Pablo CABEZA
BILBO
Elkarrizketa
GALDER IZAGIRRE
BATERÍA DE BERRI TXARRAK Y FOTÓGRAFO

«Hay que quitar la maleza para dejar el camino libre al discurso de la imagen»

En el inicio de los noventa, con tan solo 17 años, Galder Izagirre se incorpora a Big Crunch, el grupo de nuestro compañero Mikel Insausti. Después tomaría los parches de Dut y Kuraia, para terminar en Berri Txarrak. Ahora presenta junto a Fer «Apoa» dos libros donde se funden imágenes y textos.

La primera banda con la que Galder Izagirre toca en directo es Big Crunch, al frente de ella Mikel Insausti, crítico de cine y músico, y Juancar García “Bloody Mary”. Ambos ex Lusty Men. Con ellos graba el single “Rhythm & noise”, publicado el 16 de octubre de 1993 y reeditado el 15 de marzo del 94 para corregir un error en la cara “A”. «Siempre les estaré agradecido por aquella oportunidad», sentencia.

A finales de 1992 tres amigos del instituto de Hondarribia, Joseba, Eneko y Manex, crean Dut. Unos meses más tarde se incorpora Xabi Strubell. No obstante, a partir del segundo disco, “At!”, el grupo pasa a ser trío: Joseba, Xabi y Galder. «En aquella época deseaba que llegara el día y la hora de ir al local. Y nunca era suficiente», rememora.

Tras la grabación y la correspondiente gira del último disco, “Askatu korapiloa”, Joseba Ponce ya cimenta lo que después sería Kuraia. Lo crea sin más ambición que grabar unos temas rockeros que no ve para Dut y con la intención de dar media docena de conciertos, pero la historia se alarga más de lo previsto. Galder no iba a ser el batería de Kuraia, pero al fallar el músico previsto a un mes de la grabación y del debut, se une al grupo. «Disfruté como un enano de aquella energía que creábamos en directo», suelta con agradecimiento.

De Dut existe un comunicado de despedida, de Kuraia no. «La bestia sigue invernando, nunca dijimos que murió», afirma Galder, en la imagen apoyado en una txalaparta, instrumento que ya toca en el inicio de Dut.

Dut, más la colaboración del trío con Fermin Muguruza («de Fermin aprendimos a organizarnos profesionalmente, además de conocer mundo») y Kuraia (con parada técnica en 2006) forman parte de la historia rockera más potente y espectacular de la época.

En el inicio del verano de 2010 Galder recibe la llamada de Gorka Urbizu para entrar en Berri Txarrak. En setiembre se estrena con ellos en un concierto en Santiago de Compostela. «Ya son siete años y como bien dice la letra de Ikasten: «Hau ez da behin ere gelditzen!». Para Galder están siendo unos años inolvidables «en los que cada vez disfruto más siendo batería. Supongo que estoy viviendo el sueño de adolescente», refleja con entusiasmo.

A Izagirre le llama la atención una foto de Stewart Copeland, que había en la tienda Betbeder Musique de Angelu. Mientras sus padres hacen la compra el joven y potencial músico se escaquea para plantarse delante de aquel escaparate y cruzar los brazos del mismo modo que lo hacía el batería de Police, pero sin saber para qué. Poco tiempo después comienza a fijarse en los baterías de verbenas y en los de los videoclips de Super Chanel. Y va entendiendo el porqué de aquel mágico cruce de brazos. Ahorra un poco de dinero y le compra la batería a Ramon Albisu, de los recordados Beti Mugan. «Nunca he servido para estudiar y ser disciplinado, así que he aprendido mirando atentamente y tocando encima de los discos que me molaban». ¡Y vaya si fue capaz de mimetizarse! Pero lo hizo con las baquetas y con la cámara, donde ha desarrollado un estilo personal que mezcla con talento la técnica con la imaginación, lo abstracto con el realismo.

Bonberenea Ekintza es un colectivo con producciones singulares, inquieto y muy activo. En esta ocasión deja la música al lado, no a los músicos, y publica en un estuche dos libros de fotografías apoyados en textos, y a la inversa, titulados “Kamusada” y “Ordu erdia 51n”. En 2005 Galder Izagirre y Fernando “Apoa”, batería y voz de Kuraia respectivamente, deciden fusionar las fotos de uno con los poemas del otro. De la primera colaboración nace el libro “Kamusada”, donde Galder coloca imágenes a un poema de Fer titulado “Desencanto”. En la segunda colaboración es Fer quien pone letra a unas fotos que Galder realiza en la ciudad rumana de Brasov. El resultado es “Media hora en el 51”, una ráfaga de imágenes que hoy podrían ser parte de un campo de refugiados.

¿Desde cuándo le surge el interés por la fotografía?

En mi casa nunca ha habido ni músicos ni fotógrafos con lo que no es una herencia. Sí recuerdo haber hecho un curso de iniciación a la fotografía con 15 años; pero lo único que aprendí es que hacer un curso de fotografía sin tener una cámara no sirve para nada. Después ahorré para comprarme una cámara y me pillé una réflex Pentax P30 analógica. Pero cuando intenté darle uso me di cuenta de que no retuve nada de la teoría de aquel curso, con lo que la cámara terminó en el cajón del olvido.

Con todo, algo queda en su interior porque con el paso del tiempo la rescata.

Así es. En el 98, gracias a la gira americana con Fermin Muguruza y Dut, decidí sacar la cámara del cajón para darle una oportunidad. Me dije que, si tras recorrernos juntos América desde Montreal hasta Santiago de Chile no nos entendíamos, la vendería. Pero descubrí que, aparte de ser una inseparable compañera de viaje, me permitía describir y elaborar un discurso ausente de palabras, pero repleto de emociones. Coincidiendo además con un año jodido en lo personal, me reportó el color que necesitaba entre tanta oscuridad. Enseguida empecé a fotografiarlo todo y me monté un cuarto oscuro para revelar. ¡Qué fiesta! Esa luz roja y la música sonando mientras se descubre una imagen en la cubeta, es la representación del cielo en la tierra.

¿Cómo vivió el cambio a la fotografía digital?

No soy nostálgico, supongo que quiero ser como mi difunto aitona; era sorprendente la capacidad de adaptarse a lo que le tocaba en cada etapa, así que sin darle más vueltas me pasé a lo digital. Con los cambios de formatos siempre ganas cosas y a la vez dejas otras en el camino. Pero, tanto en analógico como en digital, tener una buena idea y tratarla con sensibilidad y buen gusto, te darán el resultado final. Sin esos ingredientes los formatos no te solucionarán nada.

¿Tiene inconveniente en editar las fotografías?

No me preocupa demasiado este aspecto, hay veces que con un solo disparo captas la idea, y otras tienes que echar mano de diferentes herramientas que te ayudan a conseguir el objetivo. Al fin y al cabo, la ética y la estética no dependen de las herramientas que utilizas, sino de cada uno de nosotros, del punto de partida.

Ha retratado a muchos grupos vascos en fotografía de promoción con gran acierto. ¿Se siente cómodo en este reto?

Me encanta retratar a músicos, requiere trabajar más los aspectos sicológicos que los meramente técnicos. Me gusta sacarlos de su contexto habitual. En estos años he retratado a Anari, Fermin Muguruza, Gari, Ordorika, Joseba Tapia, Zea Mays, Su ta Gar, Willis Drummond, Gatibu, Makala, Doctor Deseo, Kokein, Ainara Legardon... y por supuesto a Dut, Kuraia y Berri Txarrak, aunque, en estos casos, al desdoblarme [utilización de disparo remoto] no puedo controlar todos los aspectos y siempre me quedo con la sensación de no sacar todo el provecho que me gustaría.

En «Kamusada» y «Ordu erdia 51n» utiliza el blanco y negro.

Hay imágenes en las que el color distrae del motivo principal. En ese caso hay que saber quitar la maleza para dejar el camino libre al discurso de la propia imagen. En “Kamusada” la ausencia de color refuerza el hilo argumental y le da unión, ya que son imágenes inconexas entre sí en cuanto a espacio y tiempo. En “Media hora...” lo dramatiza aún más si cabe. En las imágenes de “Kamusada” subyace la violencia social en contraste con la ternura de imágenes inocuas e inocentes. Aquí me adapto al magnifico texto de Fer a través de la fotografía social y la naturaleza muerta.

En la otra mitad, el alto contraste y el grano son parte del mensaje.

En “Media hora en el 51” fue Fer el que con afilada maestría se adaptó a las imágenes que yo tenía. Es una secuencia que tomé en 2001 en Brasov, durante un viaje de un mes que realicé solo por Rumanía. En ellas y parapetado a una ventana, recojo el ir y venir de gente que, asediados por el frío y el hambre, peregrinan por el número 51 de los contenedores de basura durante media hora. No hay más que decir que no esté representado por ese desolador contraste de blanco y negro lleno de copos de nieve y el grano de aquella película Kodak T Max 3.200.

¿Le ha influido algún veterano autor o época fotográfica en general o es hijo del presente?

Inevitablemente los libros de Kikuji Kawada, de Nobuyoshi Araki y Masahisa Fukase han sido determinantes a la hora de definirme en blanco y negro. Por otro lado, la versatilidad y la delicadeza a la hora de gestionar la luz y el color de Irvin Penn me cautivó al poco de empezar a fotografiar y nunca me soltó, Roger Ballen me deslumbra, Martin Parr me divierte y la brillante Vivian Mayer me recuerda que un buen fotógrafo social ha de ser sigiloso como la sombra. Pero muchas ideas visuales también vienen del cine: Kurosawa, Andrei Tarkovsky, David Linch o Jim Jarmush. De todas formas, pienso que cuando arrancas un proceso creativo los ídolos hay que matarlos, sino nunca llegas a florecer.

¿La fotografía desde los teléfonos es la denigración de los sentidos?

No sabría decirte con tanta rotundidad si es la “denigración de los sentidos”. Pero sí me parece que la fotografía “fast food” busca la inmediatez más que la calidad, se busca enseñar lo que estás haciendo en lugar de vivir lo que estás viviendo. Cartier Bresson decía que la fotografía era colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje. Muchas veces ninguna de las tres se alinea con la cámara del teléfono.