Dabid LAZKANOITURBURU

Pugna de intereses a corto y a largo plazo en la gran falla tectónica mundial

Hay una región en el ya de por sí convulso escenario internacional en la que, día sí día también asistimos a un corrimiento o choque de las placas tectónicas geopolíticas. Y esa región es, cómo no, Oriente Medio.

Viejos enemigos se convierten en aliados y viceversa; socios de la OTAN como Turquía compran sistemas de misiles antimisiles a Rusia mientras EEUU apuntala a los «terroristas» kurdos en su plan de convertirse en alternativa a la anunciada victoria militar de Damasco.

En medio de esta vorágine, Israel se convierte en el único valedor del reciente referéndum de independencia de Kurdistán Sur, que ha forzado una alianza entre Turquía e Irán –Irak es paradójicamente un protectorado de Teherán como consecuencia de la desastrosa invasión estadounidense del extinto país árabe–.

¿Difícil de entender? Al contrario. Fácil si tenemos en cuenta que a todos –insisto, a todos– los actores de esta trama les mueven sus intereses –a largo plazo– o sus urgencias –a corto–.

A Israel le mueve su antiarabismo, como a Turquía su antikurdismo. Irán teme el desplome de su satélite de Bagdad y el contagio kurdo en sus fronteras y EEUU quiere una pica en Flandes (Siria) frente a Rusia. ¿Y a Rusia, qué mueve a Rusia? Puro interés, sazonado con la nostalgia por la Gran Rusia –léase la URSS –.