Alastair Himmer
MIRADA AL MUNDO

La decadencia del «todo por el trabajo» en Japón

Trabajador servil de día y alcoholizado cantante de karaoke por la noche. Esa es la vida de los “salaryman”, trabajadores japoneses de jornadas laborales de 12 horas diarias que ahogan sus penas recurriendo a la bebida. Lo que llegó a ser un ideal en el país del sol naciente está en decadencia entre las nuevas generaciones, que anteponen su vida privada a una existencia sometida al trabajo y que en ocasiones conduce a la muerte.

Noche cerrada en Tokio. En una pequeña pero abarrotada sala de karaoke, Shinsuke Chiba, cerveza en mano, se dispone a entonar una versión de una conocida canción de los Sex Pistols. Al igual que miles de japoneses, Chiba, de 41 años, no verá esta noche a su familia, ni arropará a sus dos hijos antes de ir a dormir y posiblemente mañana tampoco. Cuando termine su canción, regresará a casa en el último tren de cercanías y dormirá para afrontar al día siguiente una maratoniana jornada de trabajo a la que pondrá colofón en la misma sala de karaoke. Y así, en una espiral que no parece tener fin.

Chiba es un vendedor de seguros que forma parte de los “salaryman”, esos millones de trabajadores japoneses que llevan una doble vida. Durante el día son hormigas que trabajan sin descanso, pero cuando termina la jornada laboral después de 12 horas, sale la cigarra que llevan dentro y que es la válvula de escape que les permite seguir adelante.

Al salir del trabajo, hordas de hombres vestidos con trajes negros y camisas blancas invaden las calles de las grandes ciudades niponas para beber, reír, hablar, y desinhibirse entre colegas en las izakayas (restaurantes). Es una forma de olvidar sus interminables jornadas laborales.

A medida que el alcohol va haciendo efecto, se quitan la chaqueta, se desanudan la corbata y se lanzan a conversaciones que se aventuran en el terreno íntimo o se suben al escenario para imitar a sus ídolos de la música. Cuando las luces se apagan, toca regresar a casa, en una procesión nocturna y zigzagueante, y acompañada por ronquidos y eructos.

Al día siguiente, todo el mundo actúa como si nada hubiera pasado la noche anterior. Las confesiones han quedado olvidadas y la válvula de escape habrá funcionado a la perfección. Como asegura Kiyoshi Hamada, un empleado de banca de 54 años, «beber nos ayuda a desconectar».

Durante años, esta forma de vida de los “salaryman” y su imagen trajeada se asoció a la del Japón triunfante de los 70 y 80, pero hoy en día es uno de los temas favoritos de las historias burlonas. Como señala Jeff Kingston, director de estudios asiáticos de la Universidad Temple de Tokio, «nos reímos de ellos alegremente, aunque, en el fondo, admiramos a estos buenos soldados de la empresa Japón».

En el país del sol naciente, la vida del “salaryman” era una aspiración para los jóvenes, como en otros lugares del mundo puede serlo convertirse en funcionario: un trabajo al terminar la universidad, a menudo para toda la vida, a cambio de una entrega sin límites a la empresa y la partida de golf con sus contactos profesionales el fin de semana.

Sin embargo, todo cambió a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera a principios de los años 90. La congelación salarial, el final del empleo estable y la disminución del dinero entregado a sus parejas supuso la pérdida de parte del orgullo de estos «empleados modelo». Para algunos incluso llegó el momento de la preocupación, de los ataques de nervios..., a lo que se sumaba el alcoholismo, el agotamiento, una incomprensible soledad del marido por no ver a su mujer, del padre por no ver a sus hijos, a pesar de que «durante mucho tiempo, la sociedad negó todos estos problemas», según explica Kingston. Una situación que en algunos casos termina desembocando en lo que se conoce como karoshi, la muerte de los empleados por exceso de trabajo. En 2012 se registraron más de 800 casos de karoshi en Japón.

Algunos no llegan a morir, pero lo pasan realmente mal. Esa es la situación que vivió Takao Ono, empleado de una compañía de suministro de agua. Según señala él mismo, «el año pasado tuve una temporada en la que trabajaba demasiado. Tenía siempre el cuerpo hinchado, el estómago destrozado, la visión borrosa y dolor de cabeza. Todo era a causa del estrés, de la sobrecarga de trabajo y tuve que parar algún tiempo».

A pesar de los riesgos, todavía son muchos los japoneses que siguen poniendo «el trabajo por delante de la familia, una filosofía sin duda muy japonesa, porque aquí, la mentalidad siempre ha sido de trabajo, trabajo y trabajo, y actualmente es aún peor», reconoce Kiyoshi Hamada.

Sin embargo, algo está cambiando, ya que las nuevas generaciones parecen decididas a poner fin a esa situación. Según señala el director de estudios asiáticos de la Universidad Temple de Tokio, una parte de los trabajadores más jóvenes intenta terminar con esta arraigada idea de una existencia totalmente sometida a la empresa al «interponer su vida privada y querer evitar que el trabajo arrase con todo lo demás». Ya se verá si lo consiguen.