Ruben PASCUAL
Periodista
VUELCO HISTÓRICO EN LA POLÍTICA MEXICANA

Lo realmente difícil comienza ahora para López Obrador

El hartazgo de la ciudadanía mexicana ante la violencia y la corrupción han catapultado al líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, a la Presidencia del país, materializando un cambio histórico. Por delante le queda una mochila llena de retos y no menos expectativas.

La incontestable victoria de Andrés Manuel López Obrador en las presidenciales mexicanas, superando el 50% de los votos y muy por delante de sus principales oponentes, el derechista Partido Acción Nacional (PAN) y el otrora todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI, al que pertenece el actual inquilino de Los Pinos, Enrique Peña Nieto), que gobernó el país durante setenta años, supone un punto de inflexión para el país norteamericano y tendrá también efectos fuera de sus fronteras.

Tan apabullante fue el resultado que sus contrincantes sorprendieron a propios y extraños saliendo a reconocer la victoria antes incluso de que se conocieran los datos oficiales, un hecho sin precedentes en México.

En primer lugar, los resultados son el reconocimiento a la perseverancia de un líder político que ha sabido levantarse después de cada caída, especialmente después de las derrotas en las citas electorales de 2006 y 2012, cuando fue superado, respectivamente, por el panista Felipe Calderón, por una exigua diferencia inferior a un punto porcentual y con sonoras denuncias de fraude, y por el citado Peña Nieto.

No cabe duda de que AMLO, como se le conoce, ha demostrado durante estos años una gran inteligencia y habilidad para adoptar las decisiones correctas, como lo fueron, por ejemplo, crear el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que le llevó a la jefatura del Gobierno de Ciudad de México (2000-2005), y apartarse de la formación cuando esta, hoy en ruinas, se vació de su esencia transformadora. Tanto es así que esta vez, y no es la primera, se ha presentado de la mano del PAN, en un pacto antinatura que, a la vista de los datos, tampoco ha comprado la ciudadanía mexicana.

Pocas personas conocen ese México tan diverso, pero también tan desigual, como López Obrador, quien durante largos años se lo ha recorrido de norte a sur y de este a oeste, siempre con una estrecha vinculación con los movimientos sociales y las capas populares. Ahí ha estado una de las claves sobre las que ha labrado su victoria, en base a una notable capacidad de convocatoria, movilizando a sectores que en otras ocasiones prefirieron quedarse en casa.

Otro de los elementos fundamentales que han servido para disparar los resultados del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) del político tabasqueño ha sido el hartazgo de la sociedad ante la incesante violencia, la inseguridad, la corrupción endémica y, por encima de todo, la impunidad.

Solo así cabe entender la debacle del PRI, cuyo candidato, José Antonio Meade, quedó en tercer lugar, por detrás de López Obrador y del conservador Ricardo Anaya. Tampoco han ganado ninguna de las ocho gubernaturas en juego el domingo.

El lastre que han supuesto los múltiples escándalos de corrupción como el de La Casa Blanca –comprada por la esposa de Peña Nieto, Angélica Rivera, a contratistas del Gobierno–, la masacre de Ayotzinapa, punta del iceberg de un país con unos índices de violencia propios de una guerra –25.324 homicidios en 2017, según cifras oficiales–, la fuga de ‘El Chapo Guzmán’ o reformas como la liberalización del sector energético han sido insuperables a pesar del barniz tecnócrata con el que han querido revestir a Meade.

Habrá que ver qué medidas toman los priístas ante este desolador panorama, pero urge una refundación, la adopción de medidas mucho más profundas que un lavado de cara para una formación para la que ya supuso un duro mazazo quedar apartada de Los Pinos durante 12 años, durante las presidencias de Vicente Fox y Felipe Calderón. Para más inri, su presencia en el poder local continúa cayendo en barrena.

Por ello, hay que tener en cuenta que también parte de los votos recabados por López Obrador corresponden también a un castigo a los grandes partidos tradicionales, a su inoperancia a la hora de responder a las emergencias que afronta el país o, directamente, a su complicidad y responsabilidad en las mismas.

Pese a lo manido del adjetivo, el triunfo del ‘Peje’ es histórico. A buen seguro es excesivo hablar, como López Obrador ha insistido durante la campaña, de que México afrontará su «cuarta gran transformación de la vida pública» tras la independencia (1812), la Reforma (1858-1861) y la Revolución (1910).

A pesar de que la etiqueta de izquierda no se le ajusta del todo a un líder que dio en el PRI sus primeros pasos políticos López Obrador ha sabido conjugar carisma y pragmatismo para ilusionar a buena parte del país, gracias también a su imagen de persona austera y honrada.

Pero tras el pequeño primer gran paso, lo difícil comienza ahora, cuando hay que pasar de los eslóganes con brocha gorda de toda campaña electoral a la acción de gobierno, a gestionar la segunda economía de América Latina, a concretar promesas.

«Sobre aviso no hay engaño», advirtió en el momento en que remarcó, una vez más, que la lucha contra la corrupción, caiga quien caiga –«compañeros de lucha, funcionarios, amigos o familiares»–, será la principal bandera de su Gobierno, cuya toma de posesión está prevista para el próximo 1 de diciembre.

Teniendo en cuenta que la corrupción y la colusión con el crimen organizado están totalmente imbricadas en todos los niveles de Gobierno, en las policías y en el poder judicial, habrá que ver en qué medida será capaz de atajar ese problema, sobre todo cuando una parte importante del poder real seguirá en manos de una oligarquía que no estará dispuesta a renunciar a ninguno de sus privilegios.

Marcando una clara diferencia con respecto a sus predecesores en el cargo, que han dejado el país bañado de sangre, López Obrador ha afirmado que cambiará la estrategia de hacer frente a la inseguridad y la violencia, atendiendo más a las causas que al empleo de la fuerza bruta, algo que ha quedado demostrado que no solo no es efectivo, sino absolutamente contraproducente.

En ese sentido, se ha limitado a esbozar algunas medidas que buscará implementar para combatir la desigualdad, que tiene a cerca de la mitad de los ciudadanos viviendo en condiciones de pobreza. «Por el bien de todos, primero los pobres», suele decir.

Ha prometido no subir impuestos ni incrementar el precio de los combustibles, sino que quiere bajar el gasto corriente y aumentar la inversión pública para favorecer la actividad productiva y crear empleo.

Queda por ver si su prometida austeridad y la lucha contra la corrupción son suficientes para sufragar la ambiciosa agenda, en la que también figuran la revisión de la reforma energética o el polémico proyecto de un nuevo aeropuerto en Ciudad de México.

En sus primero mensajes también ha tratado de calmar a la clase empresarial, lo cual parece haber surtido efecto, ya que, al menos por el momento, ni los mercados ni el peso se han resentido, más bien al contrario.

También a nivel internacional esta victoria supone un aldabonazo para una izquierda latinoamericana que ha visto retroceder sus proyectos populares y progresistas en países como Argentina, Brasil o Chile. Tiempo habrá para ver qué efectos tiene a nivel regional el logro de un líder que se siente más identificado con Pepe Mujica o Lula da Silva que con Hugo Chávez, a pesar de la interesada insistencia de sus oponentes en vincularle con el expresidente venezolano.

Harina de otro costal es la relación que vaya a tener con Donald Trump, especialmente por los encontronazos que han venido dándose entre México y Estados Unidos. «Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Nunca mejor dicho. Las primeras palabras entre ambos han estado marcadas por la cortesía que correspondía al momento, pero AMLO deberá lidiar con la cuestión migratoria y con la pretensión del magnate neoyorquino de que sea México quien se haga cargo del famoso muro.

Los asesores de López Obrador se han mostrado convencidos, además, de que su victoria servirá para relanzar las conversaciones sobre la modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un tema de vital importancia para México, ya que el 80% de sus exportaciones van a parar al país vecino.

Por último, y no por eso menos importante, López Obrador también tendrá sobre su mesa la siempre olvidada cuestión indígena y las libertades sexuales, las referencias que más aplausos despertaron entre los asistentes a la celebración del Zócalo. Para ello deberá lidiar con el Partido Encuentro Social (PES), contrario al matrimonio igualitario y al aborto y que acompaña a Morena en la coalición Juntos Haremos Historia junto al Partido del Trabajo (PT).

«No les fallaré», prometió el presidente electo a los mexicanos. Ellos tampoco quieren ser defraudados.