Víctor MORENO
Escritor y profesor
GAURKOA

Las bromas de la bromatóloga Barcina

El autor hace una crítica de la tendencia de ciertas instituciones políticas a manifestarse de manera confesional con la Iglesia Católica, siendo el último caso el de la presidenta navarra, Yolanda Barcina, al ofrecer «Navarra entera» a Santa María La Real. Ante ello, recuerda que, según establece la Constitución española, «ninguna confesión tendrá carácter estatal» y reclama respeto al pluralismo.

Yolanda Barcina, desde que se dedicó a la política para ganar menos que como profesora de Bromatología en la Universidad Pública de Navarra y servir con mucho amor a sus ciudadanos, no ha parado de mostrar cuán extraordinaria es su capacidad para coleccionar anécdotas que ponen en entredicho su estupenda cualificación científica como experta en alimentación y dietética, que eso es lo que significa la palabra griega Bromatología.

Lo explico para que nadie caiga en el absurdo carrolliano de dar a dicha palabra el significado que le venga a la primera, que seguro que será la de experta en bromas. Pero no. La broma teológica es la que acaba de protagonizar dicha experta en los efectos del colesterol y panceta revenida al ofrecer Navarra entera a Santa María La Real en la iglesia catedral de la ciudad sin olvidarse de nadie, ni de ateos, ni de agnósticos, ni de protestantes, ni musulmanes, ni testigos de Jehová, ni de adventistas del séptimo cielo, ni, por supuesto, de sus correligionarios de las Fet y de las Jons.

Barcina se suma de este modo a fomentar el tsunami del integrismo religioso que de un tiempo se manifiesta con inusitada violencia. Empezó el maremoto confesional la ministra Fátima y su virgencita del Rocío, le siguió el coriáceo ministro Fernández acordándose de Santa Teresa de Jesús, apareció la Botella con su invocación a la virgen de la Almudena y, para terminar, irrumpió la sargento Aguirre invocando la Providencia como último recurso para que la salve del chandrío circulatorio en que se ha metido por culpa de su chulapería y fatuidad genética.

La Barcina, para no ser menos, ha consagrado Navarra entera al regazo de santa María la Real para que «nos ayude a construir una sociedad mejor», porque ella sola y su partido, tampoco con ayuda del PSN, ha demostrado que es incapaz de conseguirlo.

Ojalá que Santa María le ayude, porque, desde luego, el apoyo de la cámara del Parlamento Foral hace tiempo que la ha dejado sola en cualquiera de las bromas que se le han ocurrido para salir de la crisis, sobre todo la que le ha sobrevenido a Navarra con el Estado por culpa de un IVA de 1.513 millones no pagado durante años por la provincia paccionada a las arcas del mefistofélico Montoro. Lo que no se entiende bien es que, dada la buena relación de la Yoli con Santa María la Real no haya enviado a esta a negociar con el ministro homeriano. Seguro que, dadas sus afinidades teológicas, el problema financiero foral habría terminado felizmente, como terminaban los Milagros de Nuestra Señora contados por el maestro Gonzalo de Berceo.

Pero maticemos. Consagrar Navarra entera a una entidad fantasmagórica, etérea, inexistente para muchos, resulta poco compatible con el cerebro de científica que debe albergar la duramadre de Barcina. Los milagros, sean económicos o patafísicos, son incompatibles con la ciencia. Ella tendría que saberlo. No imagina uno que en sus clases pidiera a su alumnado una oración para que la Virgen intercediera en la solución de los problemas económicos que atenazan la sociedad navarra en general. De haberlo hecho, su alumnado la habría corrido a tartazo limpio con merengue gabacho.

Es curioso este comportamiento, porque, como política no tiene inconveniente alguno en mostrar el lado supersticioso de su mentalidad. Quizás, y como decía una persona que la conoció cuando era profesora en la universidad, no tenga el suficiente coeficiente intelectual para darse cuenta pragmáticamente de que lo que está haciendo en beneficio propio va en contra del pluralismo religioso en el que se desenvuelve la provincia que ella rige como presidenta del Gobierno.

La contrarréplica a esta apelación la llevamos oyendo desde hace mucho tiempo: la ofrenda de Navarra a Santa María la Real se viene haciendo desde el 21 de septiembre de 1946. Pero si fuéramos más exigentes con la génesis de dicho acto habría que remontarse al mes de agosto de 1936. El mismo día, por la tarde, en que se llevaba adelante la matanza de republicanos en Valcardera, Pamplona celebraría una macroprocesión en honor de Santa María la Real, a propuesta del golpista Eladio Esparza, subdirector de «Diario de Navarra». De acuerdo con sus palabras, sería «un homenaje público a la Virgen y de plegaria colectiva a su intercesión amorosa sobre Navarra». La imagen de la Virgen la transportarían los maceros de la Diputación y estaría escoltada por requetés y falangistas. Al acto asistirían las autoridades navarras y del resto de la zona sublevada. Todo ello envuelto por las banderas de los regimientos militares sublevados y las unidades de los voluntarios carlistas y de la falange, que marcharían tras la imagen de la virgen. Como diría el fascista Esparza, «sería el primer acto reverencial y de plegaria a la Virgen, la protectora de Navarra, en unos momentos graves».

Es decir, estamos ante un acto religioso establecido por el nacionalcatolicismo, con el que muchos políticos actuales no parecen sentir ninguna urticaria particular. Dicha ofrenda es un símbolo fascista más -no todos han de ser banderas, escudos y esculturas- que refleja el fascismo de la fe de una época en la que no se respetaba ni a los propios católicos que se mostraban críticos con la Iglesia y con el régimen, como, incluso le pasó al mismísimo cardenal Gomá, el artífice de la santa Cruzada, a quien se le censuró su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz (1940), donde reconocía que la guerra civil había sido un castigo y una fuente de odio.

El actual Gobierno Foral de Navarra no parece haberse enterado de que este país desde 1978 se rige por una Constitución, la cual en el apartado de los derecho fundamentales y de las libertades públicas, en su artículo 16.3. establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal».

La costumbre de ofrendar Navarra a un ente religioso concreto, además de atentar contra el más elemental sentido racional y científico, revelaría una concepción caciquil y patrimonialista de la sociedad. ¡Como si Navarra entera se pudiera reducir a la parte que el político de turno se cree representar!

Que todo un gobierno se dedique a rememorar la coronación canónica de Santa María la Real en pleno franquismo, revelaría la mermelada mental en que todavía chapotea el cerebro de algunos políticos que no se han enterado aún que por encima de las tradiciones, por muy venerables que sean, están las leyes que rigen el comportamiento civil de todos, y que los políticos, por ser los representantes de esa esfera pública, deberían esforzarse en cumplir, y no someterla a los sentimiento o creencias particulares que tengan.

Tomar la parte por el todo es un grave error. Cuando es meramente coloquial, no tiene mucha transcendencia. Cuando lo perpetra un político, no. El origen de casi todas las barbaries empieza por esta maldita sinécdoque. Solo nos salva de la barbarie el respeto al pluralismo. El resto es fanatismo o su calcomanía, incluida la llamada tolerancia, que no es más que la fachada de un poder agusanado por el paternalismo.