Iker BIZKARGUENAGA
UN MERCADO EMERGENTE

«SELF-STORAGE», CAMBIO SOCIAL O NECESIDAD VITAL

El alquiler de trasteros es un fenómeno habitual en EEUU, que mueve miles de millones y que cada vez está más presente en nuestro país. Un negocio que podría ser síntoma de nuevos modelos de consumo, pero que también ha representado el último recurso para quien ha sido despojado de su vivienda.

En cuántos filmes de acción no habremos visto al protagonista, en ese preciso instante en el que el mundo se le viene encima y su suerte parece echada, recurrir a un trastero que solo él conoce y donde guarda un surtido de gadgets gracias al cual –por algo es el protagonista– al final acaba con todos los malos. Esos espacios cerrados por la sempiterna persiana corredera son ya un clásico en las películas made in Hollywood. Tiene lógica, pues en Estados Unidos forman parte de su paisaje urbano desde hace más de medio siglo.

Y no van a dejar de formar parte de él. Al contrario: según un artículo publicado recientemente en www.curbed.com los espacios dedicados al almacenaje particular constituyen en EEUU un sector que emplea a 144.000 personas y mueve cada año 38.000 millones de dólares (más de 30.000 millones de euros). Es un negocio asentado pero también emergente, que ha ido creciendo a un ritmo anual del 7,7% en el último lustro, y cada vez son más los inmuebles que se edifican expresamente para este fin, cuando antes se utilizaban básicamente naves, barracones o cobertizos ya existentes pero que se hallaban en desuso.

Asentándose en Europa

En estos momentos, casi un 10% de los ciudadanos estadounidenses, que pagan unos 90 dólares mensuales de media, tienen alquilado un espacio ajeno a su vivienda habitual, donde guardan todo aquello que no les cabe en sus domicilios. O que no quieren guardar allí. Y son tantas cosas que podrían colmatar la presa Hoover y sus 624 km2 de superficie. De hecho, es tal su éxito que hay programas de televisión, como “¿Quién da más?”, en los que se subastan trasteros de segunda mano, y los participantes, que no saben lo que se encontrarán dentro, llegan a pagar grandes cantidades por ellos. Un experimento televisivo, por cierto, que el canal de Mediaset Energy ya ha llevado a las pantallas del Estado español.

El self-storage tiene, como decimos, patente estadounidense, y es consecuencia en gran medida de sus propias características como sociedad, donde el consumo juega un papel predominante y la movilidad laboral es norma. En este sentido, no es inhabitual que familias enteras recorran miles de kilómetros por cuestiones laborales, ya que el arraigo no suele ser tan profundo como en otras latitudes. Muchas veces ese billete suele ser de ida y vuelta, y mientras tanto los muebles se guardan en el trastero alquilado. En la ecuación entran también el factor demográfico y la disponibilidad de espacio. Por un lado, los millennials, personas nacidas en los 80 y que llegaron a la vida adulta con el nuevo siglo, abandonan sus hogares familiares y no tienen recursos económicos para hacerse con viviendas como las de sus padres, de modo que necesitan un espacio para guardar sus pertenencias. Y por otro, la generación del baby boom no quiere deshacerse de los recuerdos acumulados por décadas. Estos sí suelen poseer garajes y camarotes, pero llevan la mochila biográfica muy cargada. Por otra parte, la superficie disponible en el gigante país norteamericano hace que los precios de construcción y arrendamiento sean relativamente asequibles.

Con todo, en los últimos años esta tendencia ha saltado el charco, y también en Europa, con Gran Bretaña, Países Bajos y Suecia a la cabeza, empiezan a abundar los negocios de alquiler de trasteros y espacios de almacenaje. En el Estado español, por ejemplo, se ha triplicado su número en los últimos tres años.

La terrible factura de la crisis

La carestía de la vivienda, que es cada vez más pequeña –la ministra de Vivienda del PSOE María Antonia Trujillo hablaba de «soluciones habitacionales» de 25 m2 en 2005–, ha propiciado el auge de este tipo de empresas que, frente a lo que muchos predecían, no ha sufrido los efectos de la caída del mercado inmobiliario a partir de 2008. Al contrario, ese pinchazo abarató el precio de los inmuebles susceptibles de ser utilizados para este fin. En el otro extremo, los efectos de esa misma «crisis» sobre la población ayudaron a proyectar el sector, ya que muchas personas y familias se vieron –siguen viéndose– obligadas a abandonar sus domicilios por no poder pagar la hipoteca, mudándose a lugares más pequeños, alojándose en los domicilios de familiares o incluso alquilando habitaciones individuales.

Gente que por esta causa se ha visto en la necesidad de buscar otro espacio para guardar sus pertenencias. Así, lo que un día ocupó un lugar en los hogares pasó a apilarse en cajas y estantes, donde, a veces durante años, se van acumulando ropa, menaje, fotografías… todos esos elementos materiales que acompañan a una vida y a los que uno se ve obligado a renunciar cuando pierde su vivienda.

Y no solo se guardan las pertenencias. En los últimos años han salido a la luz casos de personas que después de haber sido desahuciadas y sin poder hacer frente al alquiler de un piso o un estudio han arrendado trasteros para vivir, o sobrevivir. Una decisión que han adoptado aun siendo esta una actividad ilegal, porque cualquier inmueble que vaya a ser utilizado como residencia debe contar con la cédula o documento administrativo que acredita que ese espacio es apto para ello y que cuenta con las condiciones técnicas adecuadas para su uso habitacional. Pero cuando la necesidad entra por la puerta, la ley sale por la ventana. Son casos aislados en nuestro entorno, no así en EEUU, donde la recesión provocada por el estallido de la burbuja financiera y las hipotecas subprime expulsó a miles de familias de clase media de sus domicilios, muchas veces casas unifamiliares con jardín, y las condujo a lo que hasta entonces creían inimaginable: establecerse en coches, tiendas de campaña y trasteros. «Tenemos mucha gente alquilando trasteros y viviendo en ellos», declaró un miembro de la ONG religiosa “Loaves and Fishes” a “The New York Times” meses después de la quiebra de Lehman Brothers. «Están haciendo todo lo que pueden con tal de poner un techo sobre la cabeza», alertó.

Obras, mudanzas y también empresas

En cualquier caso, la mayoría de la gente que utiliza este servicio no lo hace empujada por situaciones tan dramáticas. Los motivos más habituales para contratar un trastero suelen ser obras acometidas en casa, mudanzas, guardar herramientas, libros, bicicletas… Asimismo, el uso generalizado de áticos, buhardillas y sótanos que antes completaban las viviendas y ahora son en sí mismos la vivienda, exige un espacio extra. Incluso hay empresas que han empezado a externalizar su almacenaje, sobre todo aquellas que cuentan con un stock modesto, que no requiere de grandes pabellones, como pymes y compañías de nueva creación, o aquellas que buscan espacio para depositar sus archivos y documentación. Según la publicación “Interempresas”, el 70% de quienes utilizan estos trasteros son particulares y el 30% empresas o autónomos.

Este contexto está favoreciendo la compra de trasteros como inversión, en un momento en el que los tipos de interés rondan el 0%, los depósitos bancarios no superan el 1% y la renta variable lleva una década siendo demasiado variable. «Comprar un trastero es una inversión rentable. Son bienes escasos y la escasez siempre es buena para las inversiones», señalan sin ambages en la web www.extraroom.es, donde se añade que no requiere sumas muy grandes de dinero. Sin duda, puede ser un buen negocio, pues ofrece una rentabilidad media en torno al 10-15% según webs especializadas. No hay muchos sectores que puedan decir lo mismo. Este mercado también ha dado cauce a empresas digitales que ponen en contacto a personas que tienen trasteros disponibles con quienes los buscan.

«Que sea algo más que un trastero»

Euskal Herria no es una excepción a la norma, y por ejemplo, en la conurbación de Bilbo son varias las firmas que ofrecen este tipo de servicios de almacenaje. GARA se ha puesto en contacto con Nagore Maruri, fundadora junto a su hermana Nahia de Bilbox, la primera empresa de self-storage instalada en la capital vizcaina, que en seis años ha atendido a más de dos mil clientes. Explica que los particulares buscan algo que «vaya más allá del trastero convencional», y cree que lo que más aprecian los usuarios es «la facilidad de acceso, la seguridad y la flexibilidad», tanto en lo que se refiere a tamaño, como a los periodos de contrato. Respecto al caso de autónomos y empresas, Maruri señala que en el periodo de crisis «han necesitado reducir costes fijos, buscando una solución de almacenaje que les ofrezca flexibilidad e inmediatez». En este sentido, sostiene que en este tipo de situaciones la relación calidad/precio «es imbatible respecto a otros recursos más ‘tradicionales’».

Sobre su propia empresa, la fundadora de Bilbox apunta al trato y a la solución personalizada para cada cliente como su punto fuerte. «Nos ponemos en su lugar y les ayudamos en todo el proceso», que incluye desde la adquisición del material de embalaje hasta la ayuda en el traslado de los bienes. Como servicios más demandados, cita la cesión de una furgoneta gratis para hacer el transporte; la seguridad, con alarma individualizada en cada trastero y seguro a todo riesgo; y la comodidad de tener un párking exclusivo y zonas de carga y descarga cubiertas. También ofrecen servicios logísticos a empresas y profesionales, como oficinas, wifi en las instalaciones, carretillas para descargar la mercancía… «Estamos continuamente reinventándonos», apostilla, poniendo como ejemplo que hace poco han habilitado un limpiabicis para que sus clientes «puedan subir al monte y luego dejarla como nueva antes de guardarla en el trastero».

Preguntada sobre si el éxito de este negocio es síntoma de una mayor querencia por conservar objetos añejos, la fundadora de Bilbox refuta la tesis. «No, creemos que es más bien al contrario, ahora todo es mucho más efímero y cambiamos mucho más de ropa, de mobiliario, juguetes… no nos cuesta deshacernos de lo viejo para adquirir ‘lo nuevo’». Por eso, apostilla que si bien «el trastero convencional ha servido para guardar los trastos que estorban en casa y no queremos ni ver», empresas como la suya son «para guardar lo que más nos importa». «No sólo ofrecemos una solución a un problema de espacio puntual, estamos dándole al cliente la tranquilidad de que las cosas que más le importan están a buen recaudo y siempre accesibles». Clientes entre los que, confirma, hay empresas, desde multinacionales que necesitan un almacén para sus comerciales, hasta jóvenes emprendedores que «no saben ni qué espacio pueden necesitar porque acaban de iniciar su actividad».

A Maruri le preguntamos también si entre sus clientes se han encontrado con personas damnificadas por el impacto de la crisis en forma de desempleo, precariedad y, por tanto, desahucios. Explica que cuando ellas pusieron en marcha la empresa, en 2012, «en plena crisis, sí que tuvimos que lidiar con circunstancias personales muy duras de nuestros clientes, a los que ayudamos como buenamente pudimos». «Ahora la situación parece que ha mejorado», añade, para apostillar que, con todo, «una mudanza siempre es estresante, requiere mucho mimo y para eso estamos aquí, para ayudarles en todo el proceso».