Beñat Zaldua
Una liberal en busca de un lugar para europa

Margrethe Vestager

Encontrarse con un genuino liberal en estas latitudes del sur europeo es algo casi parecido a toparse con un ornitorrinco a orillas del Mediterráneo. Quizá sea eso lo que explique la fascinación que genera Margrethe Vestager a quienes se acercan a la figura de esta política danesa, comisaria europea de la Competencia desde 2014 y que repetirá cargo –con poderes redoblados– en la nueva Comisión Europea de Ursula von der Leyen.

Danesa de 51 años, Vestager ha copado los titulares durante los últimos cinco años imponiendo a las grandes empresas tecnológicas multas nunca antes vistas, ya fuese por evadir impuestos o por prácticas abusivas que impedían una competencia justa a otras empresas. Vestager se ha convertido en la bestia negra de Google, Facebook, Amazon y otras grandes compañías –Starbucks, Gazprom, Fiat, McDonald’s, Telefónica, etc.–, y lo ha hecho sin despeinarse ni perder el buen humor.

Exigió a Irlanda que reclamara 13.000 millones de euros a Apple por evasión de impuestos, multó a Google con 2.400 millones de euros por usar su buscador para beneficiar sus servicios frente a los de sus competidores, y sancionó con otros 110 millones de euros a Facebook por engañar a las autoridades europeas acerca de la compra de WhatsApp. Timothy D. Cook y Sundar Pichai, todopoderosos jefes de Apple y Google, han viajado en vano a Bruselas a entrevistarse con ella y tratar de presionarla.

No sabemos si los recibió haciendo calceta, algo que tiene por costumbre hacer en entrevistas y reuniones. A su sucesor al frente del ministerio danés de Economía le regaló un elefante cosido por ella, con una nota: «Los elefantes son sociales y perspicaces. Viven en comunidades y, debo decir, en sociedades matriarcales. No son rencorosos, pero tienen buena memoria».

Ironía, dotes comunicativas extraordinarias, capacidad de trabajo y buen desempeño negociador han sido sus señas al frente de un departamento de competencia que heredó de Joaquín Almunia, que fracasó tres veces en el intento de llegar a un acuerdo con Google. Vestager ha sido mucho más agresiva, y muchas de sus multas y sanciones siguen su curso en tribunales internacionales. Sus aspiraciones políticas –en las últimas europeas llegó a ser candidata de ALDE a presidir la Comisión Europea– están ligadas al desenlace de esos pleitos, pero gane o no, Vestager ha sido una pionera al poner el foco en el poder de las grandes compañías tecnológicas como una de las grandes amenazas del siglo XXI –ahora son los demócratas en EEUU quienes apuntan en esa dirección–. También a la hora de subrayar el uso de los datos y la economía digital como la mayor revolución del sistema económico desde la revolución industrial.

«Esto va a cambiarlo todo; está cambiando nuestra democracia, nuestras relaciones, nuestra sociedad y todos los mercados. Lo que me preocupa es que no llegamos a entender y analizar claramente todo lo que está ocurriendo. Lo vemos como un tsunami que nos está cambiando, sin ser capaces de esquivarlo o darle una dirección», explicaba en abril en una de las entrevistas más sustanciosas que se encuentran en la red, publicada en la revista estadounidense “The Atlantic”. En ella muestra también una visión de las nuevas tecnologías que rompe con el pensamiento mágico que a menudo las acompaña: «Cuando empezó internet, los economistas se mostraron esperanzados por la transparencia que proporcionaría, porque habría mucha más información sobre el mercado. Esas esperanzas han quedado en nada». «Está bien tener derechos, pero es mejor poder ejercerlos», añadía sobre la regulación de los datos, dejando un titular a contracorriente: «Una vida conveniente y una buena vida quizá no sean la misma cosa».

«Lo que es fascinante sobre su papel es que, en su mente, las nuevas políticas anti-monopolio se deben centrar en los datos, no en el poder de mercado», apunta Randy Komisar, veterano ejecutivo de Sillicon Valley citado por “The New York Times”. Efectivamente, Vestager rechaza como «completa ficción» que las grandes tecnológicas como Google o Facebook ofrezcan sus productos de forma gratuita y defiende con vehemencia la necesidad de un marco regulador que ejerza un control sobre los datos disponibles. También reclama a las grandes compañías compromisos y transparencia: «Si es tu algoritmo, es tu responsabilidad».

Democracias contra corporaciones. Este acercamiento a la figura de Vestager corre el riesgo de dibujar a una política casi revolucionaria infiltrada en la burocracia de Bruselas. Cuidado, ni mucho menos. El espejismo se explica, en buena medida, por la falta de referentes genuinamente liberales en el sentido clásico de la palabra, tanto en su acepción política como en la económica.

Los dudosos ejemplos que nos rodean y la hegemonía neoliberal de las últimas décadas han hecho olvidar que hasta Adam Smith, considerado padre del capitalismo y famoso por la metáfora de la «mano invisible» que regula los mercados –lástima que estos suelan ser mancos–, creía que los monopolios eran una amenaza peor para el libre comercio que la regulación gubernamental. Porque lo que es Vestager es una liberal de las de antaño; una mujer que en asuntos sociales y medioambientales se acerca a la izquierda, y que en asuntos económicos está más cerca de la derecha, pero que cree firmemente en que el Estado –la Unión Europea en este caso– debe regular ese mercado para que todos puedan competir en igualdad.

En ese empeño ha tenido trabajando a los 900 investigadores de su equipo durante estos años, sacudiendo de paso una anquilosada burocracia europea y situando a la UE como referencia en el marcaje a las grandes tecnológicas y en el control de los datos. No ha logrado todo lo que quería en materia de directivas europeas, ni está demostrado para nada que sus iniciativas sean suficientes, pero el único camino que tiene Europa para ser algo en el siglo XXI es el camino que marca Vestager, que se ha ganado importantes enemigos, tanto en EEUU como en el viejo continente. En Berlín y París no le perdonan el veto a la fusión entre Siemens y Alstom, una operación con la que Alemania y Francia querían crear un gigante tecnológico europeo, a imagen y semejanza de los conglomerados de Sillicon Valley. No será esa la manera de hacerle un hueco a Europa en un mundo marcado por la competición entre China y EEUU, según la comisaria.

«Vestager entiende que las batallas políticas del presente y del futuro no serán entre naciones, sino entre democracias y corporaciones globalizadas que durante mucho tiempo han hecho las cosas como han querido. Esas batallas no pueden darlas países individuales, porque las compañías globales se asientan donde quieren. Pero si un mercado del tamaño de la Unión Europea empieza a afirmar un interés colectivo, las corporaciones quizá tengan que tomar nota, actuar con transparencia y pagar impuestos». Tim Adams, una de las plumas más reconocidas de “The Guardian” resume así el pensamiento de Vestager.

Una peineta de recuerdo. Pero insistimos, pese a que algunas de sus iniciativas, a estas alturas, supongan una revolución, la comisaria de Competencia es cualquier cosa menos una revolucionaria. Como candidata a presidir la Comisión no se salió del guion en ningún tema que no fuese el suyo, ofrece análisis sugerentes sobre el auge de la extrema derecha –lo conecta con las incertezas derivadas de un nuevo tiempo digital–, pero no dice nada nuevo sobre la migración: más allá de un acercamiento algo más humanitario a la llegada de migrantes y refugiados, defiende un control migratorio estricto. De hecho, su departamento ha colaborado en el desarrollo de nuevas tecnologías de control fronterizo.

En todas las entrevistas que ofrece aparece un elemento central de su despacho: una escultura de una mano con el puño cerrado y el dedo corazón levantado. Una peineta en toda regla que no mira al entrevistador, sino a la entrevistada. No es el regalo de un magnate de las tecnológicas, sino el obsequio de los sindicatos daneses, que no guardan buen recuerdo de Vestager como ministra de Economía, responsable de recortes importantes en ámbitos como los subsidios por desempleo tras la crisis de 2008.

La peineta, sin embargo, sigue allí, según ella como recordatorio al visitante de que ya le han intentado intimidar en otras ocasiones. Un gesto que marca carácter y hace las delicias de los periodistas que la entrevistan, una escultura que alimenta al personaje. Cuando era ministra, en una entrevista en la que fue preguntada por aquellos recortes, zanjó el debate con un contundente «así son las cosas». Sus rivales creyeron haber encontrado en esa frase una arma contra ella. Ilusos. La repitió una decena de veces en su siguiente discurso público.

Vestager dirigía entonces el Ministerio de Economía y Finanzas en un gobierno de coalición entre los socialdemócratas de la primera ministra Helle Thorning-Schmidt y el partido que entonces dirigía la ahora comisaria, Radikale Venstre, que pese a su nombre (Izquierda Radical), es un partido liberal situado entre socialdemócratas y conservadores. Apenas suele oscilar entre el 5% y el 10% de los votos.

Si el guion según el cual la líder de un pequeño partido danés logra grandes cuotas de poder gracias a su habilidad negociadora le suena, es que ha visto “Borgen”, serie de culto más que recomendable para adictos a la política. El parecido no es casual, el personaje protagonista está inspirado en Vestager, y la actriz protagonista, Birgitte Nyborg, pasó varios días junto a ella para preparar el papel.

En la serie, el personaje de Nyborg llega a convertirse en primera ministra danesa. En la realidad, Vestager, miembro de un partido que en un país pequeño como Dinamarca (5,7 millones de habitantes) logró el 8% de los votos en las elecciones legislativas de junio –y que cuenta solo con dos eurodiputados–, es una de las figuras con mayor preeminencia en la Comisión Europea, que decide sobre la suerte de más de 500 millones de personas. Quién sabe, quizá después de todo los países pequeños pinten algo en Europa; al menos los que cuentan con un Estado.