Alberto PRADILLA

Entre capacidad de ilusionar y necesidad de concreción

Tras la euforia del triunfo llega el momento de la gestión. López Obrador es un líder que ha modulado su discurso y aboga por cambios «radicales». Las noches electorales son de grandes proclamas. Luego queda tiempo por delante para decepcionarse. O para enfriar la euforia. La gestión del día a día no es tan épica como los asaltos al palacio de Invierno, aunque sean electorales.

Después de la «larga marcha» que ha llevado a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México, toca echarse a la espalda un país descompuesto. Su victoria supuso una catarsis. Son muchos años, mucha resistencia por parte del establishment. Su imagen austera y honrada y su cercanía con las clases populares son sus grandes bazas. Pero tras 12 años de carrera electoral, también ha moderado su discurso, pasando del «primero los pobres» a ser la «esperanza de México».

Y ha sellado alianzas con quienes antaño fueron sus grandes enemigos. Tiene acuerdos con el expresidente Ernesto Zedillo, del PRI. Y su jefe de Gabinete, Alfonso Romo, ha repetido en reiteradas ocasiones que la suya es una propuesta «de centro». En el contexto latinoamericano, con el neoliberalismo pisando el acelerador, es posible que la terminología sea lo de menos. El pragmatismo es una útil herramienta, siempre que no te aleje de los objetivos fundamentales. Por ahora, ha demostrado ser capaz de ilusionar. Ahora le toca concretar. El capital emocional del que dispone es amplio, hartos como están los mexicanos de la violencia y la corrupción. La responsabilidad hacia el progresismo, no solo de su país, es histórica.