Alberto PRADILLA
El drama de la inmigración

LA OTRA VERJA DE MELILLA PROVOCA SU PRIMERA VÍCTIMA

Oussa Fassi, de 17 años, murió el jueves cuando intentaba saltar la nueva valla colocada junto al muelle de Melilla. Quería colarse como polizón en alguno de los ferris y terminó despeñado. «Sabían que algún día iba a ocurrir», protestan desde los grupos de apoyo.

Su objetivo era buscarse la vida y terminó despeñado en el puerto de Melilla. Se llamaba Oussa Fassi, tenía 17 años y quería colarse en uno de los barcos que van desde la ciudad autónoma española hasta la península. No era la primera vez que lo intentaba. Cualquiera que conozca la realidad de las decenas de menores que vagabundean por la colonia sabe que solo es cuestión de tiempo que vuelvan a intentarlo si no logran su objetivo. En este caso, trágicamente, a Fassi se le escapó un pie, o una mano, o lo que fuese, y murió sin llegar a conseguir su objetivo: alcanzar el Estado. «Sabían que iba a ocurrir, solo había que esperar a que sucediese», decía con rabia José Palazón, director de la asociación Pro Derechos de la Infancia en Melilla. Las atroces verjas que impiden el paso a la población subsahariana no son las únicas barreras que existen en Melilla. El muro metálico ubicado en el puerto, menos conocido pero igual de infame, se acaba de cobrar su primera víctima. La familia de Fassi llegará hoy desde Fez a repatriar el cadáver. La valla seguirá ahí y todo el mundo sabe que sus compañeros volverán a intentar colarse a pesar de estar seguros de que se están jugando la vida. La tragedia de los menores marroquíes que siguen tratando de llegar a la península a través de Melilla es una de las caras escondidas de la localidad. Aunque, en realidad, todo el mundo sabe qué es lo que ocurre.

Un par de meses antes de la tragedia Oussa Fassi tenía clarísmo qué es lo que quería. Se dejaba caer por el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) pero dormía donde podía. En realidad, según la ley, le tocaría pernoctar en La Purísima, un centro de menores que acoge a todos los chavales que llegan desde Marruecos a buscar otra vida. Es habitual poner el foco en los subsaharianos que llegan desde el Gurugú pero poca gente (casi nadie, en realidad) mira hacia estos jóvenes que entran por la puerta y malviven hasta conseguir una oportunidad en alguno de los barcos.

Correr entre la policía

Esta vía no es nueva. La imagen de adolescentes y niños que duermen entre las rocas del muelle a la espera de colarse hacia el barco es desgraciadamente habitual. El problema es que, en lugar de afrontar un drama social de cara, el Gobierno de Melilla decidió levantar un muro metálico justo en el lugar en el que los chavales solían acceder al muelle. A la barrera se le añadió una garita con un guardia civil que ejerce de vigía únicamente para que los menores no se acerquen. Aunque, en realidad, la persona a la que se le ocurrió la idea de dificultar un camino que era inevitable solo puso una traba más compleja. Pero no insuperable.

Hace dos meses, Fassi pensaba en llegar al Estado, agarrar algo de la comida que los refugiados sirios cocinan frente al CETI y planear, junto a sus colegas, el próximo asalto. El jueves, sin embargo, dio un traspiés y se vino abajo contra las rocas. La nota oficial hablaba de un menor «sin acompañante». Como si tuviese la oportunidad de tener a alguien de su familia guiándole los pasos. Junto a él estaba, por ejemplo, Nour Zim, que habla un inglés correctísimo después de estudiar en la Universidad de Casablanca pero que prefirió dejar cualquier opción en Marruecos y jugársela en Melilla.

La muerte de Oussa Fassi sirve para recordar la tragedia de las decenas de menores desperdigados por Melilla que tratan de colarse en un barco hacia el Estado esapañol. Han salido de Marruecos y no van a volver a pesar de que les obliguen. Una vez superado el puerto, el protocolo sigue siendo el mismo: encajonarse en algún hueco y confiar en que ningún vigilante les descubra hasta Málaga o Algeciras. En caso de que les pillen volverán al reino alauí. Hasta la próxima vez que se cuelen en Melilla.

Cuando Fassi murió, sus compañeros, que no dejan de ser uno niños, pintaron carteles y murales de recuerdo. Lo hicieron a escasos metros del lugar donde el joven se vino abajo. Su perfil de Facebook solo mostraba su imagen, con ese rostro que evidencia más madurez de la que se merecía, y los recuerdos de sus amigos. En medio de todo el hipócrita debabe sobre la migración, un menor de 17 años murió intentando sortear una valla innecesaria que se había colocado sabiendo que iba a ser superada. Él, que había llegado «corriendo» entre los policías españoles y marroquíes pensando que llegaría a la península, protagonizó la tragedia que todos sabían que ocurriría.