Al «todo es ETA» le queda ya poco jugo que extraer; va quedando atrás con su negro balance de detenciones, tortura, procesamientos, encarcelaciones y todos los abusos que un Estado de derecho jamás se hubiera permitido. Pero el Estado español es otra cosa, por eso se lo permitió. Y ahora, todo es ofensa. O exaltación, como ha quedado aprobado en la comisión de Presidencia del Ayuntamiento de Iruñea. Y en el debate de si es o no es, y quién vota a favor y quién en contra y quién ofende y a quién ofende, desvían la atención de donde debería estar: en una política penitenciaria que se ha sumado una nueva víctima, que mata dentro y fuera de las cárceles, que continúa activa porque el tiempo solo corre a su favor y nadie va a quitarle el daño que pueda seguir haciendo. Que, desnuda de excusas y de justificaciones, se mantiene por pura exaltación (sí, esto sí es exaltación) de la venganza mientras se ríe a la cara de la mayoría social, de la mayoría política, de la resolución y de la paz. Muy bien jugado.

Muy bien jugado porque mientras cambian denuncia por exaltación y derechos por ofensa, pueden seguir escribiendo el relato. Su relato. Manteniendo a salvo las verdades oficiales, las mentiras oficiales y las muertes y el dolor cuya autoría nadie quiere firmar y por los que nadie se debe ofender.