Iraia Oiarzabal
ARTE, PLACER Y LUCHA

Autorretratos feministas

¿Han soñado alguna vez en atravesar un túnel del tiempo? Pasear por «Feminismos» en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) es seguramente una experiencia similar, trasladada, en este caso, a la evolución de la lucha feminista desde la década de los 70 del siglo pasado hasta hoy. La muestra no deja indiferente a nadie: el placer, la provocación y la lucha confluyen en el arte. Pasen y vean.

La historia de tantas mujeres luchadoras y, por tanto, también un pedacito de lo ganado para cada una de nosotras, se ve reflejada en las obras que se muestran en Barcelona hasta el próximo 5 de enero en la exposición “Feminismos”, que se completa con dos muestras: “La Vanguardia Feminista de los años 70. Obras de la Verbund Collection” y “Coreografías de género”. Los tres títulos son fiel reflejo de lo que buscan trasladar. Y es que si la elección de los feminismos, en plural, es descriptiva de la realidad actual, por ser un movimiento emancipador plural y diverso en sí mismo, cada una de las dos colecciones que la conforman complementan este principio. Definir como vanguardia el movimiento que estalló en los 70 permite también entender en lo que ha derivado casi medio siglo después. Una evolución relatada a través de coreografías de género.

El recorrido por la segunda planta del CCCB ofrece una demostración del diálogo, las continuidades y las rupturas entre el feminismo de los años 70 y los feminismo actuales. Tal y como explica Marta Segarra, catedrática de Estudios de Género en la Universidad de Barcelona y comisaria de la exposición “Coreografías de género”, que acompaña a la principal, el objetivo es ver qué enfoques y qué temáticas eran más nuevos en los feminismos artísticos contemporáneos en relación con los que surgieron en el estallido artístico y activista de los años 70.

Si el arte que surgió en los 70 fue rompedor por su intento de transgredir las construcciones de género, reivindicar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo o denunciar las violencias sexistas, la exposición es el vivo reflejo de ello. «El arte era un medio que muchas mujeres escogieron para expresar no solo sus reivindicaciones, sino todas sus preocupaciones, sentimientos, afectos… todo lo relacionado con el hecho de ser mujer», relata Segarra.

«Lo personal es político». Uno de los principios que más fuerza tomó en aquella década es aquel que afirma que lo personal es también político. Las reivindicaciones de la ola de mujeres que tomó entonces las calles saltaban de la intimidad del hogar al ámbito público. El derecho a trabajar fuera del hogar o a divorciarse, la libertad sexual o la ruptura con los cánones de belleza establecidos hasta el momento conforman un mosaico de reivindicaciones que buscaban la independencia de las mujeres de un sistema patriarcal que las mantenía amarradas.

La muestra, que reúne más de 200 obras de 73 artistas de Europa, América y Asia nacidas entre los años 1929 y 1958, cuenta con la presencia de tres firmas de origen vasco: Esther Ferrer (Donostia), Marisa González (Bilbo) y Gina Pane (Biarritz). Mediante la fotografía, el vídeo, el cine y la performance, explican los promotores de la muestra, las artistas «deconstruyeron los condicionantes culturales y sociales represivos de la época» para plantear cuestiones radicalmente nuevas sobre las funciones de la mujer en la sociedad. Desde la imagen de una joven acompañada de su hijo portando un cartel que reza “Jo també soc adultera” (“Yo también soy adúltera”) durante una movilización contra la ley que pretendía penalizar el adulterio, hasta una mujer ataviada en un traje con forma de horno que refleja su sujeción al mantenimiento del hogar, pasando por mujeres envueltas en forma de capullo o amordazadas, denuncian esa represión y esa relación de poder en relación a los hombres. En un afán de provocación y jugando con la ironía, son varias las imágenes que, a través de figuras fálicas, sugieren esa dominación masculina. Era también una forma simbólica de romper ciertos tabúes.

Las cinco secciones que conforman la exposición abordan diversas cuestiones, como la reclusión en los roles de ama de casa, madre, esposa o la sumisión a la que se somete a las mujeres y el intento de huir de ello. Esta sección se basa en la idea de que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial la imagen de la “mujer ideal” era muy conservadora, por lo que trata de reflejar la lucha del movimiento feminista europeo contra estas restricciones. Rompiendo con los roles asignados a la mujer y que se restringían a los cuidados, a procurar el bienestar del esposo y los hijos y a garantizar los principios morales establecidos. Estaban indignadas y dieron lo mejor de su creatividad para mostrar al mundo la opresión que sufrían y la libertad por la que luchaban.

También trata de reflejar el debate relativo a los cánones de belleza. Unos dictados ante los que las artistas feministas trataron de responder ofreciendo una visión mucho más compleja del cuerpo de la mujer. Del mismo modo, la sexualidad femenina cobra protagonismo en gran parte de las obras. «Las artistas se rebelaron contra reducción de las mujeres a ser objetos de deseo y, por tanto, también contra la mirada masculina voyeurista que había dominado las artes durante tantos siglos, particularmente a través del cuerpo femenino desnudo. Contrarrestaron la visión falocéntrica del mundo con su ironía, abordando los deseos, las emociones y las necesidades físicas desde una perspectiva femenina, así como también protestando públicamente por la violencia sexual contra las mujeres», sostiene la organización de la exposición.

El cuerpo, un elemento incómodo. Como muestran las imágenes que ilustran este reportaje, los cuerpos han tenido gran importancia para trasladar desde el arte los principios del feminismo. «En el arte feminista el cuerpo ha estado siempre. Hoy en día está clarísimo que el cuerpo es un objeto de debate, estudio y reivindicación para los movimientos actuales. En el caso de los años 70, en el arte estaba clarísimo pero en el feminismo activista en las calles estaba menos claro», reflexiona Marta Segarra.

La comisaria de la exposición habla de los cuerpos como una «cuestión incómoda» para una parte del feminismo en aquel momento. Se remonta a la aportación de Simone de Beauvoir para desgranar esta idea: «Ellas se planteaban más una cuestión de lucha de clases, no como una cosa entre hombre y mujer. Ya dijo Beauvoir que la mujer no nace mujer sino que se convierte en mujer. En este sentido, el cuerpo era un objeto incómodo porque es lo que nos liga a la biología y lo que se quería precisamente era desligar el sexo de la biología, por eso se creó el concepto género».

Ahora, en cambio, es un elemento que está ahí. Se ha tomado conciencia de ello, se defiende el derecho a decidir y disfrutar de él, y se utiliza como herramienta reivindicativa. El placer, precisamente, es otro de los hilos conductores de las exposiciones y tiene su traducción más impactante en la emisión del documental “Las muertes chiquitas” y las fotografías que lo completan. La muerte chiquita es como se denomina en México al orgasmo, lo cual no deja de ser bastante descriptivo. El documental dirigido por Mireia Sallarès y que se muestra dentro de “Coreografías del género” trata sobre el placer, la violencia, el dolor y la muerte con el orgasmo femenino como hilo conductor. A través de testimonios de varias mexicanas que llegan a estremecer, invita a reflexionar sobre el placer, su represión o la autoexigencia. Son mujeres que confiesan no haber tenido nunca un orgasmo o que hablan sobre cómo el sexo va para ellas intrínsecamente unido a la violencia.

En este baile entre el feminismo de los 70 y el movimiento actual, Segarra reflexiona sobre la liberación sexual, la sexualidad y la violencia. «Los feminismos contemporáneos más que liberación sexual plantean la diversidad no tanto de lo que llamábamos orientaciones, que se reducían a homosexualidad o heterosexualidad, sino en abrir mucho más este panorama. Nos parece que lo sabemos todo y lo aceptamos todo dentro de la sexualidad pero quedan también muchos rincones oscuros. Por ejemplo, la sexualidad sigue muy genitalizada y enfocada a determinadas partes del cuerpo, pero es una cosa mucho más amplia», expresa.

El género es otro ámbito que estudia la muestra comisariada por Segarra. En la sección titulada «Deconstrucción del binarismo de género», sostiene que ser mujer no es algo «natural» e invita a preguntarse cuál es el sujeto del feminismo. «Ya no se puede responder que el sujeto sean solo las mujeres. Hoy en día mucha gente cree que la posibilidad de reconocerse solo como hombre o mujer es limitador. El género es fluido y tenemos que aceptarlo». Esta cuestión se manifiesta de forma muy explícita en la muestra y es una de las temáticas que más claramente refleja los cambios vividos en el seno del feminismo.

Del feminismo blanco a la interseccionalidad. Más que un contraste entre una exposición y otra, por tanto, podríamos hablar de un continuum que muestra una evolución con evidentes saltos en el seno mismo del movimiento. En este contexto, Segarra cuenta cómo algunas críticas que se hacen sobre la muestra de la Verbund Collection se centran en que se trata de una colección «muy blanca». También se decía esto del feminismo de aquellos años, «es decir, que eran mujeres de una cierta clase social, bancas y que no expresaban la diversidad de la población femenina de la época». Por ello incide en que más allá de la voluntad de homenajear al feminismo de los 70 como algo histórico, lo que aquí se trata es de mostrar que los feminismos hoy día están muy vivos y son una cuestión candente en la sociedad.

De entrada, como se comentaba al inicio de este reportaje, el mismo uso del plural para referirnos a los feminismos es significativo. La cuestión de la interseccionalidad de las luchas es algo patente dentro del movimiento feminista. Ya lo dijo Bell Hooks cuando manifestó que «el feminismo es para todo el mundo». Un movimiento emancipador como este ha de abarcar otras tantas luchas por la liberación de las diversas opresiones políticas, sociales y económicas. Este es un principio que, hoy por hoy, ha logrado un amplio consenso. «En ‘Coreografías del Género’ me interesaba recalcar que hoy en día no se puede pensar en feminismo o ser activista o artista feminista sin pensar en otras cuestiones como la racial», apunta Segarra, dando ejemplo de una de las preocupaciones que, si bien ha ido ganando terreno, siempre ha estado ahí.

«Lo bueno del de los 70 es que fue bastante desde dentro del movimiento donde pusieron en cuestión todas estas limitaciones del feminismo que era más hegemónico. Había muchas mujeres que se sentían excluidas: las afroamericanas, las mexicanas, las lesbianas...», reflexiona.

 

Por esto mismo habla Segarra de «confluencia de luchas» como algo que corresponde a los planteamientos contemporáneos. «Quedará algún reducto del feminismo que piensa que no se tiene que preocupar más que de las mujeres pero creo que hoy en día está claro para la mayoría que las luchas están entrelazadas», afirma. Defiende además que tiene que ser así, por encima de cualquier resistencia: «hay gente que lo ve como una pérdida o una fragmentación de una lucha más unitaria. Pero claro, unitaria según para quién. En los años 70 quizá había reivindicaciones de grupos de mujeres que no se reconocían en esa lucha tan restringida. Hoy en día me parece imprescindible que el feminismo se haya abierto y sea plural». Ello no impide que haya polémicas y temas a debate dentro del feminismo. Algunas de estas cuestiones, como el trabajo sexual, se recogen también en la exposición comisariada por Segarra.

Si en los 70 se habló de un segundo estallido del feminismo, en los últimos años se incide en la fuerza que ha tomado una nueva ola que rechaza los dictados del sistema patriarcal. Le hemos visto a través de movimientos como el #MeToo, de movilizaciones masivas contra la violencia de género o de jornadas de huelga masivas los últimos 8 de Marzo. ¿Estamos en este momento de interseccionalidad? La respuesta de Segarra es claramente afirmativa y ofrece algunas pistas de lo que observa: «Los jóvenes de entre 14 y 20 años creo que han pegado un cambio. Son gente que tienen claro esto de la interseccionalidad de las luchas. Los chicos han pegado un cambio, luego veremos si se traduce en conductas. El feminismo les interesa mucho a ellos también. Antes los hombres o eran hostiles o eran indiferentes. Los movimientos feministas tienen que seguir liderados por mujeres, pero que los hombres se suban al carro es estupendo. Lo mismo con las personas trans. No pienso que las feministas tengan que pedir el carnet de identidad a nadie. Ni de identidad ni de pertenencia al feminismo».

Las obras que visten el CCCB son un merecido reconocimiento. Observar lo que nos quiere decir cada una de ellas es un fascinante ejercicio de reflexión, divertido y provocador. Quizá, por qué no, porque estas son también cualidades de un movimiento que ha logrado mucho y que está demostrando ser capaz de conectar con el descontento y las preocupaciones de muchas personas. Sí, ojalá estemos empezando a entender qué es una lucha para todo el mundo.