Jose María Pérez Bustero
Escritor
GAURKOA

¿Asomando un reciclaje en la izquierda abertzale?

Entre las declaraciones de los representantes de EH Bildu tras los resultados electorales del 24 de mayo hay términos que nunca habíamos exteriorizado en la izquierda abertzale. «La coalición soberanista ha pensado que la sociedad guipuzcoana era como queríamos que fuera y no como era realmente»; «el proceso de cambio no solo hay que hacerlo para la sociedad, sino con las personas, y así lo haremos»; «debemos escuchar a los que nos han dado su voto y a los que no»; «necesitamos hacer autocrítica»; «no dar pie a que piensen que actuamos con arrogancia».

No se trata simplemente de frases para la ocasión. Indican una percepción profundamente renovada de los demás y de nosotros mismos. Por ello, a no ser que trituremos esas afirmaciones y las tiremos al contenedor (como, según dicen, ha hecho el PP con su documentación) hemos de aceptar que marcan perspectivas nuevas en tres campos claves: en nuestra pretensión de ser portavoces del País Vasco, en la definición de nuestros objetivos, en nuestra percepción de los demás.

Para ponerlas en relieve y percibir ese reciclaje que suponen, vamos a compararlas con lo que hemos forjado y afirmado a lo largo de los años. Comenzando por la primera fase, que arrancó en la década de los 50. En ella se fraguó una ideología y autopercepción que asumía de forma explícita la vía de autoafirmación nacional, pasaba del concepto de resistencia al de liberación, concebía como posible la libertad del Pueblo Vasco, definía el euskara como eje del proyecto. Esos términos y tareas transcendieron a las fases posteriores.

La etapa sucesiva se inició en octubre de 1977 cuando se constituyó la Mesa de Alsasua en la que participaron HASI, EIA, LAIA, ESB-PSV y ANV. Se volvió a formular el proyecto de una Euskal Herria libre, reunificada, socialista y euskaldun. Y ese lenguaje quedó ratificado por lo sufrido posteriormente. Herri Batasuna se vio tremendamente acosada por el Estado, por la animadversión de otros partidos políticos (incluyendo la rencilla y celos del PNV) y la distorsión ejercida a través de los medios de comunicación. Eso nos metió en nosotros mismos y nos ratificó en nuestro lenguaje para no contaminarnos. Aunque ello no evitó la aparición de debates, dudas y heridas internas, nacidas de la misma búsqueda de salidas viables. Así transcurrieron 32 años.

En noviembre de 2009 se abrió la etapa hasta ahora vigente. La izquierda abertzale presentó la Declaración de Alsasua, apostando por un «proceso democrático» y una «confrontación por vías exclusivamente políticas y democráticas», al tiempo que reivindicaba el diálogo entre ETA y el Gobierno de España. El gran tema y núcleo de nuestro lenguaje siguió siendo «resolver el conflicto vasco». Que continuó cuando el 2 de abril de 2011 se constituyó la coalición Bildu. En las elecciones sucesivas, se obtuvieron resultados magníficos, con 333.628 votos, 1.138 concejales, y el gobierno de 123 alcaldías. Resultados confirmados en las elecciones al Parlamento navarro y Juntas Generales de Gipuzkoa, Araba y Bizkaia. Quedó confirmada la adecuación de nuestro lenguaje y nuestra actitud.

Llegamos así al pasado día 24 de mayo. A pesar de la consolidación en Navarra, Araba y Bizkaia, se produce un descenso de votos, y se pierde el gobierno de Gipuzkoa y de varias alcaldías significativas. Desde luego, –tomando los términos de Arraiz y demás representantes de EH Bildu– ha incidido en ello el acoso de los demás partidos «y de otro tipo de agentes que también influyen e intervienen en la escena política», como los medios de comunicación o diversas organizaciones. Pero eso no quita el hecho de que han aparecido, asimismo, nuestras limitaciones y carencias. ¿Importantes carencias precisamente donde habíamos tenido más ámbito de gobierno? Pues, sí. Como hemos citado al principio, hemos pecado en nuestra pretensión de ser portavoces del País Vasco, en la definición de nuestros objetivos, en nuestra percepción de los demás. No se trata de carencias de ideología ni de objetivos finales. Pero sí de importantes inadecuaciones de lenguaje y actuación.

Mucho tenemos para examinar al respecto, pero vamos a echarles aquí una brevísima ojeada. Primeramente, al creernos portavoces del Pueblo Vasco. Hace poco hemos dicho, por ejemplo, «nosotros, el Pueblo Vasco», o «Nos vamos. Este pueblo se va». Y resulta que el pueblo vasco no funciona como un sujeto único. Al dar esas afirmaciones tan sonoras, solo hablamos en nombre de uno de los grupos de este pueblo, no del pueblo vasco como tal. Nosotros, la izquierda abertzale, no llevamos al hombro el conjunto de la población vasca. O sea que, sin rebajar objetivos finales, nuestros objetivos imprescindibles para esta tarde y mañana deben ser la cohesión interna vasca y la interrelación de sectores y de tierras. Para que el Pueblo Vasco constituya un sujeto mínimamente cohesionado.

Buscando ese objetivo, la izquierda abertzale debemos salir de nuestros recintos e ir a los demás. Es algo que casi no sabemos hacer. Labor compleja, fácil y difícil a la vez. No podemos esperar a que vengan a nuestras sedes y txokos. Así nos enteraremos de verdad cómo y por qué son diferentes a nosotros. Ahí mismo los tenemos. En cada barrio, calle o edificio.

Un grupo lo constituyen los que votan al PNV porque encuentran en su ideología suficiente nacionalismo vasco, dosis aceptables de aire popular, diseño de la independencia vasca sin aceleraciones, un notorio interés por hermosear el país a base de obras urbanas, instituciones fotogénicas, vías de comunicación.

Otro grupo son los vascos que aceptan una doble identidad. Se sienten vascos pero no desisten de su pertenencia a la nación francesa o española. Hay asimismo muchos vascos que consideran la problemática del trabajo, de la vivienda, del tratamiento sanitario, de la formación como los verdaderos hechos que trastocan o componen su vida. Y asimismo hay un alto porcentaje de vascos que conciben su vida como pasión por realizarse como individuos y llenar días y noches de episodios de disfrute y pasatiempo.

Una vez que captemos a fondo esa múltiple realidad, nos resultará evidente que necesitamos revisar nuestra actitud y nuestro lenguaje. Y así darles una imagen real de nosotros mismos. Mostrar y explicar que no nos sentimos élite, ni héroes, ni puros, sino que tenemos una gran afinidad vital con los demás. Y que nuestras convicciones personales proceden, como en ellos, de la propia experiencia vital o conocimientos, y que son siempre revisables. Asimismo tenemos que asumir y declarar una y otra vez que también para nosotros el individuo, al margen de su opción sociopolítica, es ante todo persona, con sus circunstancias concretas, con su necesidad e instinto de disfrutar de la vida, de amar, de poder elegir su forma de subsistir. Con su derecho a la privacidad. Comentarles de paso que los denominados abertzales sentimos esa misma necesidad e instinto de disfrutar, de amar, de tener nuestra privacidad, de tener una casa, un trabajo, una sanidad eficaz, un respeto a la orientación o identidad sexual.

Y asimismo explicarles que no consideramos la pertenencia al País Vasco como un golpe de suerte, ya que no somos una nación poderosa, perfecta, concluida. Lo que pasa es que este País Vasco «te necesita», y requiere cotas más altas de cohesión para no ser engullidos por los grandes intereses y estructuras político-económicas. Pero que en absoluto deseamos romper con otros pueblos. Todo lo contrario. Mirándonos en esta tierra aprendemos a valorar a otras tierras y a fomentar la interrelación y solidaridad con ellas y sus gentes.

¿Significa esto rebajar nuestra ideología, nuestra pasión por este País Vasco? En absoluto. Simplemente es ponerle pies y manos al proceso de autodecisión y construcción de Euskal Herria, en vez de implantarle alas empeñados en hacerle volar.