Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Patricia López Arnaiz

«Lo realmente difícil no es hacer un personaje protagonista, sino llegar a un rodaje para hacer una sola secuencia»

Es como una de esas amigas de toda la vida a la que quieres mucho aunque, a veces, la matarías de lo friki, intensa, desastre y bocazas que es. Es Lide, el personaje protagonista de “Ane”, el título revelación del cine vasco del pasado año. Estrenada en el pasado Zinemaldia, la ópera prima de David Pérez Sañudo es una película pequeña en factura, con fondo de crítica social y política, situada en la Euskal Herria agitada de los años 90 y rodada en euskara; es decir, que a priori no se le presuponían elementos como para hacer una buena taquilla fuera de aquí o para llegar a competir con posibilidades en premios como los Goya del cine estatal. Pero “Ane” es tan peleona como su protagonista y, avalada por el público y las excelentes críticas, opta a cinco categorías que se dilucidarán en la gala de entrega de los premios del cine estatal fijada para el sábado próximo: Mejor Película, Mejor Dirección Novel, Mejor Guion Adaptado –para el propio Pérez Sañudo y Marina Parés Pulido–, Mejor Actriz Revelación –Jone Laspiur, quien interpreta a la hija, Ane– y Mejor Actriz Protagonista, para Patricia López Arnaiz.

Esta segurata de las obras del TAV que busca a su hija, aunque mejor haría en buscarse a sí misma, es todo un personaje. Tras el visionado de “Ane”, la pregunta que surge inevitablemente es: «¿Pero quién es esta actriz? ¿Y hasta ahora, dónde estaba metida?». Patricia López Arnaiz (Gasteiz, 1981) llena la pantalla con una de esas interpretaciones que, por buscar algún paralelismo, a una le recuerdan a esos grandes personajes escritos para las mujeres y que tanto escasean, al estilo de la sheriff embarazada de “Fargo”. Eso debieron de pensar cuando, el pasado mes de enero, le concedieron, para su sorpresa, el premio Forqué 2021 a la Mejor Interpretación Femenina. Y en los Goya suena como una de las candidatas con más posibilidades. Compite en su categoría con Amaia Aberasturi (“Akelarre”), Kiti Mánver (“El inconveniente”) y Candela Peña (“La boda de Rosa”).

Poco conocida hasta hace escasamente tres años, de pronto el cine la ha descubierto y no para de trabajar. Aunque llevaba en esto desde hace mucho, mucho tiempo. Tras largos años de figuraciones y papeles de reparto (“80 egunean”, “Amaren eskuak”, “Lasa eta Zabala”, por ejemplo), llegaron el personaje de Rosaura en “El guardián invisible” (2017) y la serie “La peste” (era la culta Teresa de Pinelo) y, a partir de ahí, le hemos visto generalmente metida en personajes con mucho carácter en “El árbol de la sangre” (2018), de Julio Medem; como María de Unamuno en “Mientras dure la guerra” (2019), de Alejandro Amenábar; en “Uno para todos” (2020), de David Ilundain; y en la serie “La línea invisible” (2020), actualmente en la plataforma Movistar+. ¿Y qué ha pasado? Que, por fin, le ha cogido gusto a rodar, como reconoce ella misma. Hasta entonces no le veía la gracia. Lo confiesa con toda la normalidad del mundo, como hace con todo lo que dice, desde Benasque, donde ha estado rodando “La cima”, de Ibon Cormenzana. En esta película se mete en la piel de una alpinista experimentada que ayuda a un montañero (Javier Rey) con poca experiencia a intentar alcanzar la cima del Annapurna.

Ventiscas, metida hasta la cintura de nieve en las pistas de Cerler a 2.700 metros... está siendo un rodaje duro, agotador a veces, para una película que combinarán las imágenes del Pirineo oscense –se ha rodado en lugares como el refugio de La Renclusa, en Basibé y en el Gallinero en la estación de Aramón Cerler– con las que se rodarán en Nepal. Su personaje está inspirado en una figura real y cercana: Edurne Pasaban.

En una entrevista, en el décimo aniversario de su conquista de los catorce ochomiles, Edurne Pasaban reconocía que tuvo que escalar los seis primeros ochomiles para conseguir empezar a tener confianza en sí misma. «A veces –decía– las mujeres necesitamos ese tipo de acciones para creer en nosotras mismas». La reflexión, creo, puede servir para todas las mujeres y todas las profesiones.

De hecho, yo ahora me he estado documentando y leyendo sobre Edurne Pasaban, también he leído biografías de otras alpinistas y hay momentos en los que mujeres que han estado en primera línea del alpinismo han tenido que dar el paso y sentir que tienen la legitimidad, la autoridad y la autonomía de poder montárselo ellas mismas. Aunque yo creo que es algo que tenemos las mujeres en todos los ámbitos. Tengo una amiga que es matemática y que cuando salen temas de este tipo cuenta anécdotas de cómo en su trabajo, por ejemplo, está en un ascensor y un señor de sesenta y tantos años le habla como infantilizándola, con ese paternalismo de horror... ¡Pero, señor, si no tiene ni idea de quién soy!

Todas conocemos esa sensación.

Claro, es que nos entrenan para lo contrario. Y tenemos que hacer el doble de esfuerzo: no solo el esfuerzo que supone ser buena en cualquier profesión, que es lo lógico, porque siendo perfeccionista y aprendiendo en el trabajo se evoluciona. El problema es que nosotras, por género, lo tenemos el doble de difícil.

Le pillamos en el Pirineo de Huesca, perdida en el monte, rodando con un equipo pequeño. Supongo que le ha servido para «salir» de la euforia de las nominaciones y los premios.

Lo bueno de que te pille trabajando y haciendo una historia de solo dos personajes es que estamos todo el rato rodando y no tienes mucho margen para fantasear, para tener miedos, para pensar: «Llega el día y ¿cómo lo voy a hacer?». No hay margen, porque todo está muy centrado en el momento: cuando estoy trabajando, estoy trabajando. Aunque cuando llegó lo de los premios y la nominación fue toda una explosión. Estoy muy conectada con lo que está pasando, pero sin espacio para imaginar lo que vaya a pasar. Cuando fui a los premios Forqué tampoco tuve mucho tiempo para pensar: «Ostras, a ver si me dan el premio y ¿qué voy a decir?». No tuve mucho espacio para que me entraran nervios. Las cosas pasan y lo hacen es el momento en el que pasan.

Estar en un pueblo perdido del Pirineo también le estará permitiendo ver como desde fuera toda la situación que se está creando con la pandemia. ¿Cómo se ve todo desde la perspectiva de la lejanía?

Pues tengo una visión estos días de que como que todo está super agitado, de que están pasando un montón de cosas en muy poco tiempo, que todo es muy susceptible, muy vulnerable y estamos muy al día todo el rato. Es muy difícil prever las cosas, es increíble, y realmente parece como si una parte de nosotras mismas naturalizase o normalizase un poco las cosas, todo por puro instinto de supervivencia. Pero cuando empiezas a ponerle luz a la situación, descubres con sorpresa por todo lo que estamos pasando.

Hay una sensación generalizada de cansancio, de bajón a todos los niveles. Es preocupante.

Claro. Y aunque tengas la suerte de que no te haya tocado un drama, como le ha pasado a mucha gente, que ha tenido que vivir dramas muy fuertes, aún así el cambio que ha supuesto a nivel mundial en las rutinas de la vida… Ahora es cuando se nos está agotando la fuerza para sujetar ese ánimo. Esperamos que todo esto pase, pero estamos empezando a sentirnos sobrepasados de agotamiento.

En el mundo de la cultura, excepto en el caso del audiovisual, que más o menos se ha mantenido, el panorama es demoledor. Está, por ejemplo, el caso de los espectáculos y el mundo de la música, que conoce usted de cerca, porque trabajó en la sala Helldorado de Gasteiz.

Sí, sí, yo trabajé en Helldorado. Es desesperante, porque en todo lo escénico la pandemia está resultando demoledora: técnicos, músicos, la gente que gestiona las salas... es que es muy fuerte. Sé que en Helldorado se están haciendo conciertos y buscando fórmulas, pero si ya resultaba difícil mantenerse antes, realmente ahora no sé qué va a pasar. Prefiero no hacerme ideas, pero que hay gente que está sufriendo en lo escénico es un hecho, y es verdad que en lo audiovisual va mejor, porque todo está volviendo a la casa. Ahora estamos todos encerrados en nuestras casas, trabajando en casa, viendo conciertos, películas y series en casa y esto se ha convertido en “Black Mirror”. El mundo está encerrado en su cuarto. ¡Es que es muy loco! Se está desmoronando un modo de vida o igual estamos en un cambio de era, no lo sé. No tengo ni idea, pero me pongo muy loca con esto. El otro día estuvimos viendo capítulos de “El colapso” (serie francesa de ocho episodios que se puede ver en la plataforma Filmin, en la que se plantea qué ocurriría en nuestra sociedad si el sistema colapsara mañana) y es que yo antes veía “Black Mirror” y lo identificaba con las cosas que vivimos actualmente, pero no sentía el miedo que sentí al ver “El colapso”. Ahora mismo todo es muy vulnerable y, volviendo a los compañeros de la música y el teatro, si desapareciesen todos esos trabajos sería terrible. Y sería horrible no solo como sociedad sino como seres humanos, porque las artes escénicas no se pueden perder.

Vamos ahora con «Ane», una película combativa, política diría yo, y que ha sido rodada en euskara... Ha funcionado bien en taquilla, en estos tiempos difíciles, y resulta curioso que haya tenido tanta repercusión y tantos premios siendo una película de estas características. ¿Cuál cree que es la razón?

Es que es una maravilla. Ya, para mí, que esté nominada a los Goya es el colofón. Estamos todos conmovidos, porque no nos podíamos haber imaginado esto, sobre todo por lo que dices: es una ópera prima, en euskara, rodada por un grupo de gente de Gasteiz que, aunque todos no nos conocíamos de antes, nos convertimos en una cuadrilla que está rodando una película pequeñita. Aunque ya sabíamos que era una película bonita la que estábamos haciendo, porque yo sí que tenía esa sensación mientras la rodábamos, pero llegar al público y a la industria no es fácil de conseguir. No sé, nos ha pillado por sorpresa, y es una alegría super grande.

Se ha estrenado poco cine, pero no sé qué ha pasado que, de pronto, es como si el cine en euskara hubiera roto barreras. ¿Hay algo que se me escapa?

Bueno, yo creo que Garaño, Goenaga y Arregi llevan ya unos años y han abierto camino de una manera excelsa. Es cine de muchísima calidad y por eso se están olvidando todo tipo de prejuicios respecto al idioma. En nuestro caso, Donostia y el festival fueron una sorpresa enorme que ha ayudado muchísimo: las palabras de José Luis Rebordinos respecto a la película, el lugar en la que la pusieron… y además está Málaga, que lo recordaba el otro día una compañera, porque allí le dieron a la película el premio de Working Progress; es decir, que una distribuidora escogió el proyecto de “Ane” para distribuirla. Me acuerdo que cuando llegué a Zinemaldia, a Donostia, la mañana que empezábamos con las ruedas de prensa David me llamó como a las 8 y pico de la mañana. «¿Dónde estás?», me dijo. «¿Puedes salir un momento?». Salgo, y me acuerdo de la imagen de la calle del Victoria Eugenia desierta, no había nadie, y veo a David en la calle con el móvil leyendo la primera crítica de “Ane”, que era una pasada. Estábamos los dos agarrándonos de las manos, diciendo «¡qué pasada!». Y de ahí, a todo lo que hemos ido viviendo.

«Ane» es realmente interesante, por su historia, por la dirección, se le ve muy buena mano de Pérez Sañudo... y por Lide. Ese personaje es la bomba.

Si partes de un guion tan particular y especial, y encima la materia prima te está proponiendo un personaje que, si lo encajas bien, puede ser muy guay... El personaje está en el guion, pero luego cada uno ve si encaja bien o no en él. A mí me encantó.

¿Qué aportó usted al personaje?

Estuvimos trabajando todo el rato juntos. Con David había trabajado en un corto, titulado “Un coche cualquiera”, que se hizo en una noche o así, no me acuerdo, pero yo no tenía muy claro cuál era su lenguaje. Cuando empezamos a rodar, flipé, porque me encantó como realizador: toda la propuesta con la cámara, la manera que tiene de narrar, de usar el lenguaje cinematográfico, la forma en cómo utiliza el símbolo, los recursos cinematográficos que utiliza... Tenemos algo en común, porque disfrutamos los dos y además tiene un humor muy particular a la hora de dirigirte con un personaje como Lide que, aunque no sea una comedia, a mí me da mucha risa. Él intentaba “apretar” cosas, llevarlas un poco al esperpento, aunque el personaje siga siendo creíble. Pero Lide es una friki. Y nos divertíamos muchísimo.

Es un personaje con muchas capas. Una guarda de seguridad de las obras del TAV, salida totalmente de madre, que se convierte en un gran personaje femenino con todas las letras.

Ahí está la mano de Marina Parés, la coguionista. Toda la parte de ensayos, el trabajo de investigación lo hicimos con los dos, con Marina y David. La verdad es que es como muy raro encontrarte con un personaje femenino así. Me acuerdo de estar probándome el vestuario y diciendo que quería una talla más, porque quería que fuese una segurata a la que le queda la ropa grande y va con esas botas, que no sé ni si puede andar. Era muy divertido. El de “Ane” es un equipo con mucho talento, porque luego está Katixa de Silva, la productora: ella ha estado en todo el proceso, desde dos años antes de empezar a rodar. Ha trabajado como una jabata para poder hacer la película. También es una figura muy relevante en la película.

Su «hija», Ane, también está nominada a los Goyas. La interpreta Jone Laspiur, con un cambio de registro total tras «Akelarre». Ambas películas, estrenadas casi al mismo tiempo.

Para Jone, ¡qué bien empezar así, además! Me acuerdo de cuando le hicieron la prueba, cuando estaban buscando a Ane y llegó Jone, que es una mujer que tiene una gran presencia según entra. Apareció rapada porque había hecho “Akelarre” e hicimos un par de escenas para ver qué pasaba entre las dos. Es super buena.

Es un caso contrario al suyo, porque durante muchos años no se dedicó a la profesión de lleno. El punto de inflexión fue en 2017-2018; a partir de ahí, ha conseguido gran reconocimiento. ¿Qué pasó?

Fue por “El guardián invisible”. Y, de ahí, pasé a la serie “La Peste”. Ahí fue. Realmente mi primera película fue “80 egunean” (2010), porque fue la primera vez que me ponía ante una cámara. No había hecho ni un corto, ni había visto una cámara en mi casa, no había estado en un rodaje jamás… no tenía ni idea de la parte técnica. Fue como el primer proyecto. Mi representante se puso en contacto conmigo, y yo no tenía ni idea de lo que era trabajar en cine, pero ella me insistió tanto, me habló de la película, donde había un personaje secundario que me podía ir... era, además, la primera película de Garaño y Goenaga. Una película super bonita, en la que yo hago de la sobrina de la pareja, Garazi se llamaba, un personaje que funcionaba como testigo para ayudar a las protagonistas. Eso fue la primera vez, pero desde allí hasta “El guardián invisible”, que pasaron muchos años, solo he hecho personajes de reparto, no secundarios: son personajes que vas a hacer una secuencia, una frase solo… Entonces, ¿qué ha pasado? Que yo tenía otros trabajos y utilizaba mis días de asuntos personales para esto. Entonces resolvía así ese tipo de cosas que iban surgiendo. Yo no tenía muy claro que me gustara, porque realmente es muy difícil disfrutarlo cuando empiezas con eso, porque tú llegas, no conoces a nadie, dices tu frase… Es muy desagradecido, es muy difícil. Lo más difícil es realmente eso: llegar a un rodaje para hacer una secuencia, más que hacer un protagonista. Al hacer un personaje de reparto, que nadie te dirige, nadie te da una pauta, tienes que sacarte tú misma las castañas. Yo no sabía muy bien si me gustaba o no, pero lo hacía porque era algo que me llegaba, sin más, como una experiencia más. Cuando llegó “El guardián invisible”, fue mi primer secundario y el personaje tenía una historia; de repente te ves que puedes utilizar herramientas de lo que has aprendido y estudiado, ves que sabes moverte, y ahí empecé a disfrutar y a darme cuenta de que me gustaba.

Tendrá que empezar ya a preparar el discurso para los Goya.

Jo, me da un jamacuco. Prefiero no pensarlo. Las nominaciones ya son premios para mí, y estamos super contentos con “Ane”.