Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
SEAN BAKER
DIRECTOR DE CINE

«El ‘american dream’ es un mito que refleja la perversión del capitalismo»

Nacido en Nueva Jersey en 1971, es una de las voces más poderosas del cine independiente estadounidense. Debutó como director con «Four Letter Words». Del resto de su filmografía destacan obras como «Take Out» (2004) o «Tangerine» (2015), filmada íntegramente con un iPhone. Acaba de estrenar «The Florida Project», película con la que Willem Dafoe opta al Óscar como mejor actor de reparto.

Tras su paso por el Festival de Cannes y formar parte de la sección Perlas en Zinemaldia, “The Florida Project” llega a la cartelera. Es una película que, de entrada, invita al espectador a dejarse contagiar por una sensación de placentera calma, la propia de quien está inmerso en un prolongado período vacacional, como les ocurre a los tres niños protagonistas del film. Poco a poco, sin embargo, las circunstancias personales de cada uno se van imponiendo. Desahuciados en un mundo donde las luces de neón y las espectaculares vallas de publicidad que les rodean no hacen sino esconder vanas promesas de bienestar, se les niega incluso la capacidad para soñar.

 

No sé cuál fue el germen de «The Florida Project», pero viendo la película uno tiene la sensación de que los escenarios naturales en los que está rodada resultaron muy inspiradores para el desarrollo de la historia.

Sí, pero la idea original ya la tenía antes de comenzar a buscar las localizaciones. Estuve documentándome mucho sobre la situación de niños en riesgo de exclusión social y comprobé que no es un problema que se circunscriba a una zona concreta de EE.UU. Lo digo porque muchos me han comentado que en Florida, dado que es un Estado con una alta tasa de población inmigrante, es más fácil que se den este tipo de situaciones. No estoy de acuerdo y no me gustaría dar lugar a este tipo de percepciones porque esta historia podría transcurrir en Boston o en Los Angeles. Lo que me convenció para ambientarla en Orlando, fueron, efectivamente, las múltiples posibilidades que me brindaban esos escenarios tan irreales, esos moteles y comercios situados a solo un kilómetro de Disneyworld que pugnan por atraer un tipo de turismo familiar y masivo, y lo hacen apelando a una estética colorista y kitsch.

El hecho de rodar esta historia desde un punto de vista infantil ¿es algo que siempre tuvo claro?

Sí, llevaba tiempo queriendo hacer una película sobre niños y cuando comenzamos a desarrollar este guion lo que siempre tuve presente es que me apetecía que el espectador participase activamente de la historia, quería que tuviese la sensación de estar pasando el verano con ellos, que se sintiera cómplice de sus travesuras. De ahí que nos esforzásemos, en todo momento, por respetar su punto de vista colocando la cámara a su nivel. Si te fijas, los niños en ningún momento están filmados desde un ángulo superior. No me interesaba que el público se limitase a observarles, quería que les acompañase.

¿Y ese no es un equilibrio difícil de conseguir?

Es algo que vas trabajando sobre la marcha, sobre todo a la hora de escribir el guion y, posteriormente, en la sala de montaje. Durante el rodaje no, al set tienes que acudir con las ideas claras. Por ejemplo, la primera versión del guion tenía muchas secuencias que no llegamos a rodar y que se referían al procedimiento de actuación de los servicios sociales. De inicio quería que el público tuviera toda la información al respecto, pero luego vi que tampoco era necesario en aras de asumir la historia. Por esa misma razón, durante la postproducción desechamos muchas secuencias que habíamos rodado protagonizadas por los adultos ya que sentí que dispersaban el tono y el alcance del relato. Para mí lo relevante era mostrar la conciencia de los niños hacia la realidad que les rodea.

¿Fue muy complicado dirigir a los niños protagonistas?

Más que dirigirlos fue difícil el hecho de encontrarlos. Para mí, lograr un buen casting es algo determinante y, en esta ocasión, tardamos en dar con la actriz idónea para encarnar a Moonee, tanto es así que ya me veía retrasando la producción. Por suerte apareció Brooklynn, que nos encandiló a todos, y a partir de ahí todo fue más fácil. Los críos tienen una cosa maravillosa de cara a actuar y es que son extrovertidos y entusiastas, su energía resulta contagiosa. Ellos tenían a una coach que les ayudó a memorizar sus líneas de guion. Mi trabajo consistió en crear un entorno familiar que no les hiciera sentirse intimidados, de tal modo que cuando llegaban al set yo les decía: ‘Muy bien, ya os sabéis los diálogos, ahora probad a decirlos a vuestro modo, a ver qué tal’.

«The Florida Project» viene a sumarse a esa relación de películas independientes estadounidenses que, de un tiempo a esta parte, ponen el foco sobre personajes vinculados a ese grupo humano conocido como “white trash”. ¿Cómo justifica ese interés?

Creo que se debe a una combinación de factores, al menos en mi caso. Obviamente no puedo hablar por otros cineastas, pero a mí, particularmente, me interesa mucho acercarme a aquellas realidades que normalmente no veo reflejadas en el cine o en la televisión, a aquellos personajes que permanecen marginados por razones de raza, de género o de estatus social y que se ven excluidos a la hora de alcanzar eso que se ha dado en llamar el ‘american dream’.

¿Cree que el «american dream» aún mantiene viva su aura?

Para mucha gente, desde luego, continúa siendo un  mito. Lo malo es que se trata de un mito inalcanzable que refleja la perversión del discurso capitalista. De una parte, se nos dice que cualquier persona que se esfuerce y que trabaje duro está en disposición de alcanzar aquello que se proponga pero de otra, se nos oculta que a la hora de dar ese salto tienes que tener una red de seguridad. Si no tienes papeles, si eres inmigrante o simplemente pobre, estás condenado. Muchas personas, al verse fuera del sistema, buscan acceder al mismo haciendo aquello que se les exige, es decir, trabajar duro, pero lo hacen en un sistema de economía paralela que no solo no les procura ningún tipo de reconocimiento sino que, encima, les lleva a ser castigados. El sistema,  tal y como lo tenemos organizado, sanciona a las personas más vulnerables, a aquellas que condenadas a la supervivencia.

Resulta llamativo el contraste que muestra la película entre el oropel de un escenario como DisneyWorld y la sordidez de los moteles y comercios que circundan ese mundo de fantasía. ¿Es una representación de la brecha social que persiste en EE.UU?

En cierto modo sí, pero es que la ruta 192, que cruza Orlando, es una sucesión de contrastes, está repleta de escenarios incongruentes. De repente, ves asentamientos precarios poblados por familias pobres están rodeados por vallas publicitarias donde se anuncian productos o servicios a los cuales esas personas nunca van a poder acceder, parece como si se estuvieran burlando de ellas. A veces esas incongruencias resultan especialmente dolorosas. Por ejemplo, recuerdo que nosotros estábamos filmando cerca de una zona donde, una semana antes, se había producido un tiroteo que había conmocionado a todo el condado y justo al lado había un gran anuncio donde se leía “prueba la auténtica y genuina ametralladora americana”.

¿En este sentido, el plano final de la película, con la niña protagonista escapando y accediendo a DisneyWorld cabe ser interpretado como que la única solución que nos queda es huir a paraísos artificiales?

Bueno, está claro que frente al tono realista que tiene el relato, plantear una última secuencia, como la que comentas, en clave abstracta, puede generar todo tipo de interpretaciones, entre ella la que acabas de hacer tú, que me parece bastante exacta. Pero me gustaría que fuera el público, y no yo, el responsable de conferir un significado a la película. Una de las cosas que más me apetecía cuando rodé ‘The Florida Project’ era generar debate. Si yo diera mi punto de vista al respecto, condicionaría al espectador en sus percepciones y prefiero que este sea libre para juzgar.