Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Isla de perros»

Wes Anderson crea otro universo nunca antes visto

El creador de universos Wes Anderson nos presenta “Isle of Dogs”, que es la representación de un futuro distópico regido por sus propias leyes y un funcionamiento interno ciertamente singular. Pero si por algo se distingue esta creación es por sus códigos lingüísticos, tan complejos como los que Tolkien desarrolló para construir la Tierra Media. El lenguaje evoluciona cada vez más, y se supone que en la Megasaki o metrópoli japonesa del 2040 se entrecruzan la cultura tradicional nipona con la influencia anglosajona en sistema de traducción simultánea; pero tanto o más que los idiomas hablados hay un uso de los gráficos, rótulos, pictogramas y símbolos de todo tipo, los cuales inundan la pantalla de principio a fin del metraje. Semejante infinidad de mensajes se solapan y van a parar en tropel al contenedor de los subtítulos, por lo que la película solamente puede ser vista y comprendida en su versión original subtitulada a seguir por parte del espectador con mayor atención de la que habitualmente se presta en un cine.

El esfuerzo intelectual que exige “Isle of Dogs” se compensa con el festín sensorial de un espectáculo audiovisual sin precedentes, y que responde a una fusión muy personal del arte oriental y el occidental, hasta hacer que sean como uno solo. La simetría en la composición de planos, con la perfecta disposición de los elementos distribuidos en cada insólito escenario sigue la influencia artesanal del teatro de marionetas. Y lo que le concede profundidad a esos espacios comprimidos es la expansiva banda sonora compuesta por Alexandre Desplat, digna de las grandes películas feudales de Akira Kurosawa.

Son los tambores de guerra los que dan a la narración una solemnidad y una tensión rítmica, que hace que uno se olvide de que en realidad lo que está viendo no deja de ser un cuento de perros y gatos al estilo de los de Roald Dahl, como en “Fantastic Mr. Fox” (2009).