Oihane LARRETXEA
CHARLA SOBRE COMERCIO Y MEMORIA URBANA

Donde confluye la identidad de los barrios, ahí se hace la ciudad

Hay momentos vitales ligados a los comercios, esos espacios que ayudan a construir la identidad de un lugar. Su influencia va más allá del mostrador desde el que nos atienden, y cuidarlos nos atañe. Hay quien cree que son un buen medidor de la calidad de una ciudad.

Bajo los arcos, en una de las cuatro esquinas de la Consti, siempre olía a cacahuetes tostados. Una remesa tras otra salía de un horno que se escondía detrás de un mostrador demasiado alto para una niña de 8 años. Envueltos en un cucurucho de papel estraza, lo que venía después era una fiesta. Eran los favoritos del aitona Arse, un hombre entrañable de gustos refinados.

Hasta hace bien poco, cerca de allí, se freían las mejores chips de patata del mundo. En serio. Las vendían en paquetes de fino papel blanco que enseguida absorbía parte del aceite. Duraban en la mano un suspiro. Desgraciadamente, este negocio también es parte del pasado de la Parte Vieja donostiarra.

Cualquiera podría imaginar otros tantos ejemplos en su entorno cotidiano. Sin duda, las tiendas y comercios de nuestros barrios forman parte de nuestro día a día, hasta llegar a ser un elemento más –y relevante– de nuestra memoria y de nuestra propia identidad. Desvelan costumbres, tradiciones y también cultura.

La evolución del comercio es constante; antes se producía y consumía de una forma diversa a la actual, en muchos sentidos. Ni mejor ni peor, sino diferente, adaptada a los tiempos de hoy; aunque indudablemente hay cosas por corregir. La cuestión es preguntarse cómo afecta todo ello a la configuración de la ciudad.

Una charla organizada por la asociación cultural Ilunki de Amara Berri propuso debatir sobre el comercio, el espacio y sus gentes. Hablaron de «memoria urbana».

El conocido arquitecto Iñaki Uriarte mostró en su intervención una galería de imágenes de diversas localidades de Euskal Herria a modo de ejemplo de buenas y malas praxis. «Hay paella». Una frase escrita a mano sobre una pizarra de propaganda. Este restaurante ubicado en el muelle donostiarra intenta atraer de una forma algo cutre a la clientela. Sobran los comentarios. «Esto ocurre cuando de nuestros lugares hacemos un souvenir», consideró.

Muy crítico también con la «invasión» de las fachadas por parte de bares y tiendas, cree que estos generan su propio paisaje… de dudoso gusto. Admite que la vista de la calle Fermín Calbetón le parece horrible, lleno de letreros que sobresalen de las fachadas, a base de todo tipo de letras y colores. El patrimonio está maltratado, dice apenado.

«Bergaran bizi, herrian erosi, denak irabazi», recuerda al consumidor un comercio de la localidad en su interior. O este otro captado en Gasteiz: «Señores clientes, gracias por confiar en nosotros, sin comercio local el barrio se muere».

En esa idea ahondó Antxon Lafont, empresario y expresidente de la Cámara de comercio de Baiona. En su opinión, una ciudad sin comercio propio y de calidad tiene un pobre porvenir. Él entiende estos espacios como puntos de encuentro donde se da una interacción con la ciudad; también tienen la capacidad de intercambiar conversaciones, opiniones, incluso de influir. ¿Qué panadería de Euskal Herria se libra de debates rutinarios, de conversaciones sobre la actualidad, sea la propia o la ajena?…

No obstante, no es del todo justo señalar a las grandes superficies como las únicas responsables del devenir de nuestros comercios. Lafont afirma que estos pueden resultar un imán para atraer y mover los flujos a su vez hacia los pequeños que se hallan alrededor. «El 80% de las compras son de capricho, lo que hace falta es que pase la gente por delante», afirma Lafont.

«¿Qué hay de la responsabilidad del consumidor?», pregunta un oyente. Y ahí cabe una reflexión individual.

El estado de las calles

El estado de los locales tiene un efecto directo en el estado de la propia calle. Lafont compartía punto de vista con Aitziber Imizkoiz, responsable de la oficina de turismo de Iruñea, una ciudad cuya actividad comercial ha variado de forma notable, según su relato.

Hay calles que son «un desierto» y otras que, por contra, están saturadas, sea de bares (en la actualidad en el Casco Viejo hay 211 negocios hosteleros) o de tiendas. Dice que la avenida de Carlos III se ha convertido en la de Amancio Ortega… De los más de 700 comercios que había en la década de los 90, hoy en la zona histórica apenas quedan 395. Hay un repunte, según cuenta, de pequeños artesanos y emprendedores que se están instalando en la parte de Navarrería. Tendencias positivas sin duda que vuelven a revitalizar zonas y generar de nuevo flujos.

Muchos son los parámetros con los que se puede medir la calidad de pueblos y ciudades, y el comercio es uno de ellos. «¿Cuántas librerías hay?, ¿Y cuántas de instrumentos de música?», plantea Uriarte. Una fotografía de la clásica zapatería Estrada de la calle Puerto acompaña la pregunta. Es la calidad, pero también la identidad. No hablamos de folclore ni de productos típicos, sino del ADN. «Hay lugares que son portadores del alma de una ciudad». El Etxebe, cita. «Los turistas apenas asoman la cabeza, y resulta que para comer buenas anchoas no hace falta suflé».