Joseba VIVANCO
LA DECISIÓN DE KEPA

El daño ya está hecho

Zinedine Zidane repitió ayer que no quiere ningún fichaje en enero. El Athletic calla y espera a que hable Kepa. Se vaya ahora o en julio, renueve o no, el daño ya estará hecho. Algo se habrá roto con Kepa y también en el Athletic. Porque un canterano por antonomasia se quería y se quiere ir. Eso nadie lo va a cambiar. Bien haríamos en asumir su decisión.

Lo de Kepa está llegando a un punto que va a tener que pedir perdón, reconocer el daño causado y entregar las llaves de su casa en Madrid», me comenta un conocido que hace equilibrios entre hartazgo, incredulidad y una dosis de pimienta para digerir una rocambolesca situación donde parece evidente que será el principal protagonista de la misma el que más salga perdiendo. Y es que ahora mismo el de Ondarroa da la impresión de estar no ya solo en tierra de nadie, sino a los pies de los caballos. No es de extrañar que todo este embrollo de su fichaje por el Madrid termine con el guardameta sin jugar ni aquí, ni allí. Porque a estas alturas de la telenovela está claro que ni Zinedine Zidane le daría la titularidad de fructificar un traspaso en enero, ni Kuko Ziganda debería, si alberga como mínimo la misma honestidad que el técnico francés para con su plantilla, dársela en detrimento de Iago Herrerín.

Aquí ya no se trata de quién hizo qué o dejó de hacer en esas atribuladas negociaciones de quince meses, que de eso tiempo habrá para escribir y hablar largo y tendido una vez se resuelva el futuro de Kepa. Ahora toca hablar del hoy, del mañana. Y eso pasa por un Kepa al que se supone que el Athletic espera, hasta que el presidente Josu Urrutia no diga lo contrario como con Fernando Amorebieta, y al que el Madrid ¿renuncia en enero? Su entrenador no lo ha pedido –«no necesito a nadie, no quiero a nadie», gritó ayer a los cuatro vientos merengues–, y si bien Florentino Pérez ve en el de Ondarroa al futuro Iker Casillas, su lesión y evitar pagar la cláusula e incomodar al Athletic pueden retrasar la operación.

La situación pinta mal para el portero. Porque si llegase ahora a Madrid lo haría envuelto en la polémica, si renueva en Bilbo en un giro copernicano ya no será lo mismo, y si se queda para irse en julio... mejor no pensarlo. ‘Cedido’ por el Madrid en el Athletic... La cuestión es que suceda lo que suceda, se vaya o se quede, el daño ya está hecho. ¿Por qué? Porque Kepa quería y quiere irse. Su no renovación y, sobre todo, su silencio cómplice con lo que se publica en Madrid, lo dicen todo. Ya no es cuestión de irse o de quedarse, es cuestión de que el perfil por antonomasia de canterano del Athletic, para más inri portero con lo que de simbología conlleva, quiere irse, porque sus miras e intereses profesionales están más allá del Pagasarri, incluso a sus escasos 24 años y ni medio centenar de partidos como rojiblanco.

Es un duro revés, evidente. Un drama, para nada. Ni siquiera es un golpe en la línea de flotación de no sé qué Código de Hammruabi que alguien guarda como el Anillo Único forjado en el fuego de Orodruin. Es la realidad de una sociedad mutante a la que el fútbol, y ese menos que nadie, es ajeno. Nadie puede poner puertas al campo, ni siquiera el Athletic. Tocará reflexionar, sí, pero si alguien tiene la Piedra de Rosetta para garantizar juramento eterno a estos colores de críos que llegan a Lezama con 9 o 16 años, que levante el dedo. Porque como diría Johan Cruyff, «el 90% de la gente ve que las cosas no funcionan, el 9% cree saber por qué no funcionan, y solo el 1% sabe qué hay que cambiar para que funcionen».

Las espantadas de Llorente, Amorebieta, en menor medida Javi Martínez o Herrera, fueron un aviso a navegantes, el canario en la jaula de la mina. Lo de Kepa, insisto en ello, se vaya o no, es el siguiente eslabón en la fase evolutiva. Y no será el último canterano nacido en lo más profundo de Bizkaia, sangre rojiblanca en las venas, boina calada a rosca, promesa en ciernes que decida volar en aras de esas luces de neón y deslumbrantes focos en forma de millonaria ficha, la zanahoria de la Champions o un Mundial, o las mediáticas portadas del ‘‘Marca’’.

Desterrados todos esos oportunistas profetas de las ondas radiofónicas o papel de prensa que presagian –y lo que es peor, animan– el final de 128 años de filosofía de cantera y de valores para proponer ser como los demás y así garantizar una supuesta competitividad, lo sucedido, se vaya o no, con Kepa, sí que debiera invitarnos a mirarnos al espejo y valorar más lo que tenemos. Y cuando digo tenemos, digo los que se quedan. Lo de Kepa no será una hemorragia, porque siempre habrá un Susaeta, un De Marcos, un Lekue, un Muniain, un Herrerín, esperemos que un Yeray, un Núñez, un Córdoba que se quiera quedar, que el Athletic se esfuerce para colmar su meta como deportista y persona vinculada a un sentimiento. Y es a esos a los que hay que preservar, a los que hay que justipreciar, a los que hay que, al menos, respetar. A todos y cada uno de los que se quieran quedar aquí, a los que prefieran soñar con ganar ese ansiado título con el Athletic que siete Champions con el Madrid, Barça, Juve o PSG.

No se trata de poner alfombras rojas, ni de la dañina autocomplacencia. Se trata de valorar al que se quede. Dicho lo cual, lleva razón Urrutia, quien no quiera estar aquí, ya sabe dónde está la puerta y las condiciones. Debiera añadir que sin rencores, porque en el fondo la vida es como el fútbol mismo. Y la vida da muchas vueltas. Díganselo a Kepa. Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra, dicen. Pero lo que diga o haga no cambiará nada, o poco. El daño ya estará hecho.