Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Reflexiones en caliente

Las recientes elecciones municipales celebradas en Hego Euskal Herria han removido el escenario vasco de un modo sutil en algunos territorios, de forma tangible en otros, y de modo rotundo en el resto. Los resultados en Ipar Euskal Herria en marzo del pasado año nos dejan el mapa completo de ese país de siete trazos que dibujamos en nuestro imaginario colectivo y político.

Paradójicamente, Euskal Herria sigue mostrando diferencias sociológicas notables, atendiendo a unos y otros resultados, y a la vez, va tomando un único cuerpo electoral. Hace años, las marcas eran más notables, de Nafarroa a Lapurdi, de Araba a la Margen Izquierda. Históricas. Aspiramos de ellas, aunque a veces sin acoplarnos al siglo XXI. Hoy, los hombres y mujeres que hacemos Euskal Herria poseemos un sentimiento de comunidad política como no lo hemos tenido jamás.

El país se ha trasformado, lo hemos transformado, por la modernidad, en la era del antropoceno en la que llevamos ya tiempo. Se ha hecho, es cierto, más español, francés (europeo a fin de cuentas) o globalizado (británico o estadounidense), más afectado por sus hábitos consumistas, pero, por otro lado, se ha «vasquizado» políticamente en toda su extensión. Y eso no existía en el conjunto del país quizás desde los primeros tiempos del reino pamplonés.

Lo ha sido en gran medida, por el trabajo cotidiano, por el impulso de las últimas generaciones que en ocasiones tuvieron que empezar de cero. Aunque parezca retórico, hay multitud de situaciones en las que siento reconocido en el adversario el mensaje histórico de quienes apostamos por un proyecto político.

Cuando se celebraron las primeras municipales en Hego Euskal Herria tras la muerte del dictador, en abril de 1979, habían pasado 48 años desde las anteriores, las que dieron paso a la Segunda República española. Desde aquellas de 1979 hasta ahora han transcurrido 36 años. El paréntesis del franquismo fue como una fotografía fija. Las tres últimas décadas, en cambio, fueron más intensas y transformadoras, en lo particular y en lo colectivo.

El ejemplo palmario es el de Nafarroa. Las elecciones de 1979 dieron paso a un parlamento provisional, de 70 miembros que, en cierta medida, rememoraba a la situación del Frente Popular en 1936. Cuatro años más tarde, con el PSOE en la carrera impuesta por los poderes fácticos, la de desmembración vasca, y tras la llamada Ley de Amejoramiento, los partidarios del que ahora llamamos régimen sumaron 41 diputados, 9 los abertzales (6 Herri Batasuna y 3 el PNV), en un hemiciclo reducido a los 50 actuales.

Han pasado en esta ocasión 32 años. El régimen se ha quedado (PP, UPN y PSOE), bien es cierto que por los pelos, en minoría. La historia no se puede cambiar y quizás se hubiera llegado a esta situación con otros modelos de hacer política. ¿Quién lo sabe? Ciencia ficción. Nafarroa ha ofrecido un resultado electoral inédito no sólo en lo que llevamos de siglo, sino también en el anterior, el XX. Confiemos en que, con convicción y buen hacer, el cambio no sea coyuntural sino estructural.

Pocas son las referencias a Araba, la hermana menor aparentemente, de Hego Euskal Herria, quizás por su peso demográfico. De su naturaleza y de sus luchas en la década de 1970 hemos hecho uno de nuestros mitos históricos. Pero no sólo de ellos avanzamos. Araba, ha sido en los últimos cien años, un escenario para romper el país, desde el Estatuto de 1934 hasta la réplica de UPN que se llamó Unidad Alavesa, y que hace 25 años, no hay que olvidarlo, obtuvo uno de cada cuatro votos en Gasteiz.

Cuando el PNV negoció el Estatuto de Autonomía de 1979 en Madrid, consideró que Araba sería la escisión territorial que buscaban quienes habían marcado las líneas rojas de la Constitución española. Y por ello, eligió Gasteiz como capital de la Comunidad Autónoma, para reforzar una identidad que entonces pensaba frágil. La vasquidad de Nafarroa estaba entonces avalada por el PSN que luego renunció a ella.

Hoy, Araba presenta, y es una impresión particular, junto a Nafarroa, uno de los espacios más atractivos para los nuevos tiempos, una mezcla de las señas de identidad históricas con la renovación que aporta el siglo XXI y las nuevas formas de hacer política. Y ello lo ha sido porque, permítanme la expresión, los hombres y mujeres abertzales y de izquierdas, lo han tenido que hacer en territorio hostil.

En un territorio donde la sociedad vasca no era la del manual de los folletos turísticos, o de los libros de historia patriótica, sino otra, sino distinta, sí diferente. Por entendernos, es relativamente más sencillo crecer y trabajar políticamente en un proyecto abertzale y de izquierdas, en Gipuzkoa que en Gasteiz o Lizarra.

En lo general, y en lo referente a la Comunidad Autónoma, los resultados han sido bastante cercanos a los de las elecciones al Parlamento vasco de octubre de 2012. Obviamente con excepciones, especialmente en aquellos lugares con tejido popular. El desapego a la política cotidiana sigue siendo importante (35 de cada 100 vascos no votan habitualmente).

La victoria electoral del PNV en 2012 se ha renovado, con una tendencia ya entonces manifiesta. Protegida su retaguardia con numerosos guiños puntuales (su táctica política está enfocada electoralmente), su línea de orden, de gestión del capital y de considerar a la izquierda abertzale su principal adversario político ha conseguido atraerle el voto de la derecha española (PP y UPN). ¿Es una buena noticia que la derecha española trasvase sus votos a la derecha vasca? ¿Es un traslado coyuntural? ¿Es un paso necesario para avanzar en una visión de país?

En esta pugna electoral, Gipuzkoa ha sido el laboratorio de una disputa encarnizada, en especial en Donostia. Junto a Nafarroa, por otras circunstancias, el objetivo central. La izquierda abertzale ha sido superada por la conjunción de los poderes fácticos clásicos (Patronal, Vocento, Kutxa, Corporación Mondragón, Cámara de Comercio...) que delegaron en el PNV para mantener su hegemonía. Hubo un apagón informativo, con la consiguiente manipulación, para mantener a la izquierda abertzale en los parámetros de degradación de su mensaje. Goliat y David.

Y ahí la izquierda abertzale ha pecado de ingenuidad. Ha jugado el partido en el terreno que incitaba el régimen vascongado. El peso de la ilegalización sigue cargando como una losa, y en esa carrera por la homologación, el Frente Amplio se ha dejado enfangar en una pugna política que no tenía nada de política, sino de electoral. Ha confundido los términos y las formas. Incluso elecciones con referéndum, donde, de haberlo implícitamente, únicamente era válido para Nafarroa.

La carrera por la homologación ha dejado a un lado algunas de las claves históricas de la izquierda abertzale. Han quedado a un lado, a veces porque se daban por supuesto, otras por velocidad en el intento de recuperar, institucionalmente, el tiempo perdido. Lo que ha hecho fuerte a la izquierda abertzale ha sido, precisamente, su tendencia al compromiso, al sacrificio, al auzolan, y, sobre todo, a tejer unas redes comunitarias que han sido la raíz de su éxito.

No estoy hablando de fracaso. Más de 300.000 votos, segunda fuerza en votos, primera en concejales es un éxito. Aunque sea relativo. En Europa, en medio de una crisis financiera que alienta a tendencias justamente contrarias a las que persigue la izquierda abertzale. En un mundo globalizado donde, a pesar de las llamadas redes sociales, la televisión (vetada para la izquierda abertzale sino es para degradarla) sigue siendo la principal arma del poder.

Escribía la semana pasada que uno de los principales deslices inconscientes dentro de la militancia soberanista era el de confundir «cambio de ciclo» con «ciclo corto». Euskal Herria ha avanzado en su soberanía gracias a un impulso sostenido. Nos reconocemos en un pasado trabado, pero nos reconoceremos con mayor intensidad en ese futuro que nos espera.