Ramón SOLA
EMOCIÓN DESBORDADA EN SABADELL

Y Osasuna nunca se rindió

Ha sido el grito de esta temporada: «Osasuna nunca se rinde». Y ha terminado siendo verdad. Tras ver dos veces tan de cerca su final, el pasado domingo y durante 85 minutos ayer, las defensas cedieron y las lágrimas se desbordaron: de jóvenes a veteranos, de antiguos como Pandani al recién llegado Hervías.

Como esos famosos que dicen que han podido leer su obituario, Osasuna puede contar hoy que ha visto escrito el último capítulo de su historia dos veces en ocho días: el efecto mariposa de la victoria de la Ponferradina en Santander le devolvió la vida hace una semana y el cabezazo de Javi Flaño le terminó de salvar ayer, en el minuto 90, cuando ni su hinchada, exhausta tras un año sosteniendo a un equipo sin alma, parecía ya tener fuelle para más.

La emoción se desbordó sin esperar al final. Como ocurriera hace quince años en Gijón con aquel gol postrero de Iván Rosado que daba medio ascenso, la marea roja saltó al verde de Sabadell y costó unos cuantos minutos reanudar el partido. En la banda Enrique Martín Monreal intentaba tomar aire auxiliado por Oier Sanjurjo, ¡cómo se echó en falta el carácter del capitán! La última falta en contra se vivió con el corazón en un puño, después de que el Sabadell hubiera dado pruebas en el minuto 89, con el disparo al palo, de que no iba a regalar el punto tan fácil. Con la hinchada pidiendo auxilio a San Fermín y entonando el ‘‘Riau-riau’’, el pitido final desató un suspiro de alivio desde la Nova Creu Alta hasta la Plaza del Castillo.

¿Cuánto pesa la presión de saber que 95 años de historia se deciden en 90 minutos? ¿Cuánto saber que tus piernas tienen la llave de la alegría o la pena de decenas de miles de aficionados? ¿Cuánto si uno tiene 18 años, como Mikel Merino? Las lágrimas del final llevaban implícita la respuesta. Allí lloraron hombres de la casa como Roberto Torres y foráneos como Raúl Loé. También un recién llegado como Pablo Hervías, que balbuceaba que no podía imaginar tal catarata de sentimientos cuando llegó para echar una mano en los seis últimos partidos. Cedrick, que se marcha a Estados Unidos pero antes ayer se echó al equipo a la espalda. El pequeño gran Nino, infatigable todo el año. Javi Flaño, el héroe inesperado. David García, la promesa que podrá contar a los nietos que dos goles suyos sacaron a Osasuna del pozo. Qué decir de Vujadinovic, el central nómada que llegó por el salario mínimo y acaba ídolo de la afición, que pidió su renovación a gritos nada más empezar la fiesta. El serbio acabó en el hospital con neumotórax por un encontronazo con el portero, pero feliz.

A Martín casi se lo lleva por delante esta agónica salvación, su segundo milagro. Solo podía desear felices Sanfermines, mientras intentaba respirar hondo. Y también sabía muy bien qué estaba en juego Walter Pandiani. El «Rifle», genio y figura, se ha volcado en mensajes de ánimo en las últimas semanas y ayer arropó a su exequipo en Sabadell, a pie de campo. «Gracias afición, eskerrik asko» se leía en las camisetas que los jugadores vistieron para devolver su apoyo a los que nunca se han rendido en esta temporada aciaga. Ellos han salvado a Osasuna, suya era la fiesta.