Koldo Landaluze, fotografía: Iñigo Uriz/Foku
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David Ilundain

«En ‘Todos a una’ infiltramos al espectador en un territorio vetado a los adultos» - David Ilundain

Nacido en Iruñea en 1975, David Ilundain se licenció en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Posteriormente, amplió estudios de Cinematografía en la referencial Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños de La Habana, Cuba. Como director de cortometrajes y con proyectos como “En el frigo”, “Acción-Reacción” y “Flores”, ha cosechado 23 premios en diferentes certámenes internacionales. En el año 2015 debutó en el formato largo con “B”, la adaptación de la obra de teatro de Jordi Casanovas basada en el proceso judicial del extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas. Entre sus proyectos también destacan “Miradas” del proyecto colectivo “Slides”, galardonado por la Comunidad de Madrid con el premio de distribución 2011, y “Ejecución”, cortometraje con gran éxito y debate on-line sobre el problema de los desahucios. El cineasta iruindarra recuerda a 7K que el cine se ha convertido para él en «una herramienta fundamental a la hora de desarrollar historias desde muy diferentes ópticas. Su gran fuerza comunicativa nos permite alternar la ficción y lo que consideramos “real” a través de múltiples crónicas en las que la palabra y la imagen tienen como objetivo pulsar las emociones e inquietudes del espectador». Ahora, el cineasta iruindarra está a punto de estrenar su segundo largometraje, “Todos a una”. Se trata de una película basada en un caso real y que gira en torno a la relación que se establece entre un profesor interino –interpretado por David Verdaguer– y los alumnos de un aula de sexto de primaria de un pequeño pueblo. El profesor descubre que falta un alumno enfermo y deberá echar mano de su pedagogía e imaginación para reintegrarlo en el grupo.

¿Cómo afrontó «B de Bárcenas» y qué recuerdos le legó?

Vista desde la distancia, fue una experiencia muy intensa, bastante guerrillera y la afrontamos con mucha ilusión y con ese punto de inconsciencia que a veces se requiere para sacar adelante un proyecto de estas características. En cuanto descubrí la obra de teatro de Jordi Casanovas y Alberto San Juan supe que había en ella los suficientes engranajes como para desarrollarla en formato cinematográfico porque, ente otras cuestiones, contenía una gran fuerza dramática. La hicimos justo cuando se estaban desarrollando los acontecimientos descritos en ella, nos aferramos a la realidad para recrearla y trabajar en ella desde el punto de vista cinematográfico, pero “en caliente”. Lo hicimos así porque sumábamos elementos a algo que ya estaba socialmente en boga, que es mirarnos a nosotros mismos y decir que algo no nos gusta. Para cambiarlo hay que entenderlo y, para ello, hay que hablar de ello.

Teniendo presente que el filme abordaba la declaración judicial que Bárcenas realizó en la Audiencia Nacional española ante el juez Pablo Ruz, supongo que no fue un proyecto fácil de «vender».

No, en absoluto. Llevarla a cabo no fue tarea fácil porque no obtuvimos por parte de los circuitos oficiales –ayudas de organismos oficiales y televisiones– el dinero que requería su puesta en marcha. Ante esta negativa total, tuvimos que recurrir a una campaña de crowdfunding que se saldó con notable éxito y a la ayuda de varias productoras pequeñas. Esta opción nos ayudó mucho para hacer realidad el proyecto pero, sobre todo, nos otorgó plena independencia a la hora de plasmar lo que queríamos. Hubo gente que, cuando aportó dinero para hacer la película, nos pidió que su nombre no figurara en los créditos. El miedo estaba presente, pero creo que es obligatorio asumir con madurez la necesidad de hacer cualquier tipo de película que nos ayude a mirar la realidad cara a cara, porque esta siempre está fragmentada. Finalmente, han tenido que pasar unos cuantos años para que la película haya podido ser emitida por televisión. Es algo que aporta, a la vez, alegría y tristeza porque, por un lado, se confirma esa sensación de querer omitir algo que ocurrió y, por otro, alegra saber que el filme pudo ser visionado por millones de espectadores que sentían curiosidad por ella.

En su segundo proyecto, «Uno para todos», la situación es completamente diferente.

Así es. Lo que contamos en ella es lo opuesto a “B de Bárcenas”, podría decirse que se inscribe en una línea “estándar” y, por ello y, a pesar de las complicaciones que siempre surgen cuando se quiere sacar adelante un proyecto, resultó un poco más fácil obtener algún tipo de ayuda para poder realizarla.

¿Estas diferencias que ha encontrado entre ambas películas le obligan a mirar con cierto recelo su intención de realizar un filme que pueda suscitar polémica?

No, en absoluto. El esfuerzo mereció mucho la pena y, si la historia es interesante, retornaré a proyectos con trasfondo político porque me interesa mucho este tipo de cine y las posibilidades que ofrece. En “Uno para todos” he contado con más medios, aunque tampoco es como para echar cohetes. Es una película pequeña pero en la que al menos he podido contar con un equipo profesional durante las seis semanas de rodaje y la situación no ha sido tan precaria como la que tuvimos que hacer frente en “B de Bárcenas”.

¿Qué nos encontraremos en «Uno para todos»?

Por un lado, topamos con un componente de realidad social simbolizado en un profesor al que, de la noche a la mañana, le dicen que tiene que aceptar una plaza como interino en un pequeño pueblo de Aragón y no tiene ni idea de lo que se va a encontrar. Por otro lado, la película también tiene un componente de fábula relativa a una etapa vital, la de los preadoslescentes, que afrontan el final de la educación primaria. Es una etapa en la que los niños comienzan a ser personas independientes y tienen que tomar sus propias decisiones y deben aprender a “representarse” a sí mismos y a preguntarse por lo que son, por lo que quieren y no quieren ser. En esta dualidad entre el mundo de los niños y los adultos se va creando una historia de anhelos, disputas y complicidades.

¿La presencia de jóvenes intérpretes no profesionales y la temática que aborda daban margen a la improvisación?

En realidad no hubo mucho margen para la improvisación. Es verdad que trabajábamos con chavales que no tenían una experiencia previa en la interpretación porque creíamos que nos aportaría mucha naturalidad. Evidentemente, esta opción conllevaba un plus mayor de esfuerzo y riesgo a la hora de trabajar con ellos pero, vistos los resultados, fuimos ampliamente recompensados al elegir esta apuesta. No obstante, trabajamos con ellos como si fueran actores, que siguieran sus textos, pero también es verdad que abríamos una ventana a sus aportaciones para subrayar su propia naturalidad y para que, de esta forma, hicieran suyos sus personajes. Cada uno tenía su guion y no sabían qué decían los textos del resto, lo cual se tradujo en escenas en las que asomaba la sorpresa en sus rostros porque desconocían las respuestas a lo que planteaban sus respectivos personajes. Creo que el espectador sale beneficiado de esta experiencia, ya que le aportas esa especie de ventanita a través de la cual y desde la butaca del cine se tiene esa condición de voyeur que nos permite acercanos a un aula, un lugar vetado a los adultos, salvo que seas un profesor.

En ese espacio tan íntimo asoma la figura de David Verdaguer, un actor acostumbrado a afrontar proyectos de cierto riesgo como, por ejemplo, en películas tan recientes como «Los días que vendrán».

Tenía un tipo de actor claramente definido en mi cabeza y buscaba un actor, dicho de una manera un poco burda, “muy actor”. Es decir, que se haya formado como actor, que tenga esa capacidad de transmitir energía y que se descubra versátil y no haciendo todo el tiempo las mismas cosas. No quería ese tipo de actor que se limita a hacer su trabajo y se mete en su habitación hasta la siguiente toma. David Verdaguer cumple con todas estas premisas porque es un profesional al que le gusta el riesgo y se involucra en proyectos que le interesan y aportan y no mira quién está detrás de la cámara. Le había visto en diferentes ocasiones en el teatro y era una máquina. Este tipo de actores te aportan mucha seguridad y sabes que van a tirar del carro y que no recaerá solo en el director la capacidad de ser un único director de orquesta dentro del proyecto. Siempre aporta cosas, es uno de esos actores muy curtidos que mantiene intacta su capacidad de transmitir energía. Teniendo presente que tenía que trabajar con veinte niños a la vez, me resultó muy importante contar como aliado a David a la hora de mantener un tono apropiado dentro del rodaje porque siempre estaba bromeando con los chavales o les aportaba indicaciones para crear un ambiente apropiado. Es decir, que a él correspondió en buena medida hacerles creer que estaban más en un juego que en un trabajo tan exigente como lo es en realidad. La química que se estableció entre David y los chavales fue fundamental.

¿Se siente cómodo con historias lindantes al cine social?

No se si calificar mi estilo de cine de esa manera, no me siento muy cómodo a la hora de hacerlo. Creo que es algo que tenéis que valorar vosotros (ríe). Pero sí es cierto que la propia realidad es una fuente incesante de historias que nos afectan al conjunto de la sociedad. Un caudal inagotable en el que se suceden multitud de sorpresas tan agradables como sobrecogedoras y que te permiten abordarlas desde diferentes ópticas, incluso desde la ciencia ficción.

Tras inaugurar la última edición del Barcelona Film Fest, ¿qué sensaciones albergó en su retorno a una sala de cine?

Una sensación curiosa, emotiva y extraña por todo lo que conlleva esta pandemia. Me emocionó redescubrir las sensaciones que alberga una sala de cine y que la película pudiera ser visionada en una pantalla. A pesar de las restricciones, supuso como el reencuentro con un viejo amor. Te invade la emoción saludable y nerviosa que conlleva estar ante una situación que anhelabas pero envuelta en incertidumbre porque estás expectante ante la reacción del espectador.