Iñaki LEKUONA
Periodista

Un pollo francés

La República francesa lleva años enorgulleciéndose de ser la primera potencia agrícola europea y el Salón de agricultura de París, que se celebra actualmente, es su máximo escaparate. Justo días antes de que éste levantara la persiana, una ONG publicó un estudio según el cual tres de cada cuatro frutas y casi la mitad de las verduras con label republicano —no biológico, claro— presentan restos de pesticidas. Justo después de que un diario publicara un artículo sobre la relación entre los insecticidas, antiparasitarios, plaguicidas y abonos químicos, y ciertas enfermedades como el cáncer, el Alzheimer o el Parkinson. Y todo es cosa del productivismo, esa otra afección que no es más que la adaptación del capitalismo al sector primario, que nos sirven en el menú todos los días y que, visto lo visto, pagamos mucho más caro de lo que nos creíamos. Quienes podemos pagarlo, claro, porque los hay que no. Como los cuatro vagabundos que en este último mes han muerto en la costa labortana porque su salud, parasitada por la ausencia de un mínimo sustento y descanso, se ha marchitado en el invierno de este sistema, del que el presidente de la República francesa lleva enorgulleciéndose desde que lo es. Tras doce horas en el Salón de París, Macron aseguró que «él no es un buey argentino» sino «un pollo francés». Todo un gallito del capital.