GARA
washington

La candidata a dirigir la CIA promete no recurrir más a la tortura

La candidata de Donald Trump para dirigir la CIA, Gina Haspel, se comprometió ayer a no reanudar «bajo ninguna circunstancia» el programa de torturas que la agencia puso en marcha tras el 11S y en los que ella misma participó en una prisión secreta en Tailandia. Haspel se enfrenta a una confirmación difícil, puesto que los republicanos del Senado tienen una estrecha mayoría y algunos ya han anunciado que votarán en su contra.

Gina Haspel, designada por Donald Trump para dirigir la Agencia Central de Inteligencia CIA, prometió ayer que, de ser confirmada en el cargo por el Senado, no recurrirá a la tortura, como hizo la agencia con apoyo legal tras los atentados del 11 de setiembre de 2001.

Haspel, de 61 años y subdirectora de la CIA tras 33 años como agente encubierto, dirigió al menos durante parte de 2002 una prisión secreta en Tailandia, donde los detenidos sospechosos de pertenecer a Al Qaeda eran torturados con frecuencia.

Ayer se enfrentó a una dura audiencia en el comité de Inteligencia del Senado, donde los demócratas trataron de arrancarle el compromiso de plantar cara a Trump si le pide reanudar el programa de torturas, tal y como prometió el gobernante durante la campaña para las elecciones de 2016. «No creo que el presidente me pidiera eso», llegó a decir Haspel, quien, sin embargo, aseguró que «su código moral» es fuerte y que, incluso en ese caso, no reanudaría el programa de interrogatorios instaurado por el Gobierno de George W. Bush y en el que se incluían técnicas de ahogamiento simulado, humillaciones, privación de sueño y golpes.

Oficialmente, el programa era definido como un «interrogatorio mejorado» y recibió apoyo del sistema judicial estadounidense. Posteriormente, una comisión del Senado llegó a la conclusión de que se trataba de torturas bajo una cuestionable protección legal.

Las técnicas de tortura de la CIA fueron prohibidas en 2009 por Barack Obama y el Congreso legisló en su contra en 2015.

Ayer Haspel evitó condenar ese programa, pero aseguró que «no permitiría a la CIA llevar a cabo ninguna actividad inmoral, incluso si fuera técnicamente legal, no lo permitiría».

Por lo que más preocupación expresaron los senadores fue sobre el papel que Haspel jugó en 2002 cuando se encargó de supervisar una cárcel secreta que la CIA tenía en Tailandia y donde fueron interrogados dos acusados de pertenecer a Al Qaeda: Abu Zubaida y Abd al-Rahim al-Nashiri.

Esa prisión fue cerrada en 2002 y Haspel pasó a trabajar para José Rodríguez, director de los Servicios Clandestinos de la CIA, quien en 2005, a petición de Haspel y sin el visto bueno de la Casa Blanca, ordenó destruir 92 cintas de vídeo en las que se documentaron las torturas. Preguntada sobre ello, Haspel aseguró que defendió «absolutamente» su destrucción porque, aunque nunca las visualizó, sabía que aparecían los rostros de los autores de los interrogatorios y eso les convertía en posible objetivo de Al Qaeda.

Órdenes superiores

Al ser interrogada sobre las razones por las que no denunció esas torturas en el momento adecuado, se limitó a responder que seguía órdenes superiores. Además, justificó ese programa de torturas ayudó a obtener «valiosa información» que permitió impedir la comisión de atentados en territorio de EEUU.

Haspel necesita 51 votos, justo los que tiene el Partido Republicano en el Senado, frente a los 49 del Partido Demócrata. Sin embargo, el republicano Rand Paul ya ha expresado su oposición y varios de sus compañeros evitaron posicionarse antes de su comparecencia, por lo que la aprobación no está garantizada ya que ningún demócrata ha hablado a su favor.

 

Stormy Daniels: la estríper que hace temblar a Trump

Son pasadas las 23.00 y Stormy Daniels entra bajo aplausos a un club de estriptis sin pretensiones de Filadelfia. Aunque esta presunta examante de Donald Trump se ha convertido en una de las mujeres más famosas de EEUU, cuida de su oficio.

Disfrazada de bombero, pero en versión liberal, sonríe altivamente bajo los carteles de neón verdes y rojos del Penthouse Club, donde comienza su estriptis con la canción de los Talking Heads “Burning down the house” (Quemando la casa), un guiño. Desde que la prensa reveló que un abogado de Trump le pagó 130.000 dólares para comprar su silencio, Stormy Daniels, de verdadero nombre Stephanie Clifford, actriz porno y estríper, no para de amenazar con «quemar la casa» y derribar al presidente.

No obstante, aunque esta presunta aventura amorosa parece ser hoy una verdadera amenaza para la Casa Blanca, esta actriz y directora de películas porno no descuida su «base» y sigue actuando por todo el país.

La cincuentena de clientes que acudieron a verla en Filadelfia da una idea de lo que puede pensar la América profunda sobre este escándalo. La mayoría no contempla que pueda acabar con Trump, de quien dicen que «está por encima de esto». Los más jóvenes creen que el presidente «ya se ha salido demasiado con la suya», les gusta Stormy y esperan que alguien «le haga caer», aunque no creen que vaya a ser ella.GARA