Mikel ZUBIMENDI
KIROLA

FIFA: caudillaje y cultura corrupta, más allá de las manzanas podridas

Las investigaciones paralelas en EEUU y Suiza en torno a la FIFA han puesto altavoz a lo que era un secreto a voces, un gobierno global del fútbol lleno de sobornos, incapaz de comportarse decentemente y demasiado preocupado en el máximo beneficio.

El deporte y el escándalo son íntimos amigos. Donde hay dinero, hay codicia. Cuando hay codicia, hay trampa y estafa. Y donde hay poder siempre habrá tentación de corromperse. Y si ese poder es absoluto, como el que ejerce la FIFA en el fútbol mundial, la posibilidad de corromperse absolutamente se hace demasiado tentadora. Quizá, la despiadada cultura de un capitalismo implacable hace imposible comportarse decentemente y, sencillamente, los últimos escándalos que están salpicando al órgano de gobierno del fútbol mundial responden a esa lógica.

Pero el fútbol es también placer, es socialización, es aprendizaje de reglas y respeto al otro. Posee, indiscutiblemente, formidables cualidades que justifican la pasión que genera en el mundo. No obstante, tiene una gran paradoja: es un deporte convertido en industria global que mueve miles de millones de euros desde 1990 por la inversión en derechos televisivos y publicidad corporativa. Funciona según el modelo de las transnacionales capitalistas: la principal preocupación es conseguir el máximo de beneficio. Y como ocurre en el mundo de los grandes negocios, en el gobierno mundial del fútbol existen también la geopolítica, la ley del silencio, un sistema clánico que reproduce «padrinos» y «familias» en el seno de una institución dirigida desde el caudillaje.

El fútbol es también un trampolín para ansiadas proyecciones políticas. Podríamos citar al multimillonario Silvio Berlusconi, expresidente del club Associazione Calcio Milan o a Mauricio Macri (actual gobernador de la provincia de Buenos Aires), expresidente de Boca Juniors. O cómo utilizaron Benito Mussolini y la Junta Militar argentina los triunfos de Italia y Argentina en los Mundiales de 1934 y 1978 para fortalecer sus sistemas criminales.

También hay intentos claros para hacer de una cuestión de corrupción, un tema geopolítico. Las investigaciones de EEUU vinieron en vísperas de una votación sobre una hipotética prohibición de la FIFA a Israel, el mismo día en que Netanhayu declaraba que «si la FIFA intenta dañar a Israel, esto implicará la destrucción de todo el sistema mundial del fútbol». Y en mitad de todo el escándalo, voces como las del senador republicano John McCain exigieron que Rusia fuera desposeída del Mundial 2018.

Sobornos masivos

Últimamente, la palabra mafia se asocia más que nunca a la FIFA. Desde que el Departamento de Justicia de EEUU presentara cargos de chantaje, fraude y lavado de dinero a escala industrial contra miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA, magnates del marketing deportivo y propietarios de corporaciones de radiotelevisión, las noticias y las nuevas imputaciones siguen un curso frenético.

Figuras icónicas del fútbol como Franz Beckenbauer o Michel Platini, o presidentes de federaciones como el bilbotarra Ángel María Villar y el alemán Wolfrang Niersbach se van sumando a una lista que se expande como el aceite. Ya no son solo los miembros de la Concacaf y del Conmebol (organizaciones regionales que gobiernan el fútbol en el Norte y Sur de Amérca) que fueron detenidos en el Baur au Lac, lujoso hotel de cinco estrellas de Zurich, sede de la asamblea anual de la FIFA que iba a elegir al nuevo presidente. No es solo una cuestión de manzanas podridas ni siquiera de chivos expiatorios, sino prácticas sistémicas de corrupción desarrolladas con total impunidad durante décadas.

Grosso modo, en el escrito de acusación de la justicia estadounidense se detalla cómo, desde 1991, los miembros de la FIFA habrían recibido sobornos y comisiones ilegales que ascienden a más de 150 millones de dólares de manos de los gigantes del marketing a cambio de otorgar a estos derechos exclusivos que luego revendían a las grandes corporaciones de radiotelevisión y a los principales patrocinadores que deseen promocionar sus marcas. Se mencionan al menos 15 multinacionales patrocinadoras oficiales de distintos Mundiales –Adidas, Budweiser, Continental General Tires, Fly Emirates, Gillette, MasterCard, Philips, Avaya, Coca-Cola, Deutsche Telekom, Hyundai, Toshiba, Yahoo, McDonald’s y FujiFilm– que se habrían beneficiado del Mundial para promocionar sus productos y servicios gracias a su visibilidad en los medios de comunicación, aprovechando la mediatización del fútbol para interactuar con clientes y clientes potenciales.

El escándalo ha llegado también a Alemania que habría sido «premiada», en detrimento de Sudáfrica, con la organización del Mundial 2006 mediante sobornos y compra de votos. La imagen que vendieron de una Alemania capaz de organizar un mundial perfecto y de mostrar una cara amable y cosmopolita al mundo se desvanece a la luz de las nuevas evidencias.

Y si hace poco fue Wolkswagen, icono de la industria alemana y arquetipo de fiabilidad, la que ha demostrado hacer trampas al manipular los datos de emisión de CO2, ahora aparece otro buque insignia alemán como Adidas, asociado a la FIFA desde hace mucho tiempo –patrocina ininterrumpidamente los Mundiales desde 1970–, en el ojo del huracán.

Esta marca deportiva habría habilitado un fondo millonario, del que el «héroe» del fútbol alemán, Franz Beckenbauer, y el presidente de la Federación germana –que recientemente criticaba la corrupción de la FIFA y se postulaba para ser el nuevo jefe de la UEFA– Wolfrang Niersbach tenían conocimiento, para comprar los cuatro votos de los representantes asiáticos en el Comité Ejecutivo de la FIFA de 24 miembros. Así habrían asegurado el resultado final de 12 a 11 favorable a Alemania y en contra de Sudáfrica.

Blatter, villano favorito

Joseph “Sepp” Blatter, el villano favorito en toda esta historia, es presidente de la FIFA desde 1998. Durante su mandato el fútbol ha aumentado su popularidad global y su éxito financiero más allá de lo imaginable. Pero mientras que proyecta a la FIFA como una especie de humilde organización sin ánimo de lucro que hace el trabajo humanitario de expandir el deporte y sus valores, básicamente, es el jefe de un Estado-Nación en la sombra que gobierna el fútbol –y la decimoséptima economía del mundo– de una manera tan firme que es capaz de saquear a los estados que quieren ser sede del Mundial.

Aunque la FIFA en sí misma esté en el meollo del problema, no es la única parte culpable en esta mascarada que afecta al gobierno del fútbol. Al fin y al cabo, los votos para elegir al presidente de la FIFA vienen de las asociaciones estatales del Fútbol (el presidente de la española y actual presidente interino de la UEFA, Villar, está siendo investigado) y los miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA son elegidos entre las confederaciones regionales (el presidente de la UEFA, Michel Platini, habría sido «huntado» por Blatter) que, en muchos casos, son tan opacas e irresponsables como ella. Cada uno de los 209 miembros de la FIFA tiene un voto a la hora de elegir al presidente y, por ejemplo, Maldivas tiene la misma voz que Brasil o Andorra que Alemania, además de la misma parte de los beneficios.

Pero la historia viene de lejos, y es sistémica, forma parte de la cultura corrupta de la FIFA. Ya para su elección en 1974, João Havelange (amo y señor de la FIFA hasta 1998), creó un triunvirato con el alemán Horst Dassler (presidente de Adidas) y el empresario británico Patrick Nally, promoviendo agresivamente el mercadeo del Mundial de Fútbol, consiguiendo que grandes marcas mundiales como Coca Cola, Kodak, Visa o la misma Adidas fueran patrocinadoras a cambio de un monopolio publicitario.

La propia Adidas pudo aprovechar el «informal respaldo» de la FIFA para celebrar contratos de suministro de ropas deportivas a casi todas las selecciones de fútbol del planeta.

Horst Dassler intuyó antes que nadie el grandísimo potencial económico de la televisión y creó en 1983 la sociedad de marketing y gestión International Sport and Leisure (ISL) que compró a la FIFA los derechos y los revendió a precios astronómicos a las televisiones.

El sistema corrupto que ahora se investiga sigue el mismo patrón. Blatter no ha hecho sino actualizar y «mejorar» la obra de su mentor brasileño.

Más allá de las manzana podridas

Es hora de que la política de la FIFA abra sus puertas, airee su atmósfera y se extienda más allá de los «viejos bastardos», como los llama Maradona, de las casas reales del Golfo Pérsico, de los secuaces al servicio de los regímenes autoritarios y de los intereses comerciales que se creen los representantes del fútbol. Por lo menos, los seguidores, los jugadores y el fútbol base deberían tener voz y asiento en la mesa.

No se trata solo de apartar las manzanas podridas y de defenestrar a los chivos expiatorios. Tampoco de esperar sentados a que Blatter se vaya o a que colapse la FIFA –o a que ocurran ambas cosas–.

Al contrario, urge una reforma radical de la constitución de la FIFA, que especifique e intensifique los mandatos democráticos y las obligaciones sociales de sus miembros, que ponga en marcha un mecanismo racional para designar las sedes de los Mundiales. Es lo mínimo exigible, aunque visto los antecedentes y lo enraizada que está la cultura corrupta, será algo muy difícil de conseguir.