Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale
GAURKOA

Mi reflexión

Está claro que, como en todo proceso político de redefinición estratégica, que incluye evidentemente readecuación de los instrumentos de lucha a utilizar, también en nuestro país estamos viviendo tiempos en los que la confrontación necesaria y/o inevitable con las estructuras del Estado y del poder, y con sus mecanismos de imposición, es un elemento decisivo de clarificación. Clarificación necesaria y urgente tanto a la hora de acertar en los modos de activación y acumulación de fuerzas como en la otra cara de la misma moneda, es decir, la de evitar caer en dinámicas que se conviertan en boomerang contra los sectores que se implican directamente y que, de paso, sean herramienta que dé cobertura a la estrategia de negación, imposición y represión que el Estado sigue alimentando.

Es un tema complejo y por tanto complicado para abordarlo en los límites de un artículo de opinión. Hace falta entrar al debate en profundidad y mirar el campo de operaciones en toda su complejidad. Sin tenerle miedo a ninguna arista. Poner sobre el papel reflexiones concretas que, por conocimiento, perspectiva y experiencia propias considero necesarias, supone, por muy espinoso que sea, un ejercicio de responsabilidad al que no podemos, ni debemos, dar la espalda. Me atrevo a hacerlo solo a modo de reflexión. Sin pretender nada más que eso, una reflexión que debe interpelarnos a todos, sin excepción.

La discusión no está en si existe el derecho a la rebeldía o si la autodefensa frente a las agresiones y la represión tiene legitimidad. Soy de los que opinan que ese derecho existe, que esa legitimidad existe. Claro que sí. Faltaría más. La realidad de imposición estructural que sufre Euskal Herria, la negación sistemática de nuestros derechos individuales y colectivos, los ataques contra las condiciones de vida del pueblo trabajador vasco, la represión no son cuestiones de ayer. Evidentemente. Pero junto a esta rotundidad también aparece, y en igual medida, el principio de que los medios no pueden nunca convertirse en un fin en sí mismos. El uso de determinadas formas de lucha debe tener una base de acumulación y legitimación social suficiente que permita sean asumidas como ese mal menor necesario que debe guiar siempre el uso de la violencia en perspectiva revolucionaria. Y eso exige la formulación pública de una estrategia clara, expresa y explicada, que también contemple objetivos intermedios y que permita a los sectores más concienciados decidir con pleno conocimiento sus compromisos. Nada, pues, de mitificaciones simplistas sobre la lucha y sus formas concretas.

Hemos conocido muchos discursos hiperideologizados en los que la compactación interna y la constante acusación contra otros sectores populares se convierten en el eje definitorio y principal de dinámicas estériles que acaban en posiciones estatalistas ya reiteradamente agotadas. Hay quien, hoy y aquí, vuelve a plantear esa misma perspectiva. Que la lucha de liberación nacional y social está agotada y que se impone un salto hacia la confrontación anticapitalista basada en la compactación de núcleos activos y renunciando a cualquier proceso de acumulación de fuerzas en clave independentista, en clave de articulación de mayorías sindicales, de movimientos y organizaciones con perspectiva soberanista. Ese es el quid de la cuestión: clarificar qué estrategia impulsamos, en base a qué análisis de la realidad compleja que vivimos y a partir de ahí, definir qué tipo de activación social y qué tipo de herramientas y formas de lucha se deben activar o se deben apartar.

La izquierda abertzale ha hecho ese ejercicio con honestidad, de forma pública y poniendo negro sobre blanco los cómos y los porqués. Activación popular y configuración de una confrontación democrática con los estados español y francés que opere tanto como motor de empoderamiento soberano en clave de país y que aporte nuevas y mejores capacidades de enfrentar la ofensiva neoliberal que desestructura nuestra sociedad y aumenta de forma alarmante la explotación y la desigualdad, con la vista puesta en construir desde abajo un modelo económico y social radicalmente diferente, socialista. Esa es nuestra apuesta. Y reconocemos que nos está costando concretar su desarrollo y avanzar en el terreno de abrir un segundo frente que acompañe a Catalunya y que abra las puertas a una nueva correlación social.

En las últimas semanas estamos asistiendo a ciertas formas de actuación, en el ámbito universitario o en Iruñea, que considero merecen una reflexión pausada. Más allá de una fácil respuesta ligada a la «espontaneidad de las masas» y sin creer en supuestas casualidades para las que ya somos bastante mayores. El análisis debe comenzar por los objetivos. No me corresponde a mi definirlos pero considero evidente que van más allá de una necesidad impuesta por el agotamiento de otros mecanismos para hacer frente a la represión. Y si ese fuera el objetivo, lo que están consiguiendo sí que merece un comentario. La respuesta social más amplia se define en coordenadas totalmente alejadas de los postulados defendidos por sus impulsores. Caso paradigmático es el de la manifestación de Orereta.

En mi opinión se está impulsando una dinámica de autoafirmación constante que sí compacta, a corto plazo, un cierto sector social pero que, sobre todo, aísla a ese sector, convirtiendo de paso sus acciones en mercancía de utilidad para el poder hegemónico. Es evidente el aprovechamiento mediático que regalan. Los grandes medios, esos que nunca regalan nada, aportan una cobertura y dimensión que está en consonancia con su evidente interés en marcar el paso y multiplicar las contradicciones a la izquierda abertzale. La elección de Iruñea, que tampoco es casualidad, sintoniza con esta utilidad. Va en esa misma línea de convertir esas acciones en alimento de contradicciones entre los partidos del cambio en Nafarroa, dotando de munición extra a UPN-PP-PSOE y situando a EH Bildu en posiciones de imposible resolución satisfactoria en base a su heterogeneidad. En el ámbito universitario, un planteamiento que carece de ambición a la hora de acumular fuerzas en base a proyectos y cambios reales, parece más orientado a servir de alimento a dinámicas generales. Y ya está trayendo como consecuencia nuevas dificultades para el propio movimiento estudiantil abertzale. Analizar los acontecimientos en estos parámetros no supone que mi principal preocupación sean los problemas o dificultades añadidas que esto nos crea, precisamente cuando estamos apostando por abrir ese segundo frente y por hacerlo desde la activación social y con los sectores que más sufren el ataque neoliberal, cuando el proceso de activación social por el derecho a decidir, que nos va a permitir articular esa confrontación en términos de país y con perspectiva y ambición de ganar, está tomando cuerpo, cuando el colectivo de presas y presos políticos vascos esta concretando su activación cara a convertirse en un aporte adecuado para los retos que enfrentamos.

No hay espacio para el análisis de las contradicciones concretas de cada ámbito concreto. Pero es evidente que no valen las frases precocinadas de manual. No se trata de interés de parte. Se trata de mirar las cosas en su complejidad, de mirar de frente la realidad y darse cuenta de que poco hay aquí de casualidad. Está clarísimo el interés que tanto en Madrid como en Sabin Etxea suscitan estas dinámicas, cara a desactivar un proceso de confrontación realmente eficaz que responda a las condiciones y necesidades históricas reales del pueblo vasco y de su clase trabajadora. Es necesaria una reflexión sobre el porqué esta sucediendo esto. Vaya por delante que nuestra incapacidad para pasar de las formulaciones teóricas a la práctica de activar una confrontación directa con el estado y reavivar en ella la capacidad de lucha y autodefensa del pueblo trabajador vasco es una de las claves fundamentales, si no la clave central. Pero no están ahí todas las claves. Hay que darle a esto un par de vueltas. Ser conscientes de que cada acción tiene efectos diversos y que es necesario anticipar las diversas posibilidades. Sabemos que en otros procesos no han faltado la permisividad y el uso o el impulso de estas dinámicas para resituar a los aparatos del Estado. Como en otras épocas y en otros riesgos y errores, nada, ninguna genética ad hoc nos asegura nada. Todos debemos realizar, ante esta posibilidad, una reflexión, urgente y necesaria.