Corina TULBURE
Budapest
EL DISCURSO XENÓFOBO Y EXTREMISTA DEL CENTRO-ESTE DE EUROPA

¿Hace aguas por el este la UE?

Un mes después de la contundente victoria del «iliberal» primer ministro de Hungría, Orban, la autora analiza las razones de la regresión política en el este de Europa. Al rechazo-recuerdo del autoritarismo «socialista» de antes de 1989, que derivó en clientelismo político-económico, se une la desilusión por la desigualdad en el seno de la UE.

Nos hemos hipnotizado a nosotros mismos con la idea del cambio. Y Fidesz ha hipnotizado a su gente sirviéndose del miedo». Lo dice un joven en Budapest tras las elecciones de abril. La victoria de Fidesz no ha sido una sorpresa para la mayoría, pero, aunque parezca una paradoja, sí ha supuesto un choque para muchos. Algo anunciado, pero que muchos se resistían a creer. Hungría es, y no es, lo mismo. Un mes después de la reválida de Orban, se ha cerrado el mayor diario opositor “Magyar Nemzet”, han dimitido varios jueces por presiones que padecen y la Fundación Open Society, de George Soros, anunció ayer que se va de Hungría.

A pesar de la xenofobia oficial, de las sospechas sobre irregularidades por parte de la OSCE y de «las listas negras» del nuevo Gobierno de Orban, los conservadores europeos del Partido Popular siguen considerándole su aliado. La extrema derecha le felicita explícitamente. A nivel interno, ninguno de los partidos de la oposición tiene una posición claramente favorable a la inmigración y tampoco se han mostrado capaces de oponerse a la campaña racista de Fidesz. A pesar de las críticas desde Bruselas, Orban sabe que no está solo. Su victoria puede darle vía libre para promover su democracia «iliberal» no solo en Hungría, sino más allá.

En Europa del Este, las derivas extremistas y neoconservadoras están ganando terreno. El Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa) se ha negado a recibir las cuotas de refugiados establecidas por Bruselas. Al mismo tiempo, los desfiles de extrema derecha congregan a millares en Varsovia o Budapest. Tanto Polonia como Hungría y Rumania han recibido críticas de la UE por la falta de independencia de sus respectivos sistemas judiciales, sospechosos de estar controlados políticamente.

En Rumania, un conservadurismo religioso y panrumano se ha aupado al escenario político de mano de sacerdotes y socialistas, que compiten entre ellos en cuanto a cuentas bancarias y a golpes de pecho. En mayo se han convocado varias marchas promovidas por la Coalición por la Familia, una plataforma apoyada por los políticos socialistas que propone la penalización del aborto.

Pero están apareciendo algunas grietas. En el último mes, decenas de miles de ciudadanos húngaros han tomado las calles protestando contra la deriva autoritaria del Gobierno y contra el cierre de la prensa opositora. Bruselas ha anunciado que los nuevos fondos de cohesión que se destinen a los países de Europa del Este estarán supeditados, entre otras cosas, al respeto a la independencia de la justicia. Y en Rumanía, el movimiento Rezist, que ha protagonizado las protestas de los últimos años, intenta poner pie en pared.

Los síntomas de un fracaso histórico. Un detalle marca la diferencia entre este y oeste. La división ideológica que opera entre los partidos tradicionales de Europa Occidental, como izquierda y derecha, muy cuestionada a fecha de hoy también en Occidente, es confusa o casi inexistente en países como Hungría, Polonia o Rumanía. Que un partido que se define como socialista ofrezca donaciones a la Iglesia y le brinde su apoyo no es extraño en Rumanía. Que estos mismos partidos apliquen medidas económicas neoliberales desde hace ya décadas es una realidad, tanto en Rumanía o Hungría como en otros países de Europa del Este. Las privatizaciones de la década de los 90 se han llevado a cabo por partidos «socialdemócratas».

Las consecuencias son bien conocidas: la emigración masiva desde países como Rumanía (el segundo país con la tasa más elevada de emigración después de Siria), Polonia (más de dos millones de) o Bulgaria (que ha perdido en los últimos 10 años más de un 15% de su población) y la creación de una nueva camada de políticos corruptos.

La crisis de 2008, que ha desencadenado el descontento con la UE en el oeste, no ha sido un choque para el maltrecho bienestar de los ciudadanos del este. «Aquí siempre hemos estado en crisis», repetían entonces los rumanos.

A pesar de la llegada de los fondos europeos y del entusiasmo inicial ante la entrada en la UE, la desigualdad occidente- oriente y el clientelismo político y económico han impedido repartir el bienestar. Además del aumento de las desigualdades internas, los sueldos se han mantenido bajos, llegando a ser un tercio de los sueldos de Europa Occidental, mientras que los precios se equipararon muy rápidamente. Europa del Este se volvió así un caudal de mano de obra barata. La sumisión de la ley al clientelismo político no es una novedad, a pesar de las protestas en Rumanía y Hungría.

La corrupción político-económica y la falta de democracia han sido una constante desde la caída de los antiguos regímenes. A pesar de que muchos de los nombres que encaminaron la transición económica de estos países formaban parte de las antiguas élites políticas, existe un sentimiento de profundo rechazo hacia las ideologías de izquierda, debido al recuerdo del carácter autoritario de los regímenes anteriores a 1989.

Es precisamente esta falta de nuevos proyectos progresistas sobre un fondo de descontento de la población y con unos medios controlados por el mismo sistema clientelar lo que ha favorecido el voto hacia los discursos autoritarios o nacionalistas.

Tanto Fidesz, como el Partido Ley y Justicia en Polonia o el Partido Socialdemócrata rumano se disputan su mayoría electoral en las zonas rurales y marginadas. Votos que han sido rentabilizados por el extremismo y el nacionalismo de extrema derecha. Lo que ocurre es que estos políticos «iliberales» saben que siguen contando con el apoyo de la UE, a pesar de vituperarla. Los que se han quedado solos son los ciudadanos.