Jon Narváez
Miembro de Setem Hego Haizea
KOLABORAZIOA

¿Si es gratis no es trabajo?

Un año más llega el 1º de Mayo, fecha destinada a que la clase obrera de todo el mundo lance sus reivindicaciones, a la vez que rinde homenaje a aquellas personas que años atrás, mediante su lucha, consiguieron derechos laborales que en ocasiones llegaron a costarles sus vidas. Muchas de esas conquistas deben seguir siendo defendidas ante la voracidad insaciable de un sistema capitalista cuya principal obsesión es la eterna búsqueda de la productividad, a costa de la explotación de las personas y los recursos medioambientales.

La maquinaria de la economía productiva avanza con paso firme. Debemos mirar hacia el interior de su sala de máquinas si queremos encontrar su engranaje clave, invisible a los ojos del resto, que no tiene el reconocimiento que debiera, pero se da por hecho que se encuentra en el lugar adecuado y que funciona perfectamente: el trabajo doméstico y de cuidados.

Además de estar invisibilizada y no ser valorada, la economía que conforman los cuidados y los trabajos domésticos continúa desarrollándose de forma mayoritaria por las mujeres. ¿De verdad cuestión de genes? ¿No será que el hecho de que la sociedad atribuya a las mujeres estas funciones como algo inherente a su naturaleza se debe a la posición de subordinación en la que las quiere mantener el heteropatriarcado? Y, de paso, el sistema productivo capitalista sonríe al ver cómo la base de su estructura se sostiene gracias al sueño más indecente de la patronal: ¡mano de obra gratuita!

Vistas las circunstancias hay dos reflexiones que vemos necesario realizar. En primer lugar, la correspondiente a reconocer a las tareas domésticas y de cuidados el valor que tienen, ya que sin ellas la sociedad no se sostendría. La llegada del 1º de Mayo es un buen momento de visibilizarlas como trabajo no remunerado. En este sentido, la Confederación Sindical Internacional asegura en un estudio publicado en marzo que invertir en la economía de cuidados conllevaría la creación de millones de puestos de trabajo, rebajaría la brecha salarial y disminuiría la desigualdad entre mujeres y hombres.

La segunda es que la división sexual del trabajo y los roles de género siguen perpetuándose, de manera que las mujeres siguen siendo las protagonistas de la economía doméstica y del hogar. Debemos desaprender y deconstruir prácticas que mujeres y hombres hemos asumido como propias en base a los mensajes recibidos desde una construcción cultural que no permite alternativas, y que tiene en el aparato publicitario de masas a un enorme aliado para seguir eternizándose. En su lugar necesitamos una corresponsabilidad real entre todas las personas para abordar estos trabajos, y dar la vuelta a datos como el recogido en el estudio “¿Consumimos violencia?” en el que Setem analiza la relación existente entre el consumo convencional y las violencias machistas: el 64,4% de las mujeres de referencia en el hogar se ocupa en solitario de las tareas de limpieza y alimentación, siendo el 28,5% entre los hombres.

En definitiva, necesitamos valorar los cuidados y, pese a que al sistema no le parezcan trabajos productivos, apostar por ellos como eje central de nuestras vidas y de la sociedad, así como redistribuir este trabajo entre todas las personas.