rodeados de cuevas: esos lugares que hace miles de años servían de morada, despensa o sepulcro a neandertales y cromañones y, hoy en día, continúan aquí. Euskal Herria pasa por ser un lugar fértil en yacimientos prehistóricos, algunos de los cuales incluso tienen rango universal, como Santimamiñe (Kortezubi), Ekain (Deba) y Altxerri (Aia), que la Unesco declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad hace una década. La distinción sirvió para poner en valor tres de los santuarios vascos con pinturas rupestres; trazos y figuras que poseen otras diez joyas del país ubicadas, además de en Bizkaia y Gipuzkoa, en Nafarroa, Behe Nafarroa y Zuberoa.

Con manifestaciones artísticas o sin ellas, el muestrario a estudiar y conservar es amplio y abarca impresionantes conjuntos como el situado en Deba, Mutriku y Mendaro, con cuevas como Urtiaga, Ermitia, Langatxo, Iruroin, Astigarraga o Praileaitz I –caverna con restos prehistóricos amenazada por la actividad de una cantera cercana–, a otras con restos paleontológicos o hermosas formaciones calcáreas.

El arqueólogo Xabier Peñalver, en la segunda edición de su libro “Sobre el Origen de los Vascos” (Txertoa, 2009), ya avanzaba más números, como los 24 yacimientos que situaba en un mapa del Paleolítico Inferior y Medio, que se ampliaban a 60 en el Paleolítico Superior y rozaban los 188 en el Eneolítico y la edad del Bronce.

Peñalver, con cuarenta años de profesión a sus espaldas, en los que ha participado en importantes excavaciones de yacimientos paleolíticos como Praileaitz I, que continúa investigando, cree que van a seguir apareciendo nuevas cavidades y también nuevas pinturas: «Ahora se revisan muchas de las cuevas que ya se conocen con metodologías y técnicas más modernas de iluminación y prospección que van a seguir dando, como se ha visto últimamente, resultados positivos». Las nuevas técnicas están aportando gran cantidad de información y aspectos como el ADN se están demostrando efectivos en las investigaciones de las poblaciones prehistóricas: «Hay yacimientos inmensos que nunca se van a poder excavar, sobre todo poblados. Pero aunque sea una pequeña cueva nunca se excava totalmente, siempre se deja una parte para poder ser estudiada y reinterpretada con las nuevas metodologías», añade.

Lo que antes resultaba impensable, ahora permite recuperar una muestra y volver a realizar estudios complementarios que, en ocasiones, confirman resultados publicados por investigadores anteriores o, por el contrario, los modifican. Lo que, en opinión de Peñalver, siempre es positivo, ya que «cada arqueólogo trabaja con los medios que cuenta, pero en el futuro va haber nuevas tecnologías y nuevos instrumentos que pueden ayudar a avanzar», asegura.

En una actividad en la que el azar o la naturaleza tienen su incidencia, puesto que un desprendimiento puede destapar lo oculto, el investigador donostiarra aboga por el trabajo y la inversión necesarios para sacar adelante los proyectos. «Si se excava puede haber resultados; si no se excava, no. Existe un factor relacionado con la suerte, pero yo no juego a la lotería», reconoce alguien más que acostumbrado al trabajo de campo. Un trabajo, por cierto, duro, complejo y meticuloso, que habitualmente se practica en sitios incómodos y húmedos: «Las cuevas del Paleolítico se excavan sobre tablones, nunca pisando el suelo, en malas posturas, en cuadrículas de 33 centímetros de lado, con capas de 1 o 2 cms. Hay que desbrozar, hay goteras y además hay que dibujarlo todo», explica.

Sin embargo, las condiciones económicas de quienes se dedican a la investigación en este campo no ayudan a que surjan suficientes sucesores del gran referente de la arqueología vasca, J. M. Barandiaran (Ataun, 1889-1991). «Si la gente no se anima no creo que sea por falta de afición, sino más bien por las condiciones. Quien se ha dedicado a esto ha tenido un gran enganche, porque a veces este trabajo te causa mucha satisfacción. Pero no hay que confundir la pasión con el amor al arte. Nosotros no comemos lo que cazamos sino que tenemos que comprar en la carnicería», responde con ironía.

Peñalver reconoce que hay países económicamente potentes que han sabido valorar el patrimonio e incluso sacarle partido: «Hay importantes yacimientos que, sin dañarlos, pueden ser puestos en valor y rentabilizarse no sé si económicamente, pero sí culturalmente. El patrimonio prehistórico se conserva, pero no se investiga lo suficiente y nos faltan unos cuantos años para llegar a la altura del Estado francés o Alemania, por comparamos con territorios próximos».

Originales y réplicas. Para salvaguardar las pinturas y acercarse a la magia de esos lugares milenarios se han construido réplicas perfectas. Santimamiñe cerró su verja en 2006 tras sobrevivir durante décadas a millares de escolares lanzados por sus rincones en busca del «huevo frito». Hoy esa legendaria roca y el medio centenar de obras de arte que guarda la gruta de Kortezubi, se pueden contemplar a través de unas gafas en un paseo virtual en tres dimensiones.

Ekainberri, por su parte, es una de las cuatro réplicas de cueva completa que existen a nivel europeo, junto con Lascaux, Altamira y Chauvet. A 600 metros de la original, lo suficientemente cerca para compartir el entorno y lo suficientemente lejos para no perjudicar a su predecesora, en Zestoa se ha reproducido Ekain desde la parte artística hasta las condiciones ambientales. Las visitas, de dos horas y media de duración, están enfocadas a grupos reducidos, para poder ver y escuchar casi en la intimidad y sin apretones. Desde aquel 11 de setiembre de 2008, fecha en la que se inauguró la copia, más de 300.000 personas han pasado por una instalación que ha ampliado su catálogo de actividades paralelas con experiencias para sentirse cromañón por unas horas aprendiendo a hacer fuego frotando palos o piedras, comiendo carne fresca o cazando con azagayas.

Juan José Aramburu, director de Ekainberri, se siente satisfecho de la respuesta del público: «Teníamos claro que este era un recurso cultural y que el visitante de Ekainberri iba a salir más sensibilizado, con ganas de aprender de ello y de descubrir este mundo tan fantástico. Creo que lo hemos conseguido, o al menos eso nos transmiten los visitantes». Para Aramburu es un logro poder mostrar nuestro patrimonio de una manera cuidada: «Este es un proyecto de país pequeño y es un orgullo estar en la misma línea que museos tan grandes como la réplica de Lascaux, uno de los centros, no solo de arte rupestre, sino museísticos europeos más destacados de los últimos años».

Al margen de estos lugares que podría definir como de “realidad inventada”, también en Euskal Herria quedan originales a los que se accede abonando la correspondiente entrada. Ese es el caso de Isturitze y Otsozelaia, que comparten colina. Ubicadas en Donamartiri, en el corazón de Nafarroa Behera, se trata de una propiedad privada.

Isturitze es una de las pocas cuevas vascas con pinturas rupestres abierta al público y allí se pueden observar por precios reducidos representaciones de bisontes, ciervos y cabras, además de sus manos en negativo. Otsozelaia también tiene su tesoro, la flauta hecha con hueso de ave más antigua de Europa, que impresiona también por sus estalactitas y estalagmitas. Estas maravillas de la naturaleza, a su vez, se pueden apreciar en las galerías de Arrikrutz (Oñati), la mayor cavidad de Gipuzkoa, conocida sobre todo por sus restos paleontológicos: aquel esqueleto completo de león de las cavernas, sus cráneos de panteras, o su yacimiento de osos, sin olvidar a su colonia de troglobios, unos insectos transparentes que se adaptan a la vida cavernícola.

El embrujo de Zugarramurdi. La cueva de mayor trasiego, además de la de Sara, es “Sorginen Leizea”, el complejo cárstico de Zugarramurdi que en 1983 abrió sus puertas y posteriormente un museo en un gesto de memoria histórica hacia aquellos vecinos acusados de brujería que fueron torturados, juzgados y algunos hasta quemados por la Inquisición.

Todos los veranos, los vecinos de Zugarramurdi celebran el Zikiro Jate, una fiesta popular en la que un millar de comensales se reúne a comer cordero asado a la estaca en la misma cueva que ha servido de escenario a conciertos de música en momentos puntuales y de plató en el rodaje de “Las Brujas de Zugarramurdi”. Esta enorme cavidad, atravesada por la Regata del Infierno, bate récords de asistencia. «El año pasado llegó a recibir 145.000 visitantes, animados no solo por las historias de akelarres y la película de Álex de la Iglesia, sino también por los libros de la Trilogía del Baztan (de Dolores Redondo), que han atraído a mucha gente por la zona», asegura Ainara Abete, quien trabaja en el museo y ejerce de guía.

¿Y tanta actividad cultural y social no afecta al mantenimiento de la cueva? «Intentamos que la gente sea responsable y sepa dónde está», añade Abete.

Ahora que el bullicioso verano ha dado paso el otoño, la estación de los colores ocres invita a visitar estos lugares únicos con la cautela que merecen.